Hace años que no voy en avión. Pero me impresionó especialmente escuchar a Josep Maria Flotats en RAC1 el otro día hablando del brutal retroceso de la lengua catalana con el que se ha encontrado después de unos años de vivir fuera del país. Concretamente, llegó a decir: "La normalización ya la hemos perdido. Parece que sea el primer año del posfranquismo; cada vez cuesta más hablar catalán". Es lo que sin duda hemos notado muchos de los que hemos vivido fuera de Catalunya un tiempo en los últimos años, el que fue mi caso entre 1981 y 2010, aunque en las intermitentes visitas regulares yo ya notaba como íbamos perdiendo a cada paso a pesar de la tan nombrada normalización lingüística (NL). Estoy seguro de que una persona sensible con el idioma como Flotats no necesitará demasiadas explicaciones de cómo se ha producido este grave descalabro. Yo —por si le pudiera servir para superar el jet lag del retorno—, en todo caso, le aportaré las que yo he podido recoger o percibir.

Empezaré, pues: 1) hay que partir del punto inicial que es admitir que hablar del catalán como un "idioma protegido" por un marco legal adecuado —como se merecería un idioma europeo con millones de hablantes— es pura fantasía teatral, de la cual Flotats sabe un rato. Porque a pesar de nuestra posible percepción de que el catalán sea un idioma protegido, no es así. Es lo que expuso magníficamente la doctora en derecho constitucional Vicenta Tasa (UV) en una chocante y alarmante conferencia organizada en el Hospital de Sant Pau de Barcelona por Plataforma per la Llengua (28/10/2023, la podéis ver aquí). Dijo que no se puede comparar el grado de protección que dispensa la España posfranquista al catalán (y menos en el País Valencià e Illes) con el de ningún otro idioma europeo equivalente en número de hablantes y presencia en internet. Miento, sí que la doctora hizo una comparación con el neerlandés/flamenco en la ciudad de Bruselas —la histórica capital de los flamencos— donde los últimos cálculos estiman que ha caído hasta aproximadamente un 7-9% de familias que utilizan el neerlandés en casa, cuando este era el idioma mayoritario de la ciudad hace 50 años. La doctora Tasa explicó que el régimen de "protección" bilingüista del neerlandés en aquella ciudad era muy parecido al que se dispensa al catalán en el país donde es también el idioma débil —no obligatorio— que tiene que convivir con uno fuerte y obligatorio, el francés en Bruselas y el castellano en Catalunya. El régimen lingüístico, pues, más que protector del débil, más bien parece una fórmula magistral diseñada para su exterminio en plena edad de la globalización. ¿A alguien le puede sorprender el retroceso del catalán conociendo este dato y la masiva inmigración que recibimos sin poder gestionarla ni acoger adecuadamente desde el punto de vista lingüístico?

2) El pasotismo/incompetencia/inconsciencia —no sé a qué elemento atribuir más méritos— de la Administración ante la evidente indefensión del catalán (1980-2024) no solamente es una segunda razón, sino todo un poema. Recuerdo como mi hermano decía al formar parte del primer equipo de NL de la Generalitat que, cuando hablaba de normalización, "los políticos no sabían a qué nos referíamos". No parecían ver ninguna necesidad —decía— de crear estructuras para asegurarla, ni inversiones que pudieran sustanciar con fuerza un idioma moderno en pleno siglo XX. La prueba la tenemos en 2023 —con la alarmante visibilización de la voluntad de Madrid de exterminar el catalán (gracias, Vox-PP-Cs)— cuando vemos que a la Generalitat catalana no se le ocurre nada mejor para "revertir" la situación que resucitar la esperpéntica dentadura de la inefable Queta, ahora, sin embargo, con 18 años más de sarro y caries múltiples de la modalidad 155. Esta es la cuerda que le quieren dar al catalán —dedicando una tercera parte del presupuesto de Cultura que los países considerados civilizados y sin ningún tipo de incidencia real de las "campañas" de "sensibilización" en la población "real" de nuestro país, que ni se entera.

El ataque al catalán se ha reflejado de mil maneras, empezando por significativos casos de abandono de nuestro idioma en el etiquetado de productos, usos lingüísticos comerciales y publicitarios y un constante downstaging del valor de la catalanidad no solo entre los foráneos, sino entre una parte de los propios

