Estos días cada día hace un año de alguna cosa de la COVID. O del COVID. Que ya no sé si es masculino o femenino, aunque hace un año habíamos quedado en que era femenino. Un desconcierto que no deja de ser una metáfora de la cosa. Porque se supone que cuando hace un año de todo, hay cosas que tendrían que estar claras. Y otras no deberían suceder. Y si suceden, deberían explicarse. Aunque sea de vez en cuando, los ciudadanos nos merecemos un poquito de respeto. Y que nos traten como adultos.

¿Y qué sucede que no debería suceder? Pues mire, por ejemplo que la famosa vacuna de AstraZeneca no se administre en España a los mayores de 55 años, al contrario de lo que están haciendo países de nuestro entorno como Italia, Francia, Dinamarca, Suecia, Alemania o Gran Bretaña y siguiendo el criterio de la Agencia Europea del Medicamento. La Generalitat lo ha pedido por carta al Gobierno y el Colegio de médicos y el Consejo de Colegios de Farmacèutics solicitan al Govern que se salte la prohibición, pero el Ministerio no abre boca. Ni sí ni no. ¿Masculino o femenino? ¿Por qué no nos ofrece una explicación? Quizás saben alguna cosa que nosotros no sabemos y, entonces, con más motivo nos lo tienen que decir. Lo que no tiene ningún sentido es que callen y, mientras, se dejen de vacunar miles de personas que por edad deberían ser prioritarias. ¿Por qué? Porque les va la vida.

Un año después sabemos perfectamente quién tiene más riesgo de morir si se infecta de COVID. Y la sociedad tiene la obligación de proteger a estas personas. Debería ser un objetivo fundamental vacunar a estas personas. Y cada una de las que muera porque no se ha tomado a tiempo una decisión que parece muy clara debería pesar sobre la conciencia de quien ni hace ni explica por qué no lo hace. ¿Y al final, qué tenemos? ¿Que, qué tenemos? Pues grupos que no son de riesgo ya están vacunados y grupos de riesgo todavía no. De riesgo de perder la vida, eh. Por una decisión que no se sabe por la que no la toman. Un año después, todo irá bien. Y seguirá yendo bien.

También un año después nos dicen que eso de desinfectar las superficies no sirve de nada porque el virus está en el aire. Y esto lo han descubierto ahora, cuando nos hemos gastado millones de euros en unos productos que ofendían nuestro olfato más que un paseo por la zona de colonias y perfumes de unos grandes almacenes. Y entonces recordamos cuándo en las tiendas nos hacían poner guantes y no mascarilla. Y cómo cuando volvíamos de comprar limpiábamos con alcohol incluso el papel de WC, porque el virus no nos entrara en el cuerpo por la retaguardia. Total, que hemos hecho el primo en una cosa que ya se sabía hace 102 años y medio, cuando aquello de la gripe española.

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Y, hablando de gripe, en este caso de la normal, la de toda la vida... Esta semana nos han dicho que este año sólo ha habido un caso. ¿Sólo uno? Será uno detectado. Porque uno, exclusivamente uno y ninguno más es imposible. Pero, claro, aquí deberíamos recuperar aquel argumento sobre los casos de COVID. Hace un año que damos una cifra de infectados que pasa como real, pero que no lo es porque es imposible saber cuántas personas se han contagiado en un día. O en una semana. O desde hace un año. Sólo lo sabríamos si hiciéramos una prueba a toda la población cada día. ¿Y no es el caso, verdad?

Y una última cosa que alguien nos tendría que explicar. Todo el mundo habla de la variante británica, pero si las fronteras están cerradas y sólo se puede viajar a aquella zona con una PCR negativa, ¿cómo es que la cepa ha llegado a medio planeta? ¿Porque no desinfectamos las superficies con la suficiente fuerza? Un año después estaría bien saberlo.