Dos hechos simbólicos en menos de 36 horas. El jueves, en el Parlament una mayoría de centro-izquierda reprobó al rey Felipe VI. Horas después el presidente Sánchez tuiteó:

El viernes, en ocasión del besamanos posterior al desfile militar del 12-O, la clase política desfiló en el Palacio de Oriente ante los Reyes y cuando, como parecía que estaba previsto ―tal como relata Mariángel Alcázar en La Vanguardia de ayer sábado―, Sánchez quería ponerse al lado del Rey, fue retirado de la presidencia del acto por los servicios, dicen que protocolarios, de La Zarzuela. El alguacil alguacilado (Quevedo).

Esta serie de hechos en poco menos de dos días pone de relieve significativos puntos del régimen actual. Por una parte, la persona del rey continúa siendo, como dice el artículo 418 de la Ley de enjuiciamiento criminal, sagrada. La misma ley que ha servido de falsa base para suspender a diputados catalanes procesados en un juicio sin delitos. La vigente ley procesal penal española, dictada bajo la vigencia de la Constitución de 1876, contiene todavía expresiones como estas que, por lo que se ve, continúan vigentes. Esta, la última Constitución monárquica, hasta la actual, decía en su artículo 48: "La persona del Rey es sagrada e inviolable". Por lo que se ve, la cosa casi 150 años después continúa.

En efecto, el Parlament, como cualquier parlamento en un estado democrático, subrayo democrático, es el lugar donde se habla, se discute y se acuerdan leyes y resoluciones. Estas últimas, sin fuerza jurídica, muchas veces auténticos brindis al sol, tienen un carácter simbólico, retórico o simplemente de compromiso.

Sin ir muy lejos, rememoremos la condena en el 2002 del franquismo por parte del Congreso de los Diputados, incluido el PP. ¿Qué efectos prácticos ha tenido?: los honores al dictador han proseguido, las asociaciones de los nostálgicos del franquismo son legales, operan abiertamente y sin ningún tipo de restricción ni vergüenza y la Ley de memoria histórica ha sido despreciada, olvidada o apaleada por los que le tenían que dar cumplimiento. Eso es una declaración parlamentaria: aire saliendo de la boca, flatum vocis.

El reproche puede molestar, y mucho, pero no tiene ningún tipo de consecuencia jurídica

No hay que discutir si hay motivos para reprobar al monarca actual. Parece que para la ciudadanía de Catalunya hay de sobra. A diferencia de otros titulares de magistraturas políticas, la reprobación del monarca, que por definición y etimología es sólo uno, supone, sólo retóricamente, ser desaprobado y con él la monarquía. A diferencia del resto de titulares de magistraturas, el reproche que recibe el monarca es directo y sin sustitución, dado que, en la monarquía parlamentaria, el rey no es elegido ni es fruto de ninguna decisión de ningún colegio de electores, como la historia ha posibilitado en otros momentos y lugares.

El reproche puede molestar, y mucho, pero no tiene ningún tipo de consecuencia jurídica. Por lo tanto, lo veo inimpugnable. Con la ley en la mano, claro; con el poder, como la jurisprudencia reciente demuestra, quizás no.

De toda esta rabieta regia quien ha salido maltrecho ―no valen ahora los comunicados a posteriori― ha sido el formalmente republicano presidente del gobierno español. Sale a defender públicamente al Rey y lo devuelven a la cola del resto de mandatarios, cosa que da una idea bastante aproximada de que el protocolo, para algunos, no es meramente simbólico, sino que responde a la naturaleza de las cosas y, por esta concepción, por encima o al lado del rey, nadie: todos debajo, empezando por los elegidos por sufragio universal.

Del rey abajo ninguno, de Rojas Zorrilla, es una de las obras primordiales, del siglo de oro español. Con el Alcalde de Zalamea, Calderón puro y duro, alguien, en la Villa y Corte, las tendría que repasar. El barroco es muy ilustrativo.

PS. Valls, el candidato de Ciudadanos sin Ciudadanos para la alcadía de Barcelona también hizo su tuit:

Llama la atención que un republicano, que lo ha sido prácticamente en toda Francia, y que celebra como fiesta nacional el 14 de julio la caída violenta ―eso sí que fue violencia― de la monarquía borbónica, al pasar la frontera se haga defensor la monarquía. ¿Tendrá algo que ver aquel dicho de "qué acaba en los Pirineos"?