Pep Equidistante es razonablemente feliz. Equidistantmente hablando y en general. ¿Por qué? Pues porque desde su atalaya, él mira como se mueve el mundo, observa como -a veces- este movimiento provoca salpicaduras, pero el paraguas protector de su equidistancia militante lo deja siempre seco e impoluto. Vaya, es aquella tranquilidad del "niño no te signifiques" que se traduce en un "si no te significas, nunca te sucederá nada".

Pero, hablemos de este "razonablemente" de la primera línea. ¿Eso quiere decir que Pep podría ser más feliz? No, es justamente lo contrario. Su felicidad no es total porque hay días que viendo -y sobre todo- oyendo según qué, Pep Equidistante está para coger su apellido y lanzarlo mar. Él, una persona que podría vender su sangre en una horchatería, hay días que consiguen ponersela a una temperatura de 101 grados centígrados. Sobre todo esta semana. Por culpa de como diversos políticos tan desvergonzados como impresentables utilizan la lengua catalana para mentir de una forma y manera tan prevaricada como barata.

Porque es que Pep Equidistante será muy equidistante, que lo es, pero tiene ojos. Y orejas. Y circula por el mundo, por su mundo, pero conoce la realidad. Y oye y observa que lo que explican personas que no pasarían un sencillo control antidopaje de la decencia, sólo existe en su delirium tremens. Y este es el gran problema de Pep, que las alucinaciones garbanceras de indigentes intelectuales practicantes del populismo constitucional lo hacen mover del confort de su equidistancia. Y eso lo inquieta. Mucho.

Él habla catalán habitualmente, pero es de los que cree que los que defienden que si en Catalunya entras en un establecimiento público y te hablan en castellano, eres tú quien tiene que cambiar de lengua. Aunque las dos personas sepan hablar catalán. Por educación. Considera que si vas a una clase que está programada para ser impartida en catalán y aparece alguien que "es de fuera", se tiene que reprogramar la lengua de uso. Por deferencia. Y piensa que no pasa nada si un profesor de la enseñanza obligatoria que debería dar las clases en catalán las imparte habitualmente en castellano. Pero no por nada en especial, sino porque lo encuentra normal.

Pero claro cuando oye decir las barbaridades y mentiras que últimamente se han dicho sobre la realidad que él vive cotidianamente, a Pep Equidistante le sale el Almogávar que todos llevamos dentro y se enfada. Moderadamente, por supuesto. ¡Porque señoras y señores, seremos Almogávares en horario de oficina, pero por encima de todo somos catalanes! Pero sí, al final se inquieta. Y mucho. Porque incluso a él, la indignación le remueve los intestinos. Y eso es jodido, porque le hace venir hambre. Y entonces come. Y se engorda.

Por suerte, al final se impone el seny (con la "ny" como si fuera una eñe), una palabra muy catalana que cuando en Madrit (concepto) se valora positivamente como actitud le llaman seni, y Pep Equidistante acaba preparándose un caldo de trankimazin y una tortilla de valeriana. Y se calma. Mucho. Y se va a dormir, pero muy inquieto. No porque los bárbaros zascandileen tan alegres como impunes por nuestras vidas y no tengan ni un triste dolor de barriga, sino porque a él le provocan malos pensamientos en forma de duda. Y esto si que no se le hace en un equidistante como Dios manda.