Alguna gente dice: "¡Donde haya una buena pelea, allí me encontraréis!". Más pacífico, yo diría: "¡Donde haya una negociación, allí me encontraréis!". Pero negociar no es ni andar con el lirio en la mano ni decir sí a todo.

Agitando el miedo al extremo derechista tripartito andaluz, Sánchez —y su altavoz regional, Iceta— clama por el pacto sobre los presupuestos. Todos los partidos catalanistas, indepes o no, tienen que decir sí a los presupuestos.

Vayamos por partes. ¿Quién tiene miedo y de qué? Sánchez, aun sabiendo lo débil que es, quiere continuar en el gobierno. Bien por él. Una vía para intentar alcanzar este hito —visto el panorama, no lo tiene fácil nadie— es aprobar unos presupuestos más sociales que los ultraempobrecedores de Rajoy —los que ahora tiene— y presentarlos a las elecciones como carta ganadora. Bien por él.

Le hacen falta muchos votos. Tiene que repetir la mayoría de la moción de censura. Como los vascos, que etiquetan a menudo a los catalanes de fenicios, ya tienen lo que querían, toca arrastrar al independentista oso catalán. La investidura le salió gratis. Con los presupuestos parece que no tendrá esta suerte.

Para negociar hace falta saber sobre qué y con quién. Con quién es muy importante, para saber realmente quién es y si genera suficiente confianza. Primero, para abrir las negociaciones, es decir, si realmente tiene voluntad de llegar a un acuerdo o se trata de una cortina de humo; segundo, la confianza requiere saber si obtenido el acuerdo estará en condiciones de cumplirlo. En efecto, hay que saber si el negociador cumplirá el acuerdo o no y si en su organización tiene suficiente apoyo para que no se aparte de lo pactado. Cuando la negociación es entre adversarios que han pasado previamente por duras etapas conflictivas, se suele acudir a un tercero o mediador para avalar la negociación y crear confianza. Algo que aquí Sánchez ha rechazado de plano. Más empinado, pues. Sea como sea, los antecedentes de Sánchez no son especialmente estimulantes.

Para negociar hace falta saber sobre qué y con quién. Con quién es muy importante, para saber realmente quién es y si genera suficiente confianza

Unas muestras bien cercanas. Sánchez fue ferviente partidario del 155; quería, apenas un mes antes de que se planteara la inesperada —también para él— moción de censura, modificar el Código Penal para castigar adecuadamente actuaciones como las catalanas, y a su primer interlocutor desde el punto de vista formal, Quim Torra, lo ha tildado de supremacista y racista. Todo eso en poco menos de un año. Tal currículum no genera confianza en abundancia precisamente.

En estas condiciones, para sentarse a negociar, acreditar voluntad de negociar, de alcanzar un pacto y de cumplirlo, llueva o haga sol, hace falta una especie de prueba de buena voluntad. El acuerdo de Pedralbes es insuficiente; es un papel interesante, sin ningún punto programático, pero solo es una recopilación de buenas intenciones. Así las cosas, Sánchez y los suyos —por ahora— pueden decir que tiene en su casa un auténtico campo de minas. Podría ser. Sin embargo, si realmente fuera así, no vale la pena sentarse a negociar. Uno elegante "me es imposible" sería lo correcto.

Sin embargo, no creo que sea así. Sánchez tiene margen. De entrada, tiene el margen que le da ser presidente del Gobierno . Segundo, tiene el margen que le da el cebo real de que, solo si salva los presupuestos, podrá presentarse a unas elecciones generales, sin la hostilidad de Catalunya, con vitola de reparador de agravios —que puede presentar, incluso, como ajenos—. También puede ofrecer con garantías razonables que la caterva que lo rodea —muchos de sus integrantes contienen en público los ánimos de librarse de él— podrá continuar injertada en las sillas de las que ahora muy provisoriamente disfrutan. Son buenos incentivos, no todos moralmente superiores, pero incentivos al fin y al cabo.

Los incentivos positivos anteriores se refuerzan con la negativa a prestarle el mínimo auxilio por parte de los que lo han tildado de responsable del golpismo, de humillarse ante Torra en Pedralbes. El único apoyo que le ofrecerán será el saludo de la cobra. En fin, nada que esperar de quien reivindica en València la herencia de Barberá, Fabra, Zaplana y Camps. Y todavía menos de los adalides de la honestidad que le hacen de escuderos.

Quizás Sánchez querría tener más tiempo para no recibir en todo el rostro la enmienda parlamentaria a la totalidad a sus presupuestos. Así, le hace falta que el soberanismo le facilite la tramitación, votando la correspondiente admisión. Para darle este margen, es comprensible que se le reclame una señal material de buena voluntad.

En fin: negociar, sí; con el lirio en la mano, no.