Claro que pienso en los Jordis, Cuixart y Sánchez. Cómo quiere que no piense en ellos. Por mi trabajo los he tratado a los dos, sobre todo al segundo, con quien incluso he compartido tertulia. Fue en la antigua COMRàdio, en el programa de Jordi Duran, ahora hará unos 8 años.

Pero también pienso en sus familias. Sobre todo en sus parejas. Con Txell Bonet fuimos compañeros de trabajo. En Ona Catalana, a principios del año 2000. Y a Susanna la he ido encontrado a menudo durante este último año. ¿Y, sabe qué me pasa? Que cuando las veo, no se qué decirles. Querría transmitirlas todo mi apoyo, calor, solidaridad y fuerza y no sé cómo hacerlo. Un día se lo dije a Txell. Su respuesta fue que lo importante era estar. Pero siempre acabas pensando que con estar no es suficiente y que querrías expresar alguna cosa más. Pero no lo consigo. Y por eso con Susanna alguna vez hemos acabado hablando de cuándo va a comprar a las tiendas de su barrio.

Y me pasa igual con Laura Masvidal, con quien acabo recordando la cantidad de años que hace que cada vez que nos encontrábamos con Quim, nos saludábamos diciendo "hola, primo", porque mucha gente creía que nuestra coincidencia de apellidos era fruto de un parentesco inexistente. Y yo querría expresarle más cosas, pero no sé más.

Y me pasó el otro día con Diana Riba en el Concurs de Castells de Tarragona. De repente una castellera de los Gausacs me para. Entre tanta camisa de los castellers de Sant Cugat, no la había conocido. No pude evitar recordar aquel mediodía de Sant Jordi del 2015, cuando compartimos un wok con Raül Romeva en el centro de BCN. Y como el pasado Sant Jordi fui a la misma mesa a comer el mismo wok, deseando con todas mis fuerzas que pronto nos volvamos a sentar juntos a zamparnos el wok que nos quedó pendiente. Y sólo se me ocurrió decirle a Diana que le diera un abrazo muy fuerte.

Y me pasa lo mismo con Meritxell Lluís. Procuro transmitirle todo mi apoyo, recordando aquel gesto de Josep Rull en uno de los días muy complicados en los pasillos del Parlament, cuando se desvió de su camino para felicitarme por una circunstancia familiar. Y no lo logro.

Y me pasa lo mismo con Blanca Bragulat y sus maravillosas hijas. Jordi Turull me había hablado de las tres. Muy bien, naturalmente. Pero no me imaginaba que tuviera tanta razón. Y delante suyo me quedo sin palabras.

Y me pasa lo mismo con Montse Bassa. No sé cómo transmitirle la misma mirada de ternura que nos hicimos con su hermana, con Dolors, aquella noche en la escalera noble del Parlament, cuando ella se marchaba hacia Madrid en coche, sabiendo que al día siguiente entraría en prisión.

Y me pasó lo mismo cuando hace unos cuantos meses, al principio de todo, recibí una carta de Oriol Junqueras desde Estremera. Me costó tanto contestarle... ¡Pero tanto! No sabía qué decirle... Como tampoco supe muy bien qué decirle pronto hará un año a Meritxell Serret en una cafetería de Bruselas.

Y me pasa lo mismo cuando me encuentro a Betona Comín; o a Marcela Topor, la pareja de Carles Puigdemont; o a la sensacional Alba Puig, la hija de Lluís Puig; o a los familiares de Carme Forcadell. Estoy allí plantado y acabo hablando de banalidades. Como me pasaría si me encontrara con Marta Rovira, Clara Ponsatí o Anna Gabriel.

Hoy le he explicado este sentimiento a Pol Leiva Cuixart, el sobrino de Jordi Cuixart. Y me ha dicho más o menos lo mismo que en su día me dijo Txell Bonet. Pero sigo teniendo la misma sensación de impotencia, de no saber reaccionar adecuadamente, de no saber expresar suficiente solidaridad y esperanza. Porque, que nadie se equivoque, la cosa no va de independencia sino de personas y de justicia. Y de una lamentable vulneración de los derechos de estas personas y de sus familias. La cosa va de un Estado inventándose la ley para escarmentar a los disidentes. Y ante eso, a estas personas nunca podré ni sabré expresarlas el suficiente apoyo y afecto.