La verdad es que, de frente, no lo siento nada; en perspectiva, lo siento mucho, me duele. Me explico. Cuando vamos a decir una inconveniencia o inmediatamente después, digamos lo que digamos, cae la coletilla de siempre: "Lo siento". Así nos expresamos por cortesía, para ablandar un poco la frase dura, la inconveniencia, aunque sea verdad y más si es verdad. Por eso, prosigo, lo que se dice, a pesar de pronunciar "lo siento", no se siente nada de nada (sería el sentir de frente, el primario). Sin embargo, en otro sentido, en perspectiva, lo que se ha dicho sí que se siente.

Este polisémico "lo siento" es lo que precede o sigue a mi queja radical de que Jordi Pujol vuelva a aparecer en público de forma institucional. Mi oposición más frontal. Siento decirlo, ya que puede irritar a mucha gente; siento decirlo porque creo que nunca habría creído que lo habría tenido que decir. Lo siento por los organizadores.

Jordi Pujol ensució su trabajo de gobierno y de reconstitución de Catalunya, a su manera, pero de la mano de las mayorías que lo votaban. Hasta aquí ningún problema; faltaría más. Ahora bien, cuando aparece la deixa, y el séquito de porquería, la cosa cambia radicalmente. Así, la deixa no pasa de ser una leyenda urbana, un cuento para narrar junto al fuego. No veo fácil que alguien se pueda convencer racionalmente de lo contrario, empezando por su hermana, Maria, y su cuñado, Francesc Cabana. Sus exclamaciones no son el parlamentariamente irrespetuoso “diuen, diuen, diuen!”.

Nadie nos podrá convencer de que la familia Pujol, tuviera el papel que tuviera el president, no se ha enriquecido en la sombra de la institución que durante veintitrés años dirigió el patriarca, tomando atajos para prosperar en la vida.

Quien se pasa la vida dando lecciones de valores, cuando cae y encima se exclama contra los que protestan, no merece el respeto, en este caso, politicoinstitucional

No se trata de hacer un juicio paralelo. Es un juicio moral, histórico, político. Aquí y ahora nadie juzga a nadie judicialmente, como se pretende tramposamente, ni se vulnera la presunción de inocencia. El juicio legal es uno; el político, otro, y muy diferente. Aquí las pruebas estaban tan a la vista que el juicio político es aplastante. Y además bien cocinado con una soberbia incompatible de quien hacía de la ética el valor supremo. Una de las fundaciones pujolistas se llamaba, precisamente, Valors.

No es sólo que Pujol y los que pululaban bajo su obra hicieran carrera patrimonial aprovechando la ocasión de dirigir el país y de considerar en gran medida Catalunya un poco territorio propio y exclusivo. Es que en la comparecencia que Pujol hizo en el Parlament, en la comisión ad hoc, él y su familia se mostraron altivos, maleducados y nada arrepentidos. Remachó el clavo la amenaza pujolinana, como si de Júpiter se tratara, de que no se agitara el árbol, pues más de uno se haría daño. Proclama, maldición casi, que es el colmo de creerse por encima del bien y del mal.

En el antiguo régimen, sí, el predemocrático, el anterior a la revolución burguesa, los monarcas absolutos tenían grabada a fuego la máxima del gran jurista romano Ulpiano: "princeps legibus soluts", es decir, el rey no está vinculado por la ley. ¿Les suena, verdad? Sucede, sin embargo, que el paso del sistema de monarquía absoluta al de la democracia liberal no acaba, a pesar de los más de dos siglos de tráfico, tan limpio y completo como querríamos. Animado por una inefable corte de propios, de aduladores y de conseguidores, quien representa, incluso elegido democrática y regularmente, la cúpula del poder institucional, no es infrecuente que el líder sufra la patología del cesarismo: llegar al poder y conservarlo por encima de todo y a cualquier precio. Todo, además, envuelto en un paternalismo interesado: puesto que el líder se esmera tanto y tanto por sus súbditos, es lógico que reciba un premio, una compensación, el bonus de padre de la patria, aunque sea fuera de la legalidad.

Este autopago que se hacen los patricios es, al margen de su ilegalidad y delictividad, profundamente inmoral. No ya hoy día, en tiempo de modernidad, sino que choca frontalmente con cualquier planteamiento ético de la política. Corruptio optimi pessima ('la peor corrupción es la de los mejores'), dicen que decía Cicerón.

Quien se pasa la vida dando lecciones de valores, cuando cae y encima se exclama contra los que protestan, no merece el respeto, en este caso, politicoinstitucional. La sospecha del mal hacer, de trabajar en propio interés, gravitará para siempre. Hoy por hoy, en todo caso, con lo que tenemos entre manos, no hay que poner negro sobre blanco muchas de las cosas que enturbiarían todavía más el legado de Jordi Pujol.

Sea como sea, y si hablamos estos días del escándalo de Madrid, donde se da la vuelta a un partido para proteger la corrupción ―¡en 2016 pasó lo mismo con agravantes!―, ha sido, como mínimo, un inmenso error intentar rehabilitar una figura que por méritos propios se ha hundido y ha abroncado a quien decía que él, el rey, iba desnudo.