Esta ha sido una semana gloriosa para el régimen del 78. Ha hecho, una vez más, como el avestruz: esconde la cabeza bajo el ala y dice a todo intento de control, por mínimo que sea: no, no, no. Niet, vaya.

No se puede controlar el poder del rey, ni cuando lo es ni cuando deja de serlo. Interpretada su inviolabilidad y su irresponsabilidad como la interpreta el Congreso de los Diputados, se ha creado una impunidad personal que la Constitución ni reconoce ni puede reconocer.

Hace que la gobernanza salte por los aires. Como cuando la abogada del Estado dijo en el juicio contra Urdangarin, su mujer —finalmente absuelta— y otras socias y cómplices, que "Hacienda somos todos", es un mero eslogan publicitario. O, como dijo el rey dimitido, que la justicia es igual para todos. Sólo lemas publicitarios. De democracia y responsabilidad, nada.

Como será por esta irresponsabilidad que no sólo no se puede ya juzgar judicialmente al rey o al exrey, sino que ni se puede opinar sobre su comportamiento. Gracias al CIS no sabemos qué piensan los españoles sobre su rey. Cuando menos, desde el 2015. Será porque la nota cada vez que se ha preguntado era peor que la anterior.

Así, no se puede saber por qué el Rey tardó un año en reaccionar al hecho de que era beneficiario de fundaciones de su padre, fundaciones dotadas con fondos con no pocos indicios de oscura procedencia y ajenas a la retribución de jefe de Estado.

Tampoco podemos saber cosas de otros socios fundadores del régimen del 78. Los partidos sistémicos, con la excepción hoy por hoy del PNV, están trufados de escándalos de corrupción y de otros crímenes de estado, sin que eso haya tenido trascendencia en su existencia y funcionamiento ni en las urnas, expulsándolos del terreno del juego político. Con una excepción: CDC, que, como consecuencia de la sentencia del caso Palau, se ha declarado en bancarrota. Ya veremos, sea dicho de paso, si sus sucesores serán llamados por los acreedores a responder de las deudas de un partido tan generosamente financiado.

Ser constitucionalista del 78 es pregonar la Arcadia del estado social y democrático de derecho y poner la cabeza bajo el ala, como los avestruces, ante los enormes fallos y carencias del régimen

Todos los intentos de investigar en sede parlamentaria la corrupción política han sido fallidos. Limitaciones del objeto y de tiempo han sido los elementos formales que han hecho que encallaran. Pero el argumento de peso, el real, es que los bomberos no se pisan las mangueras. Ningún partido sistémico se suicidaría entrando a saco en los intestinos de los otros. Un sentido de conservación de la propia existencia es más fuerte que cualquier intento de regeneración democrática.

Esto ha llevado también a que, sin que nadie se lo pidiera, Casado dijera esta semana en la sesión de control al Gobierno que no pensaba apoyar una comisión de investigación de los GAL, una vez el lunes desayunáramos informes desclasificados de la CIA, de 1984, que atribuían a una decisión de González la creación de los GAL. Informe, sea dicho también de paso, al cual el PSC, avanzándose a velocidad sideral, le quitó toda credibilidad, aunque era una publicación oficial.

Finalmente, las conclusiones de los abogados defensores, en especial de Olga Tubau, en el juicio contra la llamada cúpula de Interior, desmontaron en nueve horas de alegato final las acusaciones de los fiscales. En una exhibición de mala fe, incumpliendo la ley y sólo aportando como prueba capital la sentencia del procés, que transcribieron a placer, los acusadores públicos hicieron un trabajo, por llamarlo de algún modo, que sólo puede significar dos cosas: o dan el caso por perdido o lo dan por ganado. Tal como plantearon el juicio y como lo cerraron, sin el más mínimo esfuerzo, abona directamente cualquiera de estas dos conclusiones.

O sea, que en una semana se ha vuelto a apuntalar el régimen del 78 por sus gestores: ni se toca al rey ni se toca los partidos sistémicos ni se utiliza el aparato de la justicia para lo que no está pensado. Todo para buscar la propia impunidad y perseguir a los disidentes. Todo ello es obra de los llamados constitucionalistas.

En este contexto, ¿qué es ser constitucionalista del 78? Primero de todo, es ser un conservador donde los haya. Cueste lo que cueste, el régimen del 78 no se toca. Los constitucionalistas son, además, monárquicos, con la convicción de quien sigue un mandamiento del Altísimo. Como todavía dice alguna ley antigua, pero vigente, la persona del rey es sagrada. Por lo que se ve, también lo son determinados partidos y determinados personajes, que encima se permiten dar lecciones de todo tipo tanto a los que los quieren escuchar como a los que no. Ser constitucionalista del 78 significa tener unos derechos fundamentales en la despensa y limitar al máximo su uso. Ni la reforma laboral se anula ni la ley mordaza supera, hoy por hoy, el trámite del Tribunal Constitucional. Ni la ridícula limitación temporal de la instrucción penal.

Ser constitucionalista del 78 también es tirar la corrupción contra los otros, sea cierta o incierta (depende del patriotismo policial de los impulsores) y negar la propia. Ser constitucionalista del 78 es garantizarse la impunidad, manipulando hasta la indecencia el sistema judicial, desactivando los buenos jueces y fiscales: trabas, traslados, sanciones, amputación promocional...

Ser constitucionalista del 78 es pregonar la Arcadia del estado social y democrático de derecho y poner la cabeza bajo el ala, como los avestruces, ante los enormes fallos y carencias del régimen. Fuera de la respuesta represiva, falta la mínima inteligencia política para regenerarse. Eso es ser constitucionalista del 78.

Esto sólo en una semana. Y así cada semana. ¿Por casualidad el avestruz del 78 es inmortal? ¿O quizás hay que ser todavía más democráticamente persistentes? Quizás no estamos más que en mantillas de algo mejor. Me gusta pensar en la segunda alternativa. Pero necesitamos todavía muchas vitaminas. Muchas más. Todavía.