Lo que parecía imposible se ha manifestado: aunque no lo sepamos, estamos inmersos en un mar de violencia, mucho peor que la del País Vasco, todo bajo la batuta de ETA. Los catalanes, embarcados en el procés, con la sandez perdida a causa de los sicarios del terror y empantanados en los hoyos de la mezquindad, no se han dado cuenta de que están rodeados de violencia sanguinaria día sí y día también.

Aunque todavía nadie ha inventado –tiempo al tiempo- atentados como los de Trump en Suecia, por mucho que se mire, se remire y se escudriñe en Google o en la red profunda con el fin de encontrar rastro, no ya de atentados, sino de insignificantes actos de violencia, no sale nada. Cosa extraña: con una Brigada Aranzadi con el turbo-denunciador en marcha no vemos ningún tipo de denuncia por esta causa. Tanto da. Catalunya es el imperio de la violencia.

No es que lo digan modélicos ejemplares de periodistas, merecedores permanentes del Nobel de periodismo –no existe, pero visto lo que se ha visto, tanto da-, o políticos esculpidos en la piedra de la verdad eterna. Es que lo que parecía una anécdota del mal gusto, empieza a ser un mainstream. Es más: es el próximo mainstream tal como toca en plena era de la postverdad y de la realidad alternativa, vaya la mentira por la cara de toda la vida.

Todo disidente del sistema debe quedar convertido en violento. Así queda justificada la manipulación a ojos de propios y de extraños

¿Hacer pasar a los catalanes por violentos, cuando es obvio que no han roto ni un plato, a qué obedece? Es sencillo: contra un enemigo violento, desde la perspectiva africanista de la sangre y plomo, es un enemigo totalmente reconocible. Por lo tanto, todo disidente del sistema debe quedar convertido en violento. Así queda justificada la manipulación a ojos de propios y, creen, de extraños. Cuando el proceso 1001, el que condenó bajo el franquismo a Comisiones Obreras como asociación ilícita, lo hizo en la versión más grave penalmente con un retorcido razonamiento jurídico, abiertamente falso y prevaricador: Comisiones, decía la sentencia, era una organización clandestina y, por lo tanto, violenta. Así quedó.

La incapacidad política del sistema institucional español no se demuestra sólo por su incapacidad para dialogar, negociar y encontrar una salida a un problema político primordial, que afecta a su corazón. Se demuestra, y mucho, en su respuesta. En efecto, busca una respuesta aniquiladora del contrario, de quien piensa diferente, del disidente: africanismo en estado puro. La tradición en todos los sistemas políticos españoles, singularmente de los conservadores, es la expulsión de los disidentes, ya sea con la obligación de exiliarse o con la pena de confinamiento a determinados territorios; de Blanco White a Unamuno es una constante. Pero, como dijo precisamente Unamuno, podrán vencer, pero no convencer.

Hoy día, en pleno imperio de las técnicas de deformación y desinformación, cuyas bases fueron establecidas por Goebbels, la primera gran batalla es la comunicación. La importancia no es el mensaje, su contenido y su correspondencia con la realidad, sino la potencia del mensaje, que se demuestra mediante la ocupación del espacio de debate, intentando doblar el argumentario del contrario. De esta manera, el mensaje deformador tiende, no sólo a ser hegemónico, sino a ser único, totalitario, en el sentido literal del término: intenta modelar la realidad unidireccionalmente, en el sentido de que le sea favorable. Con esta metodología el contrario se pretende que quede aplastado.

Estas técnicas totalitarias, incluso las físicamente violentas, no ganan siempre, y antes del juicio de la historia quedan al descubierto, desenmascaradas. Desde la rebelión de las trece colonias, embrión de los Estados Unidos, hasta las guerras de liberación nacional, se ha superado el relato opresor a pesar de los intentos de hacer pasar por delante de los propios estos acontecimientos por lo que no eran. Al fin y al cabo más fácil ha sido descubrir que bajo la realidad imaginaria de la propaganda del régimen no hay ningún elemento fáctico que la sostenga.

Bajo la realidad imaginaria de la propaganda del régimen no hay ningún elemento fáctico que la sostenga

Todo el sistema propagandístico estatal, desesperado, cada día suma nuevos y sorprendentes, adeptos. Pero esta tradicional univocidad hispánica queda desmentida cruelmente por cualquier observador imparcial de la realidad. Quizás el sueño catalán de la liberación nacional peque de utópico, quizás la mayoría de catalanes que quiere/acepta (observe el matiz) una independencia sea una mera ilusión. Quizás. Lo que no es ninguna falacia es la ausencia de violencia, la convivencia y las ganas de salir adelante. Todo lo contrario de la necesaria construcción de un enemigo despiadado y cruel contra quien, como en el terrorismo vasco –digamos las cosas como son-, el rancio nacionalismo español, no sólo vivía mejor, sino que ha constituido su hábitat natural.

Lo que sorprende de todo ello es que amplías capas de lo que creían un liberalismo español se han demostrado inexistentes. Su desconocimiento de la realidad, que ha contribuido a crear, y su incapacidad política le hace ver lo que no es ni entiende ni está dispuesto a tolerar. Por eso, antes de buscar una salida al callejón sin salida donde se encuentra, crea una realidad imaginaria que cree poder adornar. No son los molinos de viento del Quijote. Ojalá lo fueran. Son los delirios febriles de quien vive fuera del tiempo. Fiebres que harán sufrir a todo el mundo.