Le llamaremos señor Margalef. Y diremos que era payés. Y diremos que hace 20 años cogió su familia y se fue de la Ribera d'Ebre. Y diremos que se tuvo que ir de la tierra de sus abuelos porque con lo que le pagaban por sus productos era imposible subsistir. Y diremos que se fue a trabajar a una empresa del área de BCN. Y diremos que hoy desde allí está viendo horrorizado cómo se quema su paisaje. Y como nuestra vida es una mezcla de los paisajes y los olores con los que crecimos, hoy al señor Margalef se le está quemando la vida.

Y ahora que ya tenemos compuesta una situación más que probable, tiremos del hilo. Pero antes, pequeña parada. Sí, ya lo sabemos que los veranos en el Mediterráneo, desde hace muchos siglos, significan incendios. Y ya sabemos que después de este de hoy, dentro de unos años habrá otro parecido. Cada generación tiene su gran incendio. De lo que se trata es que si podemos conseguir que en vez de 20 mil hectáreas quemen solo dos mil, miel sobre hojuelas. Y aquí es donde entra la historia del hijo del señor Margalef, que también vive en la capital.

Diremos que el hijo del señor Margalef tiene 25 años y, generacionalmente, está en el epicentro de esta sociedad que ha conseguido crear la tormenta perfecta: bajo coste y precariedad laboral vendida como economía moderna y abierta.

Diremos que el hijo del señor Margalef trabaja en una de estas empresas de reparto a domicilio de comida cocinada recogida de tu establecimiento preferido. Hace de eso que ahora le llaman "riders", porque esclavos suena feo. El señor Margalef no entiende muy bien dónde está el negocio y hace el siguiente razonamiento: "un plato que en un restaurante vale X, la gente por pereza se lo hace llevar a casa pagando un precio de X+1. Este +1 tampoco puede ser muy elevando porque si no la gente no contrataría el servicio y de este +1 tiene que salir el sueldo de mi hijo y el margen de la empresa. ¿De dónde sale el beneficio?".

Por lo tanto, es fácil deducir que con estos márgenes el sueldo del hijo del señor Margalef no llega ni a ser de mileurista. Y con eso tiene que pagar una habitación en un piso compartido, tiene que vivir y tiene que comer. Al hijo del señor Margalef le gustaría poder comprar productos como los que comía de pequeño, pero resulta que la fruta y la verdura "buena" es cara.

Por lo tanto, el hijo del señor Margalef compra una fruta y una verdura "industrial" con melocotones sin sabor a nada a euro el kilo, naranjas secas a 50 céntimos la bolsa y aceite de oliva que siempre está de oferta.

Resumiendo: el hijo del señor Margalef trabaja horas y horas en una gran ciudad repartiendo comida cocinada para ganar un sueldo que le da a duras penas para comprar el tipo de productos que invadieron el mercado de manera tal que, en su momento, obligaron a su padre, el señor Margalef, a marcharse de La Ribera d'Ebre porque le hacían la competencia a la baja.

Quizás este incendio sirva para acabar de convencernos que hay que cambiar la manera de hacer las cosas. Porque depende de nosotros y de nuestra actitud colectiva que el nieto del señor Margalef pueda volver algún día a casa de sus abuelos y trabajar la tierra como la trabajaban ellos, pero ganándose la vida. Y si eso pasa, el incendio que le toque por generación no será como este desastre de hoy porque los cultivos son el mejor cortafuegos natural. Aparte que el resto de la sociedad comeremos una fruta dulce mucho mejor y consumiremos mejor aceite.

De momento, estaría bien que este verano pasáramos por La Ribera d'Ebre a consumir sus productos. Sería el primer paso para empezar a apagar los futuros incendios.