No me he repuesto. De la sorpresa. Claro, hablo de la inesperada reelección de Florentino Pérez como presidente del Real Madrid. Sobre todo por la forma. Elección automática. Por falta de rivales. ¿Quién se lo podía imaginar, verdad? A ver, sí, quizás las condiciones para poder ser candidato son tan... digamos... ¿"estrictas"?, que no se ha podido presentar ni Dios. ¡Ay perdón! Quería decir nadie, porque en el Real Madrid sólo hay un Dios. Y, casualmente, es Florentino.

En la liga española de fútbol profesional masculina todos los clubs son sociedades anónimas menos cuatro: Osasuna, Athletic Club, Real Madrid y Barça. Eso quiere decir que estos equipos son empresas que fabrican fútbol y las gestionan un grupo de socios del club que tienen que cumplir unos requisitos económicos para poder presentarse a unas elecciones donde el resto de asociados eligen al presidente y la junta depositando papeletas en urnas. El resto de clubs son empresas pero compradas por alguien que tiene bastante dinero como para hacerlo y que previamente no hacía falta ni que fuera socio, o que ni siquiera supiera dónde estaba la ciudad que lleva el nombre del club que ha comprado... ay no, que eso iba al revés. Perdón. Y en vez de una directiva tienen un consejo de administración.

Pero resulta que en tres de los cuatro casos eso de las elecciones funciona como en Rusia, donde la gente puede elegir entre Putin y Putin y al final siempre acaba gobernando Putin. Y en el club que queda, no, las cosas no funcionan exactamente así. No sólo no se presenta sólo uno sino que das una patada al suelo y te salen mil cuatrocientos veintiocho precandidatos que, finalmente, acaban reducidos a tres o cuatro.

A ver, con todo el respeto y amor para el Osasuna y el Bilbao, equipos entrañables que siempre nos hacen sufrir cuando nos lanzan un córner en contra y que han tenido jugadores como Pizo Gómez o Jon Andoni Goiko y Andoni Goikoetxea o Julen Guerrero -respectivamente-, no es lo mismo presidir estos clubs que el Real Madrid o el Barça. Por presupuesto, proyección, dimensión, contactos, titulos o fama. Por lo tanto, parecería lógico que para poder ser presidentes hubiera bofetadas. A pesar del tema de los famosos avales, claro. Pero no. Bien, espere que especifico. Hay pero sólo en uno. Donde, además, hay bofetadas siempre y en general y no sólo para presentarse a las elecciones. En cambio los blancos son una especie de monarquía que pasa del padre al padre. Otra vez. Y allí se queda. ¿Muy normal no sería, verdad? Y este es el gran misterio de la cosa.

Los que entienden deberían estudiar este fenómeno que, al menos, es tan misterioso como esto del monolito de Platja d'Aro, que aparece y desaparece como Toni Cantó lo hace de los partidos políticos a los que pertenece. Es que allí (en Madrid, quiero decir, no en Platja d'Aro) por no tener, no está ni el típico aspirante pintoresco que regala pizzas y tatuajes a cambio de una firma. Quizás tiene que ver con la conocida capacidad de división de los catalanes, que de las piedras hacemos panes, sí, pero que cuando nos juntamos dos, fundamos tres asociaciones. Es aquello del café de arriba y el de abajo, Tarragona y Reus y Sabadell y Terrassa, el TNC y el Mercat de les Flors... Bueno, ¿y no hace falta que entremos en política, verdad?

Si fuera así, efectivamente el Barça sería el club de fútbol más del país de todos y el cruyfismo y el nuñismo simplemente serían las expresiones de su catalanidad más arraigada. Por autodestructiva.