Hay días que no es fácil de encontrar un título adecuado. Hoy, sin embargo, me sobran: inhumanidad, crueldad, sin vergüenza, miserabilidad... Hay más. Los lectores seguro que encuentran un montón.

Al lado de las mareantes y pornográficas cifras que unos barajan para los chavales, más bien golfas y, por encima de todo, caprichosas, permitimos que el Mare Nostrum se conviertan, progresando adecuadamente, en el cada más cerca Madre Mortuorum.

Ante las provocaciones de la extrema derecha –es decir, de la derecha sin complejos, ahora de Salvini, antes de Orban- los que se llaman demócratas –desde los liberal-conservadores, hasta los que ni de broma son izquierda a la izquierda de la languidecida socialdemocracia- o han callado ante la tragedia del Open Arms y del Ocean Viking o no han puesto más que pegas, cuando no han difamado y criminalizado a los rescatadores, ángeles guardianes de las aguas de la cultura que deslumbró al mundo. Han dificultado con afán diabólico que estos barcos toquen tierra, puerto seguro para ser más exactos, y sus náufragos puedan disfrutar de una mínima paz física y emocional, mayores, pequeños y embarazadas.

Salvar la vida de los náufragos en el mar es una obligación legal, cuyo incumplimiento constituye un delito grave

El derecho internacional no es un derecho que nos sea ajeno, extraterrestre, galáctico, incorpóreo. Para entendernos, es un derecho que se publica en el BOE, tanto como el Código Civil o el Código Penal, o sea, de plena vigencia y de debida aplicación por nuestros tribunales estatales y europeos. Así pues, salvar la vida de los náufragos en el mar es una obligación legal, cuyo incumplimiento constituye un delito grave.

No es necesario, como ridículamente proclama la vicepresidenta Calvo, que los rescatadores pidan permiso. Consultado el índice de profesiones y oficios de Hacienda, no existe ningún epígrafe relativo a los rescatadores. Cumplir la ley, en este caso la del mar, no integra ningún epígrafe administrativo. Ser una persona decente no es un hecho tributario, porque la ley parte de la base, quizás error, de que todos somos personas decentes. Quizás para abarcar un lugar en la clase dirigente institucional sea necesario desprenderse de la decencia, pero para la gente normal, los ciudadanos por naturaleza, la decencia es consustancial con su condición humana.

La pretensión de la vicepresidenta, encarregada de guardia vacacional, lleva al límite el drama: si los rescatadores no tienen permiso para rescatar, rescatados y rescatadores tienen que morir. No supone otra cosa no dejarlos acceder a puerto seguro. No acceder a ellos es su condena de muerte por inanición, como mínimo. ¿Eso es lo que quieren? ¿Para eso hemos votado a quien hemos votado?

La careta de los impíos, de los indecentes, de los sinvergüenzas debe caer.

Someter el inalienable derecho a la vida, a la dignidad y a la libertad a trámites administrativos sólo tiene cabida en la cabeza de obtusos funcionarios predemocráticos. Muy predemocráticos.

Al fin y al cabo: el nivel moral de una sociedad se mide, no por como se trata los que están en la cúpula (los banqueros rescatados, los corruptos protegidos, los piratas disfrazados de empresarios...), sino por como se trata a los elementos más débiles de la cadena, aquí nuestros iguales de la otra orilla del Mediterráneo.

Someter el inalienable derecho a la vida, a la dignidad y a la libertad a trámites administrativos sólo tiene cabida en la cabeza de obtusos funcionarios predemocráticos

Rescatar banqueros –algunos de ellos con pasados no lejanos oscuros y con serias dificultades de expresión oral-, autopistas que de entrada se sabían ruinosas, o perforaciones gasistas ya a priori inviables, puede ser sistémicamente funcional.

Imperativo moral, sin embargo, sin ningún tipo de excusa es salvar a los que, huidos del infierno, atraviesan aguas comunes y están a punto de perecer en el intento. Es algo más que decencia, piedad o humanidad. Es pura Justicia.

Quién se llena la boca de leyes parece que es alérgico a ellas.