Aquella madrugada de hace 45 años fue larga. TVE, la única televisión existente entonces, no cerró a la hora habitual, que era hacia las 12, y pasó "Objetivo Birmania" (entonces la TV tenía como un toque de queda y cada noche se acababa la programación con la "despedida y cierre" y no volvían a arrancar hasta el día siguiente a las dos menos cuarto del mediodía). Por la mañana nos levantamos y en Radio Peninsular, la emisora que entonces oíamos en casa, sonaba música clásica. En clase nos dijeron que nos daban 3 días de fiesta y nos largamos tan rápido que si un minuto más tarde hubiera caído el edificio, no habría quedado atrapado nadie. A las 10 de la mañana, todo el mundo estaba pendiente de la pequeña pantalla en blanco y negro y antena de cuernos para ver a Arias Navarro diciendo las famosas palabras de "Españoles, Franco ha muerto", mientras le caía un moco de emoción.

El franquismo había durado 40 años, cinco menos de los que han pasado de la muerte del dictador hasta hoy. Y la pregunta es obvia: ¿Realmente Franco murió el 20 de noviembre de 1975 o continúa vivo? Y la respuesta cae su propio peso. Sólo hay que mirar los escaños del Congreso de los Diputados para ver como allí se sientan decenas de franquistas confesos ocupando los mismos asientos que ocuparon en su momento los "Procuradoras en Cortes" del régimen fascista. Pero es que a su lado hay decenas más que sin declararse franquistas, todavía hoy no condenan el franquismo. Y si todos ellos (y todas ellas) están allí es porque los votan centenares de miles de ciudadanos (y de ciudadanas) a los que el franquismo todavía hoy les parece una idea perfecta. Conclusión: el franquismo sociológico está más vivo que nunca.

Si quiere verlo en persona, hoy en TV1, la misma cadena del "Objetivo Birmania" nos lo ha mostrado del derecho y del revés:

Viendo estas imágenes, queda claro que el secreto para que una dictadura como la franquista continúe viva es que ganó la guerra. Si hubieran perdido, los fascistas habrían desaparecido del poder, no habrían podido robar y saquear los bienes de los perdedores, no serían ricos, no tendrían poder y no hubieran ocupado los lugares claves del Estado. Y sus hijos y nietos, que todavía se pasean por el mundo con la fanfarronería de los ganadores, no ocuparían ahora los lugares que ocuparon sus padres. Por las venas de las instituciones españolas corre sangre franquista. Y eso ya no tiene remedio.

Y como la historia tiene golpes buenísimos, es interesante recordar la diferencia entre ganar y perder justamente el día en que hace 75 años que empezaron los juicios de Nuremberg. Pues bien, mientras las democracias celebran las bodas de platino de cuando la justicia internacional ajustó las cuentas con el nazismo, esta semana en España empezaron la celebración del 20N con destacados líderes políticos en la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados demostrando hasta donde llega su pobreza humana e intelectual. Para intentar romper la coalición PSOE-Podemos, sacaron a pasear a ETA. Sí, sí, la banda terrorista que asesinó por última vez hace diez años y medio, que se cumplen nueve del anuncio de su disolución definitiva y dos y medio que se autodisolvió.

¿Sabe qué sucede?, que el neofranquismo no sabe vivir sin ETA. No saben privarse de usarla para pervertir el debate político. La necesitan para sobrevivir argumentalmente. La paradoja es que los que remueven este pasado son los mismos que dicen que mejor dejar estar los crímenes del franquismo porque hacerlo es abrir heridas. Claro, las víctimas del franquismo no tienen ningún derecho porque perdieron. Y lo defienden unos que se reconocen tan creyentes que no dejan Dios a los demás. Una manera de creer tan extraña que administra el perdón según para quién sea. Sobre todo si es para ellos. Y para los suyos.