Tanta polémica entre Junts per Catalunya y ERC y los continuos enfrentamientos, que no son de ahora, responden a la lucha por la hegemonía independentista.

La división del nacionalismo catalán es un hecho común tan constante que uno lo considera casi natural. Consustancial con el catalanismo; y no, de ninguna manera se tiene que considerar como un rasgo definidor propio. Es propio de países que viven sin libertad completa para definir por sí mismos un proyecto nacional preciso.

ERC no ha aceptado en el fondo no haber ganado las recientes elecciones al Parlament a Junts per Catalunya. ERC sabe y se siente como el núcleo permanente, fuerte y firme del independentismo, desde el cual Heribert Barrera marcó una vía que de forma plena emprendieron Àngel Colom y Carod-Rovira. Un paso clave para el presente y el futuro del país. Aquí el sólido e inteligente liderazgo de Oriol Junqueras ha marcado un antes y un después en el partido republicano.

La conversión del nacionalismo catalán al soberanismo, la que llevó a cabo Artur Mas desde CiU, fue bien recibida por el republicanismo histórico de ERC. Al mismo tiempo, sin embargo, creían, estaban más que convencidos, que darían el sorpasso en las siguientes elecciones que se convocaran.

La perspectiva del tiempo nos aclarará la razón de no concurrir a unas elecciones conjuntamente ERC y CiU, después del 9-N, en los primeros meses del 2015. Finalmente, fue en septiembre de aquel año. Mientras tanto, y eso se les ha reprochado mucho, apareció el fenómeno Ada Colau, entonces emergente y creativo, aire fresco. Con el tiempo, sin embargo, un ente político indefinido, inconcreto y nada radical, en lo que hoy mueve y remueve los cimientos de la sociedad catalana. Pero que arañó unos miles de votos que habrían sido un tesoro en las elecciones que ganó Junts pel Sí el 27 de septiembre de 2015.

En el mundo nacionalista, se cree que ERC reaccionó tarde para unir las fuerzas de los soberanistas y que desperdició el éxito del 9-N; dejó que transcurriera más de medio año para decidirse. Desde de ERC se afirma que no se podía ir tan rápido. Sí tienen una parte de razón si se piensa en las rupturas, cambios, defecciones, alianzas quebradas y posicionamientos tan diversos que se produjeron en la sociedad catalana cuando fue evidente que no solo era ERC que optaba por la independencia, sino que el centro y el centro derecha nacionalista catalán habían dado ese mismo paso, ahora ya de forma explícita.

En todo el estropicio político no hace falta sino recordar a los frívolos dirigentes que acabaron con la tan prestigiosa e histórica UDC, un partido clave para entender el nacionalismo moderado y de derecha bajo el franquismo. Y qué decir de las piruetas ideológicas del PSC en manos de Iceta o Ros. O también de la decantación sin rubor hacia la extrema derecha de Cs y tantas otras actitudes políticas, sociales, sindicales o culturales que sacudieron la conciencia de miles de personas. De millones de personas. Sin que podamos olvidarnos del crecimiento impensado y sorprendente de la CUP.

El reto del futuro, la lucha por la independencia, es una fruta codiciada que marcará décadas. El camino es irreversible, no tiene retorno, tardará más o menos años, pero lo que es indiscutible es que España un día u otro tendrá que negociar con los dirigentes catalanes, mientras se mantenga la mayoría o la hegemonía del independentismo.

Tanta violencia explícita y judicial, la prisión, las amenazas y el odio responden a la debilidad política del unionismo españolista. Por eso provocan, por eso están tan nerviosos. Los unionistas saben que tendrán poco futuro mientras no ofrezcan progreso, cultura y libertad. Parece difícil que lo puedan hacer negando la mayor, el derecho del conjunto de los ciudadanos de Catalunya a vivir en paz y concordia. En una sociedad que quiere crecer en riqueza y justicia social, en economía y solidaridad. Los valores que precisamente los unionistas niegan. No podrán mantener el éxito electoral yendo a la contra de la gente, de su lengua y cultura, solo con la llamada justicia constitucional haciendo política y sirviendo de instrumento de la policía; solo con los poderes del Estado y sus recursos, la caverna y la Guardia Civil.

El PSC tendrá que rectificar si no quiere ser el monaguillo perpetuo de la derecha españolista y entonces solo podrá mirar hacia el sector independentista. El ir tirando de los comuns seguirá siendo un constante equilibrismo por sobrevivir, pero poco determinará -aunque hay que ver el peso municipal que obtendrán.

Quien queda fuerte, con millones de votos claros y concretos es evidente: ERC y el mundo que rodea al núcleo que ha creado a Junts per Catalunya. Uno opción ganadora, que no es un partido pero a la que el PdeCAT ha dado apoyo. El reto de mantenerse y fortalecerse con líder en el exilio es muy grande.

Aquí está donde nacen los problemas. Toda la legitimidad electoral es de Puigdemont, eso lo sabe todo el mundo, aquí y en China. Los unionistas que hacen las leyes ad hoc para abortar la investidura y los que creen que, si el Estado rabioso y enloquecido por su fracaso no deja tomar posesión del cargo a Puigdemont, la partida puede ser diferente.

Una partida de ajedrez en la que perder es muy doloroso. Unos y otros creen -todos los nacionalistas luchando por la independencia o avanzar hacia ella-, que hay que sacrificar piezas para ganar la partida. La prisión por un lado y el exilio por el otro hacen más difícil la negociación. Líderes fuertes, Puigdemont y Junqueras, decapitados por el PP y sus colaboradores necesarios, el PSOE y Cs.

Gane quien gane a corto plazo, a la larga tendrán que convivir. Lo saben, pero a pesar de todo no llegará la sangre al río; son inteligentes, mucho más que sus represores. Se conocen, se valoran, se respetan y ninguno de los dos será nunca un escollo para hacer viable su sueño más profundo, la libertad de Catalunya.

Los dos tienen un mismo caballo ganador, quizás no lo cabalgarán ellos, pero la fuerza de los votos y la fuerza de la razón democrática avanza y avanzará a pesar de todos los obstáculos de un legalismo español que solo tiene la razón de la fuerza.