Simultáneamente a la inefable performance de Barcelona, en el Congreso de los Diputados incluso los leones se enrojecían con el esperpento de la ratificación con VAR de la reforma laboral de la reforma laboral de Rajoy. La mayoría presidencial, es decir, la que hizo presidente al afortunado Sánchez, Pedro ―ni Pere ni Jordi―, se había desvanecido. No había suficientes apoyos para convalidar el decreto-ley que llevaba al BOE el acuerdo entre la coalición gubernamental central y las partes sociales, partes sociales más representativas las sindicales que las patronales. Aquí reside alguna de las taras del pacto.

De todos modos, el acuerdo socioeconómico perseguido por la vicepresidenta Díaz es un éxito personal de ella. Era la primera vez en cuarenta años que los mundos empresariales y sindicales pactaban un cambio del statu quo. ¿La reforma laboral alcanzada no era la derogación de la reforma laboral rajoyana? Cierto. Que una vez más el PSOE decía "de entrada, no", también. Que las relaciones de trabajo serán mejores con la nueva norma, seguro. Que mantener la regulación del 2012 era mucho peor, seguro. En fin, como todos los acuerdos, el de la contrarreforma laboral tiene claroscuros. No ayudó, todo hay que decirlo, la negativa del gobierno central de no añadir ni sacar ni una coma.

Sánchez entra en escena y busca una mayoría alternativa a la presidencial que avale la reforma. Se apoya en un mosaico de partidos especialmente de derecha. El elemento clave son dos diputados que han roto con su partido, la UPN, en otros tiempos, fusionada con el PP en Navarra. Estos dos diputados, contrarios a la dirección de la UPN, manifiestan, sin que nadie se extrañe, que votarán la reforma laboral, contra la que se habían manifestado, y en el momento de la votación, ¡oh, sorpresa!, otro tamayazo; es decir, votan con el PP. Como recientemente en Murcia. El tiempo dirá el precio pagado por esta nueva traición. Hay que recordar a los todavía diputados Sayas y García Adanero lo que se dijo a los asesinos, por encargo, del caudillo lusitano Viriato: "Roma no paga traidores".

Cuando el PP creía que no podría cantar victoria y la presidenta del Congreso dijo lo contrario, aplaudió como si de la guerra de Irak se tratara. La alegría, tramposa, duró apenas 30 segundos. Leído bien el recuento electrónico de votos, daba una victoria, mínima, pero victoria al fin y al cabo, al Gobierno y a sus circunstanciales aliados. La bronca, como saben, fue monumental.

Un partido de izquierdas no puede decir no a mejoras laborales por mucho que no sean las que uno querría

Se vio, porque él mismo lo dijo, que el popular Casero se equivocó a la hora de votar. Cosa que la dirección del PP supo antes de la votación presencial. De repente, Casero se curó ―el motivo del voto telemático era una grave enfermedad― y se presentó en la sede del Congreso. Sea como sea, los errores en voto no se rectifican nunca. No se rectificaron, por ejemplo, los errores de Sáenz de Santamaría ni de Sánchez ―Pedro― ni el último de Ábalos; ni el error el mismo jueves de 79 diputados del PP que votaron a favor de castigar penalmente los escraches en las clínicas donde se practican abortos legales.

Así se pasó de error reconocido en la votación a decir que era un error técnico, nunca demostrado: habría sido el primero en la historia del voto telemático en el Congreso. No hay que entrar en esta falsa polémica, ya que, por seguridad telemática, hay que votar dos veces, tal como demostró Javier Ruiz en RTVE el viernes pasado. Se acabó acusando casi de prevaricación a Batet, la presidenta del Congreso, y los gritos de tongo y pucherazo salieron como en el boxeo. En suma, un gran día para la historia del hemicirco, en especial, de los errores y de la cara más dura que el cemento. Toda una performance de malas artes, ya acreditadas por todas partes, del PP.

El tema trasciende en tres aspectos más. El primero es que no había que ser muy listo para ver que el pacto con los navarros no podía nunca salir adelante. A quién se le ocurre pactar con los líderes de los públicamente disidentes de una determinada postura política, cuando los disidentes lo son por acercarse sin ningún tipo de vergüenza a los contrarios de los que les quieren convencer de votar a su favor. Ingenuidad es muy pobre para definir esta inefable conducta.

El segundo aspecto a resaltar ha sido el discreto paso de Sánchez (Pedro) por todo el tema de la reforma laboral. El protagonismo total ha sido de la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz. Y Sánchez da la impresión de haber aprovechado ―pero con un mal cálculo― el posible fracaso de su segunda segunda, que quiere ir de primera (¿contra él?) en las próximas contiendas electorales. Tiene toda la pinta que, al más puro estilo hemicircense, Sánchez ha dejado que Díaz se cociera en su propia gloria (o vanidad, según se mire).

Sánchez, al igual que Esquerra, ha jugado con fuego todo bañado en gasolina. En efecto, Rufián y el estado mayor de los republicanos idearon una jugada errónea: pensar que la reforma saldría. Menos mal que los ángeles, que de vez en cuando castigan a los tramposos, el jueves se pasaron por el hemicirco de la Carrera de San Jerónimo. ¡Menos mal!

La reforma laboral se queda corta y más desde una perspectiva de izquierdas. Ahora bien, a estas alturas, parece que es la que se puede obtener. ¿Duele ser menospreciado? Ciertamente. Que se envía un aviso a Sánchez, recordándole que las alianzas hay que cuidarlas y que el motivo de la alianza de ERC es Catalunya, de la cual con demasiada arrogancia pasa de largo, es bastante evidente. Ahora bien, desde Catalunya, ¿ERC puede decir a sus votantes trabajadores que aguanten las infumables condiciones de la reforma de Rajoy y que las mejoras de Sánchez-Díaz son migajas?

No parece que sea la mejor manera de ampliar la base. La mayoría, relativa o no, de ERC pasa por ampliar su base. Un partido de izquierdas no puede decir no a mejoras laborales por mucho que no sean las que uno querría. Mejor o peor, su voto tenderá a volar y anidar donde se sienta protegido.

Los errores de votar en contra de la reforma laboral no compensarán, me temo, los hipotéticos puntos de salvar una dignidad, mayestáticamente inútil. Eso pasa por sucumbir a las deslumbrantes luces del hemicirco.