Todos los tópicos suelen tener una brizna de verdad, brizna que no hace que sea algo sustancial. Verdad no es sinónimo de importancia. La Constitución cumple 40 años y ya lleva muchos en crisis, muchos antes del 40: he ahí su verdad.

Buenos compañeros de Madrid me ofrecieron hace un par de años participar en un libro colectivo sobre la Constitución, con comentarios de pasajes de su articulado desde mi especialidad. Lo decliné. He sido invitado a varias celebraciones referentes al 40º aniversario de la Carta Magna. Los he declinado todos. La razón: no puedo felicitarme por un texto que ha sido metido dentro de una jaula de hierro colado y, en expresión del mismo Tribunal Constitucional (TC), se lo ha petrificado. Nada queda del espíritu ni del pacto constitucional del 78.

El pacto del 78, como toda la Transición, es ahora maldito. Creo que es injusto. El 78 se hizo lo que se pudo. Si no se hizo más, es que no se supo más o no se podía hacer más... o se creyó que no se podía hacer más. Quizás faltó punch, como demostró el 23-F: el franquismo estaba en las postrimerías, eran pocos y cobardes, pero les salió bastante bien.

El pacto del 78, como toda la Transición, es ahora maldito; creo que es injusto

La Constitución tuvo una salida de caballo, como pocas otras en la historia contemporánea. En primer lugar, todo el mundo entendió, menos los irreductibles de siempre, que la Constitución era una norma jurídica y, por tanto, como cualquier otra, directamente aplicable por todos los poderes públicos, tribunales incluidos. Los ejemplos son numerosos. Especialmente, la carta de derechos fundamentales y ordinarios no es ni de lejos lo peor del texto constitucional. La prueba de su calidad democrática (y técnica) es que el artículo 22.1 de la Ley de transitoriedad, junto con los derechos estatutarios, la hizo suya hasta que no se redactara la Constitución catalana.

La petrificación llegó con el aznaridad, denominación de Vázquez Montalbán. Entonces dio inicio un rápido proceso de reespañolización. La crisis constitucional estaba servida desde el punto y momento en que el país, la sociedad, la ciudadanía ―llámenlo como queráis― van por unos caminos y la norma queda plantada, anquilosada sin moverse ni un centímetro para dar respuesta a los problemas de una sociedad moderna y canalizarlos.

De las dos reformas que ha tenido la Constitución española, la del 2011 va en dirección contraria a los intereses de la ciudadanía, único caso en Europa. En efecto, se reformó el artículo 135 en menos de una semana del mes de agosto para que prevaleciera la satisfacción de la deuda pública sobre la financiación de los derechos y necesidades de los ciudadanos. Eso es hacer a los españoles constitucionalmente, políticamente y económicamente más pobres, realidad perfectamente alcanzada.

Pero no solo ha sido este corsé acorazado lo que ha impedido la evolución. Comparativamente, el panorama es todavía menos alentador. La Constitución norteamericana (1787) se ha reformado veintisiete veces (es un texto muy corto); la francesa (1958), veinticuatro; la alemana (1949), sesenta y cuatro, y la portuguesa (1974) siete. Constituciones adaptables y flexibles.

Este estado de cosas es consecuencia de la cobardía derivada de empezar una reforma constitucional por miedo a que, más tarde o más temprano, acabara por abordar el dilema monarquía o república

Digámoslo claro: este estado de cosas es consecuencia de la cobardía derivada de empezar una reforma constitucional por miedo a que, más tarde o más temprano, acabara por abordarse el dilema monarquía o república. Esta cobardía por abrir el melón constitucional ha hecho que la norma básica de 1978 se esclerotizara. En eso, estalla en el 2010. Como consecuencia de la sentencia del TC sobre el Estatuto impugnado por el PP se rompe el pacto constitucional y se desata una crisis institucional sin precedentes y sin vías de solución.

Porque no hay vías de solución por el momento (un momento que se avista largo). Ni la parte catalana ni la parte española tienen suficiente fuerza para imponer a la otra su solución. Mientras la parte española no acepte un diálogo, será imposible una solución. Hasta ahora la parte española solo quiere la imposición del sistema constitucional anquilosado, sistema que ha empeorado radicalmente con el tiempo.

En efecto, la base del Estado de derecho en España ha pasado del artículo 1.1. de su Constitución a ser, en palabras de uno de los personajes más temibles de la vida política española, Lesmes, la unidad de España. Desde este punto de vista, los derechos de los ciudadanos ya no son la base del sistema. Al contrario, el sistema irá contra todo aquello, derechos de los ciudadanos o cualquier otra cosa, que los autodenominados constitucionalistas consideren que vaya, en contra, sea por la vía que sea, de lo que piensan que es la unidad de España, es decir, la España eterna.

Ante una crisis, si una de las partes no puede destrozar a la otra, lo que tiene que hacer es seducirla, seducirla mediante un diálogo sincero y de buena fe

Ante una crisis, si una de las partes no puede destrozar a la otra, lo que tiene que hacer es seducirla, seducirla mediante un diálogo sincero y de buena fe. ¿Cuál ha sido la seducción española hacia Catalunya? En síntesis: "Sois españoles os guste o no". El principio democrático, tal como lo interpretó el Tribunal Supremo de Canadá es la base última del Estado de derecho y, excepcionalmente, tiene que prevalecer sobre la ley, singularmente en aquellos casos en que una parte importante de la población de forma constante manifiesta una opinión política disidente de la imperante.

En Canadá el gobierno federal no dijo a los quebequeses: "Sois canadienses y no tenéis nada que pelar". Al contrario, se celebraron dos referéndums. Recuerden el referéndum de Escocia. "Os amamos y no queremos que os marchéis". Eso es seducción. Es decir, seducción es ofrecer una salida digna y democrática a un problema real. Hacer tragarse la piedra del molino por la fuerza no es ni seductor ni democrático. Y, de paso, pero con toda la intención, reitero que la liberación total de los injustamente encerrados presos políticos no forma parte de la seducción: es, simplemente, de justicia.

Hoy por hoy, el problema español lejos de mejorar ha empeorado: en la España eterna, previa (y resistente) a cosas como la democracia, se le ha añadido que su unidad es la base del Estado, no los derechos ciudadanos. Los resultados de las elecciones autonómicas andaluzas, a pesar de los errores de principiante de unos líderes miopes, no son el mejor de los indicios. O sí lo serían si los que están al frente tuvieran el coraje de dar los pasos hacia la resolución. Hacer las cosas bien, a veces, se ve recompensado por el éxito.

Al fin y al cabo, en este contexto de una Constitución maltratada y, por tanto, muy lejos de las aspiraciones del 78 y, por lo visto, en constante marcha atrás, pocas cosas hay para celebrar. Solo podemos trabajar para alcanzar tiempos mejores. También para los españoles que lo quieran.