Y siguen llegando vacunas. Menos cantidad de las que nos dijeron, pero de varias empresas, cosa que provoca la alegría de la variedad. Y de la novedad. Y de la comparación. Las unas para todas las edades. Las otras no aptas para boomers. Unas de temperatura siberiana y otras de temperatura en la costa el mes de febrero. Y van creciendo los colectivos esenciales que se añaden a las listas de prioridad para ser vacunados.

Era lógico que primero fueran a por las residencias y el personal sanitario. Esta vez en son de paz. Una fase, por cierto, a la se autoinvitaron políticos diversos, militares y obispos. La trilogía de sospechosos habituales. ¿Y, después de la fiebre inicial de indignación, usted ha oído que haya pasado nada? ¿Algún castigo ejemplarizante en la sala? No. Como era de prever. El mensaje que se ha enviado a la sociedad, una vez más, es para apagar y irse. Es que no han tenido ni el detalle de pedirnos perdón. Es que han vuelto a meársenos en la boca y han dicho que era la tormenta Vaccina. Es que su impunidad es total y absoluta.

Muy bien, pero a partir que tenemos vacunados los más vulnerables y los más expuestos (aparte de los que se han colado), ¿qué hacemos? ¿Por dónde seguimos? Van apareciendo nombres de colectivos como el personal de farmacia, funcionarios de prisiones, bomberos, policías, miembros de protección civil... Como puede imaginar no tengo ningún criterio para valorar si este tiene que ser el orden y seguro que todos ellos (y ellas) tienen que ser vacunados antes que un servidor, por ejemplo, pero si que en la lista echo de menos gremios que (también) han sido muy importantes y de los que todo el mundo se olvida.

Estoy hablando de payeses, ganaderos y pescadores. Vaya, el sector primario. Si cuando empezó todo eso, la gente se mataba por un rollo de papel de WC o por un paquete de harina, imagínese qué habría sucedido si no hubiéramos tenido alimentos básicos como verdura, carne o pescado. Y estoy hablando también de los transportistas (ahora le llaman "el sector logístico"). Aquellos días en que todos (y todas) estábamos encerrados en casa cagados de miedo, ellos (y ellas) iban camión arriba y camión abajo sin saber si aquello que estaban haciendo era peligroso para su salud y hasta qué punto estaban corriendo un riesgo. Y ningún día nos faltó de nada. De nada realmente importante. Porque mire, sin harina para hacer pasteles se puede sobrevivir tranquilamente. De hecho, ¿en cuántas casas se les acabará caducando la harina que les sobró después de hacer el tercer pastel de manzana y acabaron de pastelitos hasta las narices?

Y hablo de los panaderos. Piense por un momento que durante este año hubiera faltado el pan. El caos ciudadano ocasionado hubiera necesitado de un despliegue policial nivel "hoy nos visita Vox". Y hablo de la gente que estuvo cada día en los mercados municipales, en las tiendas y en los supermercados. Y del personal de la recogida de la basura, que tampoco ha faltado ningún día, y sin los cuales se habría generado un grave problema de salubridad. Y de los encargados que hayamos tenido agua, luz y gas. Porque, imagínese todo el mundo en casa y sin electricidad o el resto de suministros.

¿Es más importante un funcionario de prisiones que un payés, un ganadero o un panadero? ¿O mejor dicho, es más servicio esencial el uno que los otros? Insisto, lo desconozco, pero no entiendo el olvido de oficios sin los cuales nuestra sociedad habría colapsado. Todavía más. Aunque fuera como muestra de agradecimiento.