Le llamaremos Maria Antònia, pero le podríamos llamar Manolo o Marta. Imaginaremos que tiene un negocio de aquello que toda la vida le habíamos llamado "de estética" y que ahora le llaman de bienestar y otros nombres extraños, pero podríamos hablar de un bar o un restaurante. Durante el confinamiento, Maria Antònia se comió los mocos. Sin cesar. Hasta que sucedió aquello que ahora conocemos como "la primera oleada" y pudo reabrir. Pero, claro, el retorno implicó inversiones no previstas para cumplir los nuevos protocolos. Y sacrificios en forma de menos horas de atención efectiva de público. También por los protocolos. Pero Maria Antònia no se rindió. Y no sólo eso sino que pudo mantener su trabajadora. Y puso a la hija a mover promociones a través de los correos electrónicos de las clientas.

Desde finales de junio hasta ahora Maria Antònia ha seguido las recomendaciones de manera totalmente escrupulosa. Y todavía mucho más. Cuando las clientas llegaban, en la recepción tenían una cestilla de mimbre previamente desinfectada donde dejaban todo lo que llevaban encima y que transportaban personalmente hasta la cabina, también desinfectada. Allí, con la mascarilla puesta y con las manos lavadas con gel hidroalcohólico, se desnudaban y dejaban la ropa en este mismo cesto. Y entonces Maria Antònia procedía a hacer su trabajo, con la pertinente mascarilla y embutida en una especie de traje de astronauta. Y cuando acababa desinfectaba la cabina, la dejaba vacía durante una hora y atendía a la siguiente clienta media hora más tarde en otra cabina que había improvisado en otra zona del local.

Hoy Maria Antònia ha cerrado la persiana. Y no sabe hasta cuando. Porque eso de los quince días no se lo cree. Ella, al igual que pasa con Manolo y Marta son los justos que pagan por todos los pecadores. Ella y miles de personas han hecho lo que tocaba y han puesto en práctica las medidas recomendadas. Y también las que no. Por su salud, por la de sus trabajadores y, sobre todo, por la de clientes y clientas. Con el esfuerzo que eso le ha significado. ¿Y todo eso, de que le ha servido? Si, claro, para evitar la infección de los suyos, pero hay un 60% de probabilidades que no vuelva a abrir. Tanta piedra picada se irá por el desagüe. Y si al final se animara a continuar, ¿con qué moral afrontará Maria Antònia la situación? Volverá a poner en práctica todas las medidas de protección y muchas más, pero cuando llegue la tercera oleada tendrá que volver a cerrar. Y será igual que lo haya seguido haciendo bien.

Hoy Maria Antònia no puede evitar pensar en que si la transmisión se producía en locales como el suyo, y por eso les cierran, pero ella sabe perfectamente que en su local no ha habido ningún contagio, ¿por qué no se han hecho las inspecciones pertinentes y se han sancionado y cerrado los negocios donde si que las cosas no se hacían bien, ya fuera por desidia o por desconocimiento?

Ahora a Maria Antònia, a Manolo y a Marta les prometen ayudas. ¿Ayudas? ¿He dicho ayudas? ¿Cuáles, como las de la otra vez? Hablan de millones de euros qué juntos parecen muchos pero que si los divides por todas las Maria Antònies que existen, sale a 5 euros con 53 céntimos por cabeza. Por decir una cifra. Pero es que hay otra cosa peor y es que volvemos a la paradoja conocida como "La estafa de la financiación autonómica": yo te traspaso competencias y tú las pagas, pero el dinero lo tengo yo. Y es así como la misma Generalitat que tiene la capacidad de decidir cerrar los negocios de las Maria Antònies por el bien de la salud colectiva, después no puede resarcirlas económicamente porque no tiene dinero.

Por lo tanto, mientras se mira la persiana bajada de su local, Maria Antònia ha decidido que su lema a partir de ahora es ¡Sálvese quien pueda!.