Con el auto del juzgado central de instrucción n. 5 de la Audiencia Nacional del jueves pasado, el Sansón ciego y viejo, que es la justicia lenta, demasiado lenta, ha dado otra sacudida más que fuerte al templo del régimen del 78.

En efecto, enviar a la familia Pujol al completo, con algún pariente más y con figuras ilustres del panorama economicopolítico catalán, a manos de las acusaciones a fin de que confeccionen sus escritos de acusación y se abra el juicio oral, más allá del éxito final del procedimiento, es una golpe en los cementos del templo del 78.

Si hay un personaje vinculado a la Transición, bajo todos los puntos de vista posibles, y que ha disfrutado por toda España, no sólo en Catalunya, de un poder omnímodo, ha sido Jordi Pujol y, de rebote, su parentela. Precisamente con Juan Carlos, el dimitido que no emérito, Pujol es un artífice de cuyo Estado sus herederos -algunos también virtuosos de la doble o triple moral- quieren destruir.

Sin duda, Pujol, por mucho lo que digan de él, es uno de los que construyó, y de qué manera, el estado actual de cosas que ha colapsado, en buena parte, gracias a los que como él lo construyeron.

Pujol y Borbón creyeron que se podían cobrar -y se los consintió, cuando no facilitó- ellos directamente o a través de terceros, lo que hacían, diciendo que lo hacían en servicio a la sociedad, de la comunidad. Pura hipocresía como muy pronto se sospechó y el paso del tiempo ha confirmado: las vergüenzas del régimen, corroído hasta el tuétano por la corrupción sistémica desde los palacios oficiales, están desde hace días a la vista de todos, propios y extraños. También de los defensores, por interés sin duda, de personajes como Pujol y el Borbón.

El poder les sirvió, como la casta que eran, para lucrarse sin límite, hiciera frío o calor, a costa del esfuerzo de quienes decían proteger. Ellos y muchos otros. Algunos ya lo están pagando, pero el cobro social de la corrupción siempre resulta tardío e incompleto. Pero llega. Tarde, pero llega. Como la parca.

En efecto, la impunidad es una pila que, al fin y al cabo, se agota; no admite más recargas. Ahora bien, como la corrupción se encuentra tan bien arraigada -para algunos políticos, tal como han argumentado en púbico, es una manifestación natural del ser humano- no es fácil arrancarla.

De todos modos, las cosas empeoran cada día un poco. Solo hace falta seguir, incluso muy por encima, las revelaciones de los tejemanejes a los medios de comunicación. Aunque Filesa o ERE o Irak o Gürtel fueron la tumba de una generación de socialistas y posfranquismos, con González y Aznar, respectivamente, al frente, algunos de los artífices del 78 todavía perduraban, cuando menos como símbolos y referentes. Y Pujol llamaba Valors a su fundación.

De todos modos, el régimen, como el templo de Dagon, el que hizo caer Sansón, no cae. Aguanta y aguanta. Hay muchos intereses y muchos trapos sucios que lo aguantan. Como en L'estaca, hay que tirar mucho más todavía. No poca ayuda se encuentra desde dentro. Con todo, los estertores del régimen tienen que acabar y liberar a los ciudadanos de este sistema tan irresponsable y tan poco amigo de servirles. De servirse a sí mismo, sí.

Y que nadie se engañe. Ni la corrupción del Borbón era para fortalecer la unidad de España ni la de Pujol, para la independencia de Catalunya. Sólo era para llenar de lingotes de oro macizo sus bolsillos. Y los de muchos de los suyos, de los que se rodeaban y no precisamente por amor.