Cuando un agente político lanza un mensaje, tiene varios posibles destinatarios. El emisor selecciona su objetivo, lo que los modernos llaman target, para lanzar su mensaje, que puede ser de volumen variable, de escaso hasta universal. En consecuencia, la búsqueda y determinación del destinatario del mensaje se puede volver inútil. Una vez lanzada la misiva, esta adquiere vida y sentido propios. Dicho esto, vamos a los hechos.

El pasado lunes, la exconsellera Ponsatí en el programa de Gemma Nierga en La 2 dijo: "La independencia es tan importante como para valer una vida". Es una opinión personal y seguramente va dirigida al grupo más arrebatado del independentismo. Quizás es un mensaje legítimo, si se piensa en la autoinmolación. No lo será si se trata de invitar a los demás a hacerlo. Sin embargo, más tarde, en su intervención la propia exconsellera descarta la violencia como medio para conseguir el objetivo de la independencia. Se podría decir que se trata de una corrección o atenuación sobre la marcha. Da lo mismo.

Ahora bien, salvo la autoinmolación, que ciertamente ella misma ni insinuó, sugerir que la independencia pueda suponer la pérdida de vidas humanas, sea en la forma que sea, me parece que comporta dos graves errores políticos, pero también éticos.

Por una parte, desde el punto de vista ético, supone someter la vida de los otros a un fin político. Por alto que este sea, revela que la vida es instrumental a cualquier bien o fin que se considere superior a la vida. Una cosa es una opción personal de arriesgar la propia vida u ofrecerla libre y personalmente; otra es menospreciarla porque alguien del grupo o todo el grupo ha decidido instrumentalizarla para la consecución de un fin.

Un movimiento extremadamente cívico y pacífico como es el de la independencia, que ha rechazado la violencia, eludiéndola, recibe una mancha gratuita que le hace perder tanto simpatías como eventuales apoyos

Una mayor cosificación del bien más preciado que tenemos en favor de terceros y por voluntad de estos terceros no alcanza el nivel ético mínimo necesario. El relativismo también tiene que tener unos límites, tenues, pero firmes. Someter la vida a finalidades colectivas, es decir, el individuo al grupo, ha producido siempre trágicas consecuencias. Sin ir más lejos, las guerras son una prueba fehaciente de ello.

El segundo error claramente político y que acarrea el peor de los efectos políticos, el efecto bumerán, es el de aludir, aunque fuera de paso, a que la independencia puede valer vidas humanas. Un movimiento extremadamente cívico y pacífico como es el de la independencia, que ha rechazado la violencia, eludiéndola, recibe una mancha gratuita que le hace perder tanto simpatías como eventuales apoyos. Quedará la duda de si, al fin y al cabo, los catalanes también se suman a la violencia para obtener sus objetivos políticos. Es una mancha que costará mucho quitar.

Si a este desliz o frivolidad, además de la anterior frase post 1-O de la misma Ponsatí de que "íbamos de farol", añadimos discursos recientes del president Puigdemont, en el sentido de que no se llamó a ninguna puerta para la independencia, porque no había nada preparado, el nivel de crédito político, tanto en el exterior como en el interior, queda demasiado con las vergüenzas al aire. Hay que repensar. O mejor pensar antes de hablar, no sea que se confirme lo que ya o se sabía o se intuía, cosa que no dice nada bueno de los que así hablan.

P. S.: Acabado este artículo, veo una polémica que me ruboriza. Primero, un corte de Gabriel Rufián, cuyo enlace no cuelgo por vergüenza y, después, la respuesta de Jordi Sànchez en Twitter, que tampoco, y por los mismos motivos, puedo colgar. La enemistad entre algunos miembros de ERC y JxCat es inmadura políticamente. Si los abanderados de ambas formaciones quieren pelearse y satisfacer sus egos, tan pequeños como su inteligencia política, sólo es necesario que imaginen un próximo Govern de la Generalitat encabezado, por ejemplo, por Salvador Illa. No será ni Madrid ni ningún 155 quien lo habrá impuesto. Tendrán, si llega el caso y en el camino estamos, de ir al rincón de pensar para no volver. Tanta arrogancia inútil nos lleva a todos directos al fracaso y al ridículo más estrepitoso. La confianza ciudadana no es un bien ilimitado y diría que ya está en reserva.