O la cabeza del caballo en la cama, ahora y aquí en forma de vídeo guardado durante siete años, podría ser el título de esta pieza.

Los hechos son suficientemente conocidos. Cifuentes, ya expresidenta de la Comunidad de Madrid y del PP en esta demarcación, hace cinco semanas fue denunciada por Eldiario.es, en un magnífico trabajo, por disfrutar de un título de máster oficial (los que son paso necesario para hacer el doctorado). Los máster concluyen con un trabajo final de máster (TFM). Nunca lo ha hecho ni, por lo tanto, lo ha presentado ni lo ha defendido.

Una a una fueron cayendo sus mentiras proferidas compulsivamente. En primer lugar: un TFM como el que está previsto en la universidad que dijo que lo cursó, la Universidad Rey Juan Carlos, una universidad muy vinculada, por no decir colonizada por el Partido Popular, tiene 24 créditos ECTS (European Credit Transfer System). Traducido en horas de trabajo, supone un mínimo de 600 horas, lo que quiere decir, a tiempo completo, 15 semanas de jornada laboral, aunque se puede dilatar en el tiempo, pero no indefinidamente. En la época era delegada del gobierno español en Madrid. Calcule el lector el tiempo disponible.

Salen también, en las actas, dos años después de figurar como no prestadas, unas asignaturas que fueron calificadas con notables. En tercer lugar, a pesar de ser un máster presencial, nadie la ha visto en clase. Para acabar de arreglarlo, pagaba las matrículas con retraso.

El pastel se destapa: no aparece el TFM, el acta correspondiente resulta una falsedad que ahora ya está en un juzgado de Madrid por, como mínimo, un delito de falsedad (que comete quien lo hace y quien lo ordena y/o se beneficia). El motivo es bien sencillo: las profesoras que parecen firmar el acta, resulta que no la firmaron, porque no formaron nunca ningún tribunal ni presidieron la defensa pública del TFM.

A parte de que eso ha salpicado —y no ha hecho más que empezar— a cargos académicos de dicha Universidad, a pesar de las evidencias, Cifuentes decía que ella lo tenía todo en regla, que todo era una campaña en contra de ella y se negaba a dimitir. Parecía una política con olfato, sin embargo, una vez más, los que parecen listos, no lo son tanto. Y además, son impudentes. Se llegó a postular para suceder a su jefe de filas, Rajoy.

La contumacia en la confusión tiene premio. El premio fue un vídeo de seguridad de un hipermercado, el Eroski. Es la filmación de su sala de inspección, donde, como todo el mundo ha visto y vuelto a ver, resultó pillada con dos cremas faciales, que, después de no pocas negativas —más mentiras— abona. No acaba aquí la cosa. Según los relatos periodísticos, la seguridad del establecimiento lo denunció, como es preceptivo, a la comisaría de policía más próxima y dos agentes se personaron en el lugar de los hechos. Y parece que todo ha acabado. ¡Qué va!, nace el cremasgate.

Quien se enfrenta al marianismo, apisonadora sin escrúpulos, da igual que sea separatista u otra clase de desafecto al régimen

En efecto, una serie de enormes interrogantes asaltan al ciudadano medio. Primero: ¿cómo es posible que un vídeo de seguridad que se tiene que destruir como mucho 30 días después de la grabación, aparezca siete años después? La destrucción tiene una excepción lógica: que el vídeo sea necesario como prueba en la persecución de un delito. Sin embargo, según nos han relatado, los policías, contrariamente a lo que era en la época su obligación, no tramitaron la denuncia por falta de hurto contra Cifuentes. Nunca se tramitó nada.

Segundo: Si nunca se tramitó ninguna denuncia penal, ¿quién se quedó una copia del vídeo en cuestión, en el cual aparecía un personaje político relevante (en la época Cifuentes era vicepresidenta segunda de la Asamblea de Madrid)? ¿Se lo quedó uno de los policías, uno de los miembros de los servicios de seguridad privada o algún miembro del establecimiento, Eroski? Ni esta marca ni la compañía de seguridad han dicho ni mu.

Tercero: ¿Será, quizás, algún policía quien obtuvo la copia? ¿Uno de los agentes que se personó en el establecimiento? ¿Otro que la recibiera de la seguridad privada o del hipermercado? Habría que empezar por saber qué agentes se personaron en el Eroski en cuestión y cuáles eran los dos miembros de la seguridad privada de servicio aquel día. Eso sí que sería trabajo periodístico de primera y no hacer de estafeta de las cloacas del Estado.

Quarto: ¿Si algún policía consigue esta grabación, la guarda él, la guarda por cuenta de alguien? ¿Hay un mercado, obviamente negro, de grabaciones de celebrities de todo tipo? ¿O hay diversos? ¿Quiénes son los administradores? Más trabajo periodístico de verdad.

Quinto: ¿Quien guarda estas grabaciones está en contacto directamente con el poder o el poder sabe quién tiene grabaciones de este tipo? La conclusión es aterradora: cuando hace falta un incentivo vitaminado, se mete mano en el baúl de los recuerdos y listos. Dimisión en tres horas.

No es un tema menor la ristra de mentiras que Cifuentes soltó una vez más, ahora en su alocución de dimisión. Estas mentiras resultaron agrandadas cuando, con la pantalla del televisor cortada verticalmente por la mitad, a la izquierda salía ella, de blanco impoluto, y a la derecha, una vez y otra, vemos la grabación de la habitación de seguridad del híper.

La moralidad de esta tristísima realidad es triple. Por una parte, las cloacas del Estado funcionan a pleno rendimiento. En segundo lugar, hay servicios de seguridad —hay más de uno— que se venden al mejor postor. Y por último, quien se enfrenta al marianismo, apisonadora sin escrúpulos, da igual que sea separatista u otra clase de desafecto al régimen. Como en la mejor tradición estalinista, los propios disidentes o que parecen dispuestos a no ir al paso que marca el cabo, serán objeto de la misma infamia que el peor de lo marcados a fuego como enemigos del sistema: serán despedazados.

Y lo serán más fácilmente que los que han sido catapultados extramuros del régimen, lanzamiento al cual, ellos, desde dentro, han contribuido con entusiasmo. Como en su hoja de servicios consta haber colaborado en catapultar a los enemigos, no esperan el fuego amigo, la vesánica puñalada por la espalda. Es la rúbrica del poder, del poder absoluto, enseñar con sangre a los propios.

Unos la saben larga y otros no han aprendido nada.