Cuando Giorgia Meloni consiguió apoderarse del cargo de presidenta del Consejo de Ministros de Italia, hará cosa de nueve meses, la mayoría de ciudadanos de Europa se exclamaron amedrentados ante la irrupción de una mujer a quien algunos mandatarios describieron como "Mussolini con tacones." Meses después, parece ser que la presidenta italiana no encabeza un gobierno autocrático y que en las calles de Roma no han aparecido cadáveres de opositores o de judíos linchados por obra y gracia de escuadrones fascistas. Contrariamente, por aquellas cosis del votar, Meloni, Fratelli d'Italia, y las diferentes coaliciones de derecha ganaron primero las elecciones comunales en Lombardía y Lazio (controlan quince de la veintena total) y después las municipales de esta misma semana, con victorias en seis capitales de provincia y en ciudades como Ancona, gobernada por la izquierda en los últimos treinta años.

A pesar de ser bastante más leída y viajada, la reacción de la progresía italiana más ancestral se ha parecido bastante a la española a raíz del auge de Vox: de momento, la cosa se basa en ver Hitler, Mussolini y Lucifer en cada encrucijada y llenar manta tertulias sobre el fantasma de una ola conservadora de alcance europeo y planetario. El argumento es lo bastante sabido: cuando gana la izquierda, la derecha opina que le han arrebatado un poder que le corresponde por ley divina. En el caso opuesto de victoria conservadora, la izquierda se pone estupenda y simplemente afirma que la peña vota mal. Es en este sentido que la progresía habla de no normalizar la presencia de Meloni y de Vox, como si la aparición de estas formaciones en parlamentos y Ejecutivos fuera un asunto de hace dos días. A toda la pedantería del mundo se añade, of course, la nula capacidad de pensar de una forma mínimamente autocrítica.

Si quieren mantenerse en el poder, valdría la pena que dejaran de insultar a los votantes de Ripoll o de Badalona y que quizás muevan el culo para entender cómo sus vecinos han votado en masa a unos políticos que, qué cosas tiene la vida, hoy por hoy los representan mucho mejor

Así ha pasado especialmente en el Estado de nuestros enemigos, donde todavía no existe ni un solo cráneo privilegiado que explique por qué parte del voto de la clase obrera ha viajado hasta el conservadurismo, sin que eso implique decir a la gente que es imbécil. Ni Dios piensa, en definitiva, por qué Vox se ha quedado a poco más de mil votos de ser segunda fuerza en Mataró, junto a Trias en Nou Barris, o del PP en L'Hospitalet. Sería interesante que todos los politólogos sabiondos que gastan ríos de tinta mofándose de Isabel Díaz Ayuso o de José Luis Martínez-Almeida pensaran si no resulta un poco normalillo que estos dos políticos acaben arrasando electoralmente unos rivales pensados para que ni sus propios votantes recuerden el nombre. Y también habría que examinar la propia conducta, insisto, pues hay gente con muchos doctorados a la espalda que todavía se exclama del escaso apoyo de votantes a Sumar y Podemos, aun conociendo el galdosísimo baile de egos vivido a las dos formaciones.

Esta semana corría por la red una intervención del gran Marc Giró en la cual nuestra vedette decía que mientras la izquierda pasa las tardes discutiendo sobre las notas a pie de página de Marx y Beauvoir, la derecha tienta a sus electores con unas consignas ideológicas mucho más simples y efectivas. Por muy sugestiva que nos parezca esta caricatura —y por mucho que servidor prefiera pasarse horas reflexionando sobre Das Kapital y que sea muy alérgico a los preceptos moralizantes de los conservadores en temas como la homosexualidad o el aborto—, diría que el dibujo todavía mantiene un tufo paternalista. Pensar que la izquierda nunca es responsable, ni de sus errores ni de su mala gestión, es hacerle un magrísimo favor; también describir el auge de gente como Meloni o Abascal apelando solo a su indiscutible capacidad para hacer demagogia y soluciones fast food.

A mí, al fin y al cabo, me la suda bastante, porque me miro este baile desde el calor de la abstención. Pero me pesa aguantar las turras filosóficas de Pablo Iglesias & friends y de toda una serie de gente que, a través de su mear colonia perpetuo, han conseguido reactivar las pulsiones conservadoras del mundo con muchísima más maña que Donald Trump. Si quieren mantenerse en el poder, valdría la pena que dejaran de insultar a los votantes de Ripoll o de Badalona y que quizás muevan el culo para entender cómo sus vecinos han votado en masa a unos políticos que, qué cosas tiene la vida, hoy por hoy los representan mucho mejor. O quizás, incluso, que hacen las cosas mejor.