El pasado 30 de junio, último día de mes y de trimestre, se emitió el último programa de los 1.314 programas de 8 al dia, programa creado, dirigido y conducido por Josep Cuní.

Muchos lectores podrán decir, incluso exclamarse y con razón, que las líneas que siguen son de juez y parte. Lógico: no puede ser de otra manera, hacerlo de otra forma fuera de un malnacido por naturaleza.

Ya antes y, claro está, después del ominoso día 30 de junio, amigos, conocidos y saludados me pedían –como al resto de miembros del equipo y tertulianos– las razones de la liquidación del programa líder de la cadena y líder muchas noches en Catalunya. Las razones corresponde explicarlas, si quiere, a la propiedad de la cadena. No nos corresponde a los huéspedes de Josep decir, apuntar o sugerir explicaciones que nadie nos debe.

Con respecto a este tema, sólo una cosa: no sé yo cómo hubiera llevado el mal momento que ha sufrido Josep. Hace falta mucho de todo –inteligencia, valor, generosidad, responsabilidad y dignidad en abundancia– para pasar esta maroma. Sólo a un enemigo infernal –que no tengo– se lo desearía.

Dicho esto, tomo este espacio para plasmar dos observaciones. La primera. Gracias a Josep Cuní unos cuantos sujetos somos relativamente conocidos al margen de nuestras profesiones (me refiero a los que no somos periodistas o comunicadores). Cuní ha creído siempre que la información es un servicio a los ciudadanos y que, por lo tanto, los profesionales de la información no llegan –no tienen por qué– a todas partes. Por eso existimos los pundits (¡expertos!, aquí queda eso) que completamos los análisis de la actualidad para integrar una buena información, a fin y efecto de que el ciudadano pueda tomar la medida más cabal posible a la realidad y actúe en consecuencia.

Más que pena, duele pensar que Josep podría no estar al pie de un cañón de información para traducirnos la realidad, rodeado de su troupe

Gracias a la generosidad de Josep unos cuantos pundits –utilizo el término inglés porque, por una extraña asociación de ideas, me recuerda a nuestra palabra bandits, y algo de bandidos tenemos los que nos introducimos en terrenos prohibidos– hemos pasado a opinar –quizás, a veces, a pontificar incluso–. De esta manera hemos alcanzado cierta cuota de popularidad y, por qué no decirlo, de respeto.

Los que, como servidor, nunca hemos militado en ningún partido ni hemos tenido ningún carné político ni hemos tenido ningún cargo derivado de nombramientos políticos, hemos recibido un plus de credibilidad, pues hablábamos libremente, sin consignas –sí, ¡sin consignas!–. Y Cuní bien que se encargaba de que así fuera. Si ha habido intentos de interferencias, Cuní, como un pararrayos, los habrá absorbido y sin decirnos nada.

Además, el placer de verlo actuar en directo es un espectáculo –en el mejor sentido de la palabra– impagable. Ha creado escuela. Las lágrimas de su equipo después del último programa eran sinceras. Ahora tendrá la oportunidad de poner en práctica sus enseñanzas.

La otra observación que quería hacer tiene que ver con la ausencia, momentánea confío, de Cuní de nuestras comunicaciones y más en estos momentos cruciales para nuestras vidas en la vertiente colectiva. Se acercan, con resultado incierto, días históricos. Más que pena, duele pensar que Josep podría no estar al pie de un cañón de información para traducirnos la realidad, rodeado de su troupe, seguramente, renovada. Y, en este contexto, cuesta más entender cómo se ha podido desperdiciar a un profesional como Cuní, que, por muchos defectos que tenga, son empequeñecidos por sus virtudes, que tiene en abundancia.

La propiedad de la cadena tiene todo el derecho a contratar a quien quiera y a prescindir cuando quiera. Sólo faltaría. Pero si hay una compañía mercantil –que su objetivo legítimo es dar beneficios– que tiene una responsabilidad social es la empresa informativa. Cuesta entender que un líder de opinión como Josep Cuní no tenga espacio, hoy por hoy. Por todo eso, la desaparición de 8 al dia me resulta inefable. Como la pérdida de un espacio de libertad.