3) La burocratización en que ha caído la praxis de la NL en nuestro país es aterradora. Da miedo. Sin ningún clima de acompañamiento publicitario efectivo, sin trabajar la opinión pública —dejadez de tantos años— los llegados de fuera que se integran en el mundo laboral o en la sociedad catalana tienen la sensación de que el catalán es un suplicio adicional y arbitrario a las dificultades que ya le plantea la vida diaria. Lo tienen que aprender solo por buena disposición, no por obligación ni ninguna necesidad absoluta (por lo inconscientes lingüísticamente que somos los catalanes, a quienes ningún organismo ni entidad ha provisto de pautas de conducta y comportamiento de cara al impulso de su lengua). En este sentido, recientemente he visitado un centro de NL en una población vecina —ya que en mi ciudad de 20.000 habitantes, no hay, por considerarlo demasiado gravoso el Ayuntamiento (¡sic!)— que por falta de local propio, ocupa una oficina en un centro cultural municipal con bar. Con sorpresa vi que en el bar no atienden en catalán, en la TV estaba puesta la TVE1 a todo volumen y en casi todos los letreros no permanentes del establecimiento lucía una falta absoluta de nuestra lengua nacional. Si eso era en el Empordà, ¡imaginaos en la AMB!... La sensación que domina en la NL es de abatimiento del personal, de falta de recursos y presupuesto y un poco margen de iniciativa para poner en marcha dinámicas realmente estimulantes para promover la presencia social del catalán entre la población que vive absolutamente al margen. El concepto de "recuperación" o "fomento" de la lengua es prácticamente inexistente en la sociedad, donde se da por hecho de que el colegio es el lugar que se ocupa de eso. Expresiones o siglas como "Correllengua", "CNL" o "pareja lingüística" no tienen ni una pequeña parte de la presencia dentro de la sociedad catalana que tienen los equivalentes "AEK", "HABE", "Korrika" o "Kilometroak" en la sociedad vasca, donde los conceptos de normalización lingüística y la concelebración del aprendizaje del idioma están incomparablemente más extendidos y presentes, casi acaparadoramente, a pesar de partir el euskera de una situación mucho más crítica que el catalán en la salida del franquismo.

4) A todo ello hay que añadir otro factor más reciente, más perturbador, y del cual todavía se habla poco, que es la brutal oleada catalanófoba que ha recorrido el país desde que nos atrevimos a levantar la voz en defensa de nuestros derechos en 2017. Duele tener que decir que es bien visible en muchos dueños o dependientes del comercio y la hostelería un menosprecio y un rechazo con los que hablamos en catalán contraviniendo incluso aquella idea de que el cliente "siempre tiene razón". La criminalización de que hemos sido objeto al antojo del deep state, con la aplicación del lawfare de una judicatura neofranquista y un espíritu de linchamiento —el mismo Illa incluso lamenta no habernos aplicado el 155 antes— ha facilitado enormemente la creación de un estado de opinión tan anticatalán como antidemocrático a medida que se desmantelaba el nuestro ya escaso autogobierno con el 155. Somos una nación castigada. No solamente han creado un clima propicio para castrar nuestras instituciones —a veces con la complicidad de partidos que osaban declararse independentistas no hace muchos años—, sino que nos han fustigado (una vez más) llevándose descaradamente nuestros bancos, empresas e impuestos con la bendición de un rey abiertamente hostil y claramente alineado con el espíritu de la extrema derecha autoritaria. El ataque al catalán se ha reflejado de mil maneras, empezando por significativos casos de abandono de nuestro idioma en el etiquetado de productos, usos lingüísticos comerciales y publicitarios y un constante downstaging —término que Flotats entenderá enseguida— del valor de la catalanidad no solamente entre los foráneos, sino entre una parte de los propios. Yo, por mucho que proteste, recibo hoy en castellano casi toda la información que recibía en catalán de mi banco hace tres años.

Todo este fenómeno también ha estado bien presente en la cultura. Hemos llegado a la vergonzosa situación de la cinematografía catalana en que solo 6 de las consideradas 20 principales películas catalanas del 2022 hayan sido filmadas en catalán, con una proporción lingüística parecida en los nominados de los Gaudí del 2023. Si a ello le añadimos que los musicales en catalán se han transustanciado casi todos en unicornios, que no puedes pedir un café en catalán en el bar del Palau de la Música (donde en 2019 ya se hicieron más de 60 espectáculos de flamenco), que el MACBA parece que ya no editará documentos en catalán y que se sigue permitiendo a Ediciones Destino y Planeta que premien con importes insultantemente superiores los libros en castellano que no los catalanes —sin que nadie diga nada— el desolador cuadro ya está completo. Y lo comparto con el gran actor Josep Maria Flotats —a quien en mala hora la sobrada (pero tan mediocre) clase política catalana se permitió el capricho de echar del Teatre Nacional el año 1997— con el recuerdo de haber sido de los labios de su hermana Maria Rosa de la que primero oí y aprendí catalán —más allá de mi madre y mis abuelos— en nuestro exilio de Londres en los años cincuenta. A ver, admirado Flotats, si algún día superamos el choque compartido de este triste jet lag, rompemos el pronóstico y entre todos hacemos que el catalán ocupe el lugar que le corresponde entre las grandes lenguas de Europa. A pesar de Madrid, a pesar de Bruselas y a pesar de nuestros políticos.