El procés en sentido amplio, es decir, los antecedentes, especialmente desde el 2015, su multijudicialización, la espera de las sentencias, la represión policial y ahora los pleitos sobre la condición de diputado español y europeo y su pleno ejercicio generan un aluvión informativo permanente sin precedentes.

Aunque en buena ―y justificada― medida los independentistas se sienten orgullosos de este estruendo, al cual el Estado responde muchas veces mal y por inercia, el procés ha sido la cortina de humo que ha disimulado el hundimiento constante del sistema del 78. La fachada y muchas vigas todavía aguantan, pero muchas columnas maestras se tambalean. Siempre, hay que decirlo una y otra vez, empezando por la monarquía. Todo son manipulaciones, fisuras y brechas.

Primero de todo, la corrupción pepera. La corrupción pepera, que tiene como aparente máximo exponente la Gürtel. Aparente. Su buque insignia es el Castor, con una indemnización, en 32 días, de más de 1.350 millones de euros y sin expediente, como se demostró en el pleito constitucional correspondiente. Gürtel era la pólvora del rey; el Castor, la real. Trincopolio, vaya.

Dirá el lector que la condena en una rama gürteliana, en abril del 2017, la mayor de todas, donde el PP fue condenado como responsable civil a título lucrativo, provocó la moción sanchista de censura. Mirémoslo dos veces. La moción de censura fue propuesta inicialmente por Iglesias, no por Sánchez. Este se la hizo suya a principios de mayo del 2017. Nadie ha explicado este cambio de protagonismo ni el cambio o conjugación de fuerzas intra y, por encima de todo, extraparlamentarias que lo propiciaron. La moción vino bien, pero liados como empezábamos a estar con la judicialización del procés, la explicación de fondo siempre quedó escondida.

Tan escondida que la moción y la llegada de Sánchez al poder, ratificada con una victoria exigua en las elecciones del 26-A, sirvieron, siempre con el procés en las portadas, para ocultar el cartón-piedra del sistema bancario español, el del rescate de entidades, hundiendo a las personas. La operación de visto y no visto del Banco Popular sería la muestra más punzante, en un sistema en que el Banco de España ya no pinta nada. Quizás sea la falta de ocupación efectiva lo que le motiva a hacer informes que nadie le pide.

El procés ha sido la cortina de humo que ha disimulado el hundimiento constante del sistema del 78

En efecto, el Banco de España dormita, pues ni es, desde hace tiempo, banco emisor ni, desde la crisis, es el regulador bancario nacional. Menos mal que tenemos ―¿recuerdan?― el sistema financiero más sólido y mejor controlado del universo. Pero no sólo el Banco Central Europeo es quien le ha hecho una opa ultra hostil al banco de la madrileña plaza de Cibeles, sino que en el juicio por el caso Bankia ―literalmente paralelo al del procés― ha puesto de manifiesto el nido de incompetencias y connivencias que era el Banco de España cuando era el Banco de España.

No hay suficiente rojo facial ante el espectáculo de las declaraciones de los inspectores y otros altos funcionarios de la entidad nacionalizada en 1962. En fin, estas dos entidades han cumplido como las guardianas del Estado secuestrado por la economía... particular. Diría que eso tiene que ver mucho con la corrupción política.

Todo eso sin dejar de lado otros elementos estructurales debido a su importancia en la ruta hacia el colapso del Estado del 78: la pobreza y la desigualdad galopantes. El último informe FOESSA-Cáritas, de tan sólo unos pocos días atrás, muestra la existencia de trabajadores pobres (más de un 11%), es decir, de conciudadanos que, a pesar de tener un trabajo, no llegan ni mucho menos a fin de mes.

Ligado a la pobreza se presenta el aumento sin precedentes en el mundo occidental de la desigualdad. España es el país más desigual de Occidente. También hemos sabido que 4.000 contribuyentes deben 14.000 millones de euros de la hacienda pública, casi el 1,5% del PIB. Son cifras aterradoras, a las cuales Catalunya tampoco es ajena.

Un estado así es un estado débil. Es un estado que tiene que ganar amigos con premios internacionales irrelevantes y doctorados honoris causa a la troica comunitaria. Entre sus méritos para ser acreedores a tales galardones podemos contar haber llevado la Unión Europea al estado de prostración actual. Claro. Pero qué cabría esperar de Trusk (millonario polaco-americano, incapaz de gobernar la complejidad comunitaria), Juncker (el ideólogo del mayor fraude fiscal del planeta, el Luxliks) o Tajani (fiel escudero de la extrema derecha). Con jabugo y rioja y seguramente otras compañías, consiguieron el apoyo de los 27.

Es necesario preguntarse, pues, con un estado así, y que todavía tiene que dar lo mejor de sí mismo con el rosario de sentencias que quedan por imponer (y el avance de las mismas laminando derechos en abundancia), ¿cómo es posible no haber ganado la pacífica y democrática batalla de la independencia? Amargamente fácil es la respuesta: por una parte, según una de sus protagonistas, iban de farol, y de otra, a pesar de estas debilidades, carencias y desvergüenzas, el Estado es todavía inmensamente poderoso con multitud de resortes.

Gravarse eso a fuego en el cerebro y extraer consecuencias día si y día también resulta capital para perseverar en una lucha pacífica, democrática y con la cabeza bien alta, que será mucho más larga de lo que nos decían ―y todavía dicen― que tienen prisa.

En resumen, el Estado todavía es muy fuerte y el independentismo no lo es lo suficiente todavía. Hay que seguir construyendo, sin desfallecer a pesar de los reveses que se recibirán. Y que el humo no intoxique.