Esta semana hemos asistido a una nueva entrega de listas de multimillonarios opacos del fisco, con inversiones multimillonarias, pero muy cutres, de pequeñoburgués convertido en nuevo rico: coches de lujo ―que no sacan de paseo―, mansiones desmesuradamente grandes pero inhabitables, fincas inmensas que no han pisado... Los papeles de Pandora, los llaman.

Primero fue el LuxLeaks (2014) y dos años más tarde aparecieron los papeles de Panamá (2016). Las tres revelaciones, y muchas más, son obra del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. Han puesto al descubierto las fanfarronadas de tipos con coches oficiales, escoltas y palacios, de quienes ya conocían sus fechorías sin escrúpulos. La primera, a pesar de contar con la inestimable colaboración del ministro de Economía de la época y después, simultáneamente, durante 10 años más, primer ministro del Gran Ducado, con un currículum de altísimos cargos en la Unión Europea que culminó con su mandato de 5 años como presidente del Consejo (2014-2019), Jean-Claude Juncker, acabó en nada tangible.

Tal pétrea impunidad, a pesar de las denuncias de hechos flagrantes y contrastados, es hoy por hoy la consecuencia en la que estos escándalos acaban. Cuando, excepcionalmente, como sucedió con la lista Falcini, el alterador es procesado en su país de origen; en los de destino, los efectos penales, ante las deblacles tributarias, son mínimas.

Así, salvo alguna condena menor de alguno demasiado confiado, las grandes fortunas son educada y discretamente prevenidas de que, si les conviene, pueden pasar por caja, liquidar un importe no especificado y ahorrarse así trámites más pesados. Algunas familias tan catalanas como españolas, de las de aspiración social y de las de próceres de la cultura y la beneficencia, saben a la perfección de qué va la cosa.

El aplauso a los mitos mundanos, migajas al fin y al cabo, opaca el espolio más extractivo que nunca de las élites financieras y políticas

Ahora hemos conocido el nombre de los sátrapas y pillastres habituales, y también de genuinamente democráticos, que viven al margen de las leyes que dictan para el resto de los mortales. También españoles y catalanes ―algunos que madrugaban mucho― frecuentan estos rankings de choriceo universal.

O sea que los políticos y los bufones de las cortes mediáticas (deportistas, artistas y cantantes, incluso, atletas sexuales), muchos de ellos con títulos de caballero o cruces de míticos santos, salen ahora, como salieron antes, en el top de los desalmados que escondían su ilícito patrimonio en lo más duro de la crisis que, por unas causas u otras, sufrimos desde el 2007.

Además, cuando, excepcionalmente, alguna de estas vacas sagradas ha resuelto sus deudas, lo ha querido hacer a escondidas. Algunos, sin embargo, en el colmo del cinismo, batallaron. Y en el camino del banquillo de los acusados, eran incluso aplaudidos por los incondicionales. El recuerdo de Lola Flores, bien presente.

El aplauso a los mitos mundanos, migajas al fin y al cabo, opaca el espolio más extractivo que nunca de las élites financieras y políticas. Otro servicio que los bufones prestan a la corte. Y todo queda en papel mojado. De nuevo, nada apunta que las consecuencias sean diferentes.