Con este chapucero vodevil de la investidura, prevista, o no, para el viernes, ya se ha llegado demasiado lejos.

Ya han pasado seis semanas desde que, la noche del 14-F, JxCat perdió lo que la misma formación había calificado de elecciones plebiscitarias a su favor. Es cierto que la victoria de ERC no es abrumadora, pero en los márgenes en que actualmente nos movemos, los republicanos han ganado sus 33 escaños con 35.000 votos de diferencia, mientras que en 2017 JxCat ganó sus 35 diputados por encima de los 32 de ERC por 12.000 votos. O lo que es lo mismo: ERC es el primer partido independentista con cierta holgura. Además, la mayoría de la legislatura en votos y escaños es independentista. ¿Se desperdiciará?

Dejando de lado que no hay una única forma de ser independentista —como todo en esta vida, la unidimensionalidad es una tara—, lo cierto es que, escrutinio en mano, el Govern de la Generalitat se tiene que conformar en torno a ERC. En la legislatura pasada lo fue en torno a JxCat, también escrutinio en mano. Nadie protestó. Los obstáculos vinieron de los tribunales a la hora de pretender investir a tal o cual candidato.

Desde la misma noche del 14-F, vuelvo a repetir, sabemos cómo tiene que ser el gobierno catalán y cómo se tiene que construir. Seis semanas. No valen contorsiones, excusas o reservas. Bastante tendremos con que la coalición que resulte no sea el habitual festival de obstáculos internos. Una de las aportaciones catalanas a la gobernación moderna reside en que los gobiernos de coalición no hace falta que vayan muy lejos para encontrar la oposición. Se sientan, por lo visto, unos al lado de los otros en torno a la mesa de gobierno.

Si realmente se quiere la república, lo que hay que hacer es respetar un derecho fundamental europeo, que no me canso de mencionar una y otra vez: el derecho de la ciudadanía a un buen gobierno

Pero, ante las emergencias de todo tipo que sufrimos: empezando por la sanitaria y el caos de las vacunas, siguiendo por la eterna confrontación con el estado central, añadiendo la que representa superar la devastación económica o social, sin contar el retraso en materias tales de desigualdad creciente, R+D, seguridad o infraestructuras, ante todo este frente de crisis, cada una más tenebrosa que la anterior, resulta que los partidos catalanes, a pesar de la imperiosa necesidad de gobernar juntos o apoyar desde fuera un gobierno consecuente con el resultado electoral, en lugar de todo eso, se frivoliza la constitución del Govern, que debería estar ya funcionando a pleno rendimiento. El que hay ahora, lleva, materialmente, en funciones seis meses. Increíble 

No se le puede escapar a nadie que esta imagen de desunión, lejos de fortalecer a la propia parroquia, supone un torpedo en la línea de flotación de la lucha por la reconstitución nacional desde cualquier punto de vista. La jartá de reír en Madrid es tal que ya, incluso, aburre. En un momento en que Madrid está en apuros por su propia inoperancia, van los indepes y les dan ventaja. Incomprensible. Inefable. Imprestable.

Porque, si realmente se quiere la república, lo que hay que hacer es respetar un derecho fundamental europeo, que no me canso de mencionar una y otra vez: el derecho de la ciudadanía a un buen gobierno. ¿Dónde se ha visto una república democrática y ejemplar sin buena gobernanza? Y sin papeleras de la historia.

La satisfacción política, la de verdad, la de servir a la ciudadanía, reside en gobernar, no en hacer sufrir o, incluso, humillar a quien con toda legitimidad aspira a la presidencia de la Generalitat. Porque más allá del mareo de la (no) investidura, está el grave sufrimiento y la grave ofensa a la ciudadanía de Catalunya. Y esta, sin gobierno, indefensa, es la verdaderamente humillada.