No es que tenga especial interés en hablar de la Fiscalía, que en este momento de interregno, parece, cuando menos en su actuación en el procés, un pollo sin cabeza.

Ahora en la Fiscalía no manda nadie. Bueno, corrijo: hace tiempo que no manda nadie como líder, sino que taifas reclutadas entre afines pululan, flotan más bien, sin liderazgo. Estos grupúsculos de acusadores públicos tienen, sin embargo, en común el veneno más tóxico para su institución: la lucha a favor de la falta de liderazgo.

Digo el veneno más tóxico porque la Fiscalía, por encima de todo, desde el punto de vista institucional y orgánico, es un cuerpo jerárquico. Si la fiscal general in pectore, que procede de la carrera ―sustantivo que muchos altos cuerpos de funcionarios reclaman elitísticamente para ellos―, lo sabe aprovechar, reinará sobre estas mesnadas indisciplinadas y acostumbradas a hacer su santa voluntad, actualmente y, como mínimo, desde la defenestración de Torres-Dulce, en 2014.

Ha empezado el juicio en la Audiencia Nacional contra la cúpula de Interior (Trapero, Laplana, Soler, Puig). La Fiscalía no ha querido modificar de entrada su acusación por rebelión a pesar de la sentencia del Tribunal Supremo contra los miembros del Govern de la Generalitat que, con buen criterio, decidieron no exiliarse.

Es el tercer error que antes o después el sistema, en deriva autoritaria, pagará. El primero fue llevar a los disidentes pacíficos a juicio sin haber cometido ningún delito, ni formal ni materialmente. El segundo, juzgarlos por fascículos.

Inventarse delitos, meter comportamientos discutibles, pero no delictivos, en preceptos del Código Penal a martillazos y pasarse por el arco del triunfo el derecho al juez predeterminado por la ley, es algo que para un jurista imparcial constituyen atentados frontales contra las bases más primarias del derecho a la legalidad sancionadora y al proceso debido, que están en la base de la salvaguardia de los derechos de los ciudadanos ante los que ejercen el poder y tienden a abusar de él.

Ahora, este tercer error, el de empezar como si nada hubiera pasado el juicio ante la Audiencia Nacional, ha atravesado las pantallas de nuestros televisores. Al perseverar en la acusación por rebelión, de los interrogatorios practicados a los cuatro imputados no se desprende qué delito se persigue.

Dejando a un lado la indefensión que eso supone ―tema no menor―, recuerda demasiado a la actividad desplegada por el ministerio fiscal ante el Tribunal Supremo. Fogueados analistas con sede en Madrid ―tanto los que trabajaban para medios madrileños como catalanes― decían, primero, que la Fiscalía iba ganando. Ante la evidencia de lo contrario, predicaron que era una táctica. Al final, alabaron el acierto del Tribunal Supremo que dio una doble bofetada a la Fiscalía: una con cada mano, a pesar de la sentencia sin base legal, desproporcionada y de una crueldad impropia de un estado occidental del siglo XXI.

Los interrogatorios de esta semana fueron la gran ocasión perdida para situar a Trapero al frente de su sueño húmedo: el ejército latente de Puigdemont y compañía. Ninguna pregunta ni ninguna insinuación sobre armas, municiones, planes de intervención... ¡Vaya revuelta violenta sin fuerza armada!

Volvamos a la Audiencia Nacional. ¿De qué alzamiento público y violento ―el alzamiento sigue siendo el núcleo de los delitos de rebelión y sedición― hablan? Cuando Trapero, Soler o Puig se alzaron pública y violentamente y lideraron grupos de gente para asaltar el poder. Laplana ni eso.

Los dos días clave, el 20-S y el 1-O, abrieron todos los negocios que tenían que abrir (al lado de Economia, por ejemplo, una joyería, una farmacia y un banco valenciano) y cerraron cuando finalizó el horario comercial. El 20-S y el 1-O funcionaron sin queja ni interrupciones todos el servicios públicos ―de titularidad oficial o privada―: sanidad, correos, educación, transportes, comunicaciones, banca... El 20-S las diligencias judiciales previstas se llevaron a cabo, contrariamente a delirantes declaraciones de impostado dramatismo de pequeños personajes.

Bueno, una no se hizo, la entrada y registro de la CUP, sede que los militantes protegieron. Sin embargo, vaya, ahora recuerdo que no fue una diligencia judicial, sino una fanfarronada policial sin ningún tipo de cobertura, que se desvaneció con el rabo entre las piernas.

Los interrogatorios de esta semana fueron la gran ocasión perdida para situar a Trapero, Mossos y la cúpula de Interior al frente de su sueño húmedo: el ejército latente de Puigdemont y compañía. Ninguna pregunta ni ninguna insinuación sobre armas, largas o cortas, municiones, depósitos de estas, planes de intervención... ¡Vaya revuelta violenta sin fuerza armada! O es la postmodernidad ―disfraz autoritario― o los catalanes son más raros que la lluvia seca.

Los fiscales siguieron el atropellado relato del atestado con preguntas absurdas ajenas a la realidad, sin conocer la estructura de los servicios gubernativos sobre los que preguntaban, con datos falsos, malas traducciones (el "ja" acabará siendo tan famoso como "la calle Rambla"), números de teléfono inexistentes o inexactos... Todo eso entre frases entrecortadas, interrupciones, giros sobre preguntas inconexas... Encima, como leitmotiv, una y otra vez, preguntando a los interrogados por qué en los atestados se afirmaba lo que se afirmaba. La respuesta, obvia: que se lo pregunten a quien los redactó. ¡Palomitas!

Tres tracas finales. El fiscal más repeinado le pide a Trapero que por qué no manifestó antes su plan de detener a Puigdemont y a los miembros de su gobierno. La defensora de Trapero, la discreta y eficacísima Olga Tubau, lo interrumpió para puntualizar que no era verdad: que su manifestación ya consta en la Audiencia Nacional, ¡en octubre del 2018! Así pues, nuevo, en ningún caso. El fiscal que la conoció en instrucción era el mismo que interrogaba en el plenario. Curioso lapsus.

Con el ego herido, el fiscal se enciende y le espeta a Trapero por qué no comunicó el plan detallado de la detención al presidente del TSJCat y a la Fiscalía. Autorretrato ―uno más― del fiscal: ¿en qué cabeza cabe que un plan secreto sea divulgado? ¿No han oído nunca hablar de filtraciones? Pero el patriotismo de hojalata (Zapatero dixit) lo aguanta todo; como el papel.

De todos modos, según mi opinión, el cenit del interrogatorio de Carballo ―de los de Rubira no vale la pena ni la mención― lo marca cuando se refirió a que, al fin y al cabo, la tarea de Trapero se limitó a enviar a unos policías uniformados en mangas de camisa y gorra de plato a impedir el referéndum.

El lector me perdonará, pero en mi recuerdo del trágico 17-A veo a policías, mossos, en mangas de camisa ―uniforme de verano―, persiguiendo a los asesinos terroristas, tanto en Barcelona como en Cambrils como Subirats. Gracias a los policías en mangas de camisa y gorra de plato.

"Bueno, pues molt bé, pues adiós”. Nada más que decir.