Esta semana, después de las declaraciones de las que crean escuela por parte de señalados independentistas, la encuesta Ómnibus del CEO del pasado día 17 ha sido un baño de realidad. Con todas las reservas sobre el acierto de la demoscopia en establecer con exactitud qué piensa la ciudadanía sobre los temas respecto de los cuales se la interroga (¡y no sobre el catalán en la escuela!), el estudio del CEO pone de relieve tres cuestiones primordiales en la cosmovisión catalana de los propios catalanes. Sus resultados serán aplaudidos o no en función no de la ciencia social aplicada, sino de los prejuicios e intereses de la dirigencia afectada.

Por una parte, en el capítulo 2, "Territorio y Catalunya", sobre la independencia se hacen dos preguntas. Sobre la primera, pregunta 10 (Catalunya tendría que ser...), el 34% de los entrevistados cree que Catalunya tiene que ser una comunidad autónoma y el 30% cree que tiene que ser un estado independiente. Respuesta que tiene que ser matizada con la que corresponde a la pregunta 11 sobre si Catalunya tiene que ser un estado independiente. Aquí los valores son superiores y más politizados: el 40,8% de los entrevistados quieren que Catalunya sea un estado independiente; por el contrario, el 52,3% no lo quiere. El deseo de un estado catalán parece que va a la baja desde hace cierto tiempo.

Ahora bien, a la pregunta 15 de si el Gobierno tendría que invertir más en infraestructuras en Catalunya, la respuesta es abrumadora: el 86% de los entrevistados creen que el Gobierno tiene que invertir más infraestructuras en Catalunya. Y no más abrumadora, cuantitativamente, pero sí cualitativamente, es la respuesta a la pregunta 12, "¿Los catalanes y las catalanas tienen derecho a decidir su futuro como país votando en un referéndum?". Un inapelable 72% está a favor. Estas respuestas se podrían completar y ponderar con las que se dan a la relación en la Unión Europea (apartado 11), que, en general, no son nada favorables al estado central.

Es lógico que la ciudadanía, auténtica protagonista del 1-O, que fue quien se jugó la piel físicamente y en primera persona, sin tener responsabilidades de gobierno, no lo vea claro

Una conclusión de un públicamente confeso inexperto en materia de encuestas como es quien suscribe sería que los catalanes no están contentos con el estado actual de cosas. En concreto, desconfían del estado central en asuntos de gestión, como son las infraestructuras y los fondos europeos, por ejemplo. Sin embargo, no ven con claridad que un estado catalán independiente, hoy por hoy, presentara más ventajas que inconvenientes. Lo que los catalanes sí que tienen cristalino como el agua de nieve es que son los propios catalanes los que tienen que decidir sobre su futuro. O sea, menos voluntarismo y más deliberación. Dos buenas bases sobre las cuales construir, como Penélope, el tapiz democrático.

¿Cuáles podrían ser, a pesar del diagnóstico insatisfactorio que hacen los catalanes del sistema institucional vigente y su práctica ―las dos columnas van inseparablemente unidas―, las razones por las cuales los ciudadanos de Catalunya se han alejado de proponer directamente un estado independiente? Muchas pueden ser las respuestas, incluida la de la represión.

Por mi parte, propongo como principales dos causas, que no son excluyentes de otras, dado que la realidad es muy poliédrica y las respuestas monistas, en una sociedad compleja como la nuestra, están abocadas al fracaso. Por una parte, que poco a poco, y de boca de los principales protagonistas gubernamentales en el clímax del septiembre/octubre del 2017, se ha ido descubriendo que detrás de las proclamas poca cosa había; y seguro, no había ninguna estructura de estado digna de tal nombre para que entrara en vigor de inmediato. Es lógico que la ciudadanía, auténtica protagonista del 1-O, que fue quien se jugó la piel físicamente y en primera persona, sin tener responsabilidades de gobierno, no lo vea claro. A estas alturas, no hurguemos más en esta herida por la que tan mal se respira.

La segunda razón sería de una fuerza de integridad política de primer orden. En efecto, los catalanes quieren decidir su futuro, ellos solos, sin tutelas ni condiciones, pero muy democráticamente. Eso sabemos que sólo hay una manera de hacerlo: en las urnas. Esta piedra angular continúa firme y sólida. Todos, todos pero, otra vez, tienen que sacar conclusiones.

Antes, al fin y al cabo, en lugar de enfadarse con las encuestas, que es como cuando se pierden las elecciones enfadarse con los electores, toca hacer autocrítica de lo más sincera y profunda. Sin esconderse nada ni disfrazar las cosas. Pues la mentira y la incapacidad son dos píldoras que los ciudadanos, cuando votan, es decir, cuando son incondicionalmente soberanos como nadie, no se tragan.

Dicho lisa y llanamente: la forma de cambiar los datos del CEO radica en un cambio radical del comportamiento político. Menos asesores, menos spin doctors, menos dircoms y más escuchar a la gente podría ser un buen inicio en la nueva ruta. Propongo.