En Catalunya, salvo las escuelas extranjeras, en la escuela catalana el idioma vehicular es —por ley, unánimemente aprobada y nunca impugnada— el catalán. Otra cosa es hacer volar palomas. Y es lógico que así sea, dado que el rasgo fundamental de una comunidad nacional es el idioma propio.

Y aquí encontramos a la madre del cordero: comunidad nacional y lengua propia. Si no se admite que una comunidad nacional está materializada en las nacionalidades del arte. 2 de la Constitución, nacionalidades que del propio redactado del mencionado artículo se deriva que son anteriores a la propia constitución, el sistema político pinta mal y los autodenominados constitucionalistas nos llevan por mal camino. Consecuencia lógica de ser una comunidad nacional es disfrutar de una legua propia que es la piedra angular de esta comunidad. Ahora bien, poco importa si el Estado en que esta comunidad nacional se integra es monolingüe, plurilingüe, centralista, federal o como se quiera. Si la nacionalidad es anterior al ordenamiento jurídico, la comunidad se tiene que respetar y punto. Es merecedora sin excusas ni excepciones a esta condición.

Como toda vida en común, sea de personas o de entes colectivos, hay que encontrar puntos de cooperación y coordinación. Vemos que pasa con el sistema actual. El catalán es la lengua propia de Catalunya y el castellano es la lengua cooficial. En Catalunya, llena de vínculos de todo tipo personales y colectivos —dejando aparte los represivos—, el castellano no es una bagatela. El castellano es una lengua universal y disfrutarla es un auténtico lujo.

Por eso el sistema escolar, como demuestran todas las mediaciones españolas e internacionales independientes, está diseñado de forma que al final de la enseñanza obligatoria los alumnos, sean de origen catalanohablante o castellanohablante, dominen ambas lenguas por igual. Los críticos que dicen que estos datos están manipulados, manipulación que no demuestran, son puros agentes del supremacismo castellano. Cosa parecida a los antivacunas: niegan una evidencia científica. Los alumnos catalanes, sea cual sea su origen sociolingüístico y socioeconómico, se sitúan en la media española del dominio satisfactorio del castellano.

Solo este dato ya tendría que hacer retroceder todos los ataques particulares (muy sesgados si los analizamos individualmente), de partidos políticos y de medios de comunicación y de presión que estropean contra la escuela catalana, la inmersión y todo el catalán en general, diciendo que el castellano está perseguido en Catalunya. Que los castellanohablantes se encuentran, de hecho como si Catalunya fuera Ermua (no sabemos a qué distancia), o Auschwitz, o en manos del Ku Klux Klan (KKK), claras muestras de desconocimiento de la realidad y/o de mala fe que entran dentro de un odio genéticamente enfermizo contra todo lo que es catalán.

De todas las manipulaciones de los supremacistas españoles no hay ningún tipo de prueba. Claro está, la realidad alternativa trumpiana es pura imaginación, cuento de hadas, a la cual no le hace falta ningún tipo de apoyo probatorio.

Esta difamación que va más allá del ataque gubernamental, y se convierte en estigma de todo un pueblo, es imperdonable en aquellos que viven en Catalunya y saben que aquí hay una única sociedad que habla dos, o quizás más, lenguas, modelo, por cierto, avalado como el mejor del mundo por el Consejo de Europa. El Úlster que algunos supremacistas españoles quieren ni está ni estará.

Al final llegaremos al ridículo, pero poco difundido un reciente vídeo de un concejal de C's, en Santa Andreu de la Barca, que se desdice de todos los exabruptos e imputaciones que se hicieron post 1-O a los maestros del IES El Palau. Eso ahora, sin pedir perdón y después de haberlo sometido a un proceso judicial que acabó en nada, porque se había hecho.

De todas las manipulaciones de los supremacistas españoles no hay ningún tipo de prueba. Claro está, la realidad alternativa trumpiana es pura imaginación, cuento de hadas, a la cual no le hace falta ningún tipo de apoyo probatorio: la pura voluntad tóxica de quién manifiesta y difunde estas mentiras con todas las malas artes posibles; el cañón mediático que las apoya es el habitual y con una potencia nada despreciable.

Los sujetos que lanzan sin cesar las mayores atrocidades posibles sobre ciudadanos de Catalunya —todos!—, sus escuelas, sus maestros, sus gobernantes; son coherentes con su marginalidad del electoral. No les importa, sin embargo, no ganar en Catalunya ni ganar Catalunya: saben que la tienen perdida. Creen, eso sí, que les dará votos en España, esta España machadiana, mecida a su subconsciente, que menosprecia todo lo que ignora.

Esta España machadiana existe solo en el imaginario de los intoxicadores e incendiarios profesionales. No me da la impresión que haya un español de pura cepa y de buena fe venido a Catalunya que pueda corroborar las enfermizas informaciones de los políticos y medios intelectualmente de baratillo, de puro saldo. La imagen que esquilan es más de ir con la antorcha que con el agua para apagar el fuego. Los clásicos bomberos pirómanos.

En Catalunya hay paz y convivencia, la propia de una sociedad moderna y perpleja. La crispación es inevitable en este contexto casi universal. Lo que es imperativamente exigible a los políticos (y a los medios que los secundan o, quizás, los dirigen) es que tengan un comportamiento simplemente decente.

De todos modos, sea como sea, la escuela catalana es la nuestra, la de todos. La de todos los que vivimos en este rincón del mundo que se llama Catalunya. La escuela catalana va más allá, mucho más allá, del independentismo: va de una escuela que abre la puerta a la igualdad de oportunidades, sea cual sea la procedencia. Poco más se puede pedir.