Es posible que a usted no le guste la Campos y que considere que sus programas hace falta mirárselos con un paraguas anticaspa. Si es así, tiene que saber que hay millones de personas a quienes les encanta la Campos. Y este es el motivo por el que ella hace un programa de TV y usted, no.

Con Rajoy sucede lo mismo. Tiene mucho público, y fiel. Mucho. Pase lo que pase. Ni Gürtels, ni Bárcenas, ni "Luísfuerte", ni las fidelidades confesadas en público a Paco Camps y a Rita Barberà. Nada. Y este público que tiene, siempre irá a votar porque no se desencanta de nada, al contrario. Y lo votará siempre a él. Como continúan y seguirán mirandose a la Campos. ¿Por qué? Porque Rajoy y la Campos son como sus vecinos. Como el cuñado y la cuñada. Les son próximos. Los ven cómo alguien próximo a cómo son ellos (y ellas).

Rajoy es España. Guste o no a algunos. Rajoy ha sabido hacerse suya una cierta idea de lo que tiene que ser la nación española y que es la que coincide con la visión de una mayoría de españoles. Y coincide con que son los que siempre van a votar y que nunca fallan.

Rajoy es la España de americanas de Exclusivas La Moderna, corbatas anodinas y carcundia general. Es una rana con la boca abierta para poner los huesos de oliva. Es la Cibeles dentro de una bola con agua a la que das la vuelta y nieva. Es un perro de cerámica de tamaño natural en el recibidor de casa. Es alguien que ha pasado por Zaragoza y te trae adoquines, aquellos caramelos gigantes que no te caben en la boca. Es un enano de jardín pintado de torero. Es ir a ver una actuación de Mari Carmen y sus Muñecos. Es un cojín recubierto con macramé y puesto en la luna posterior del coche. Es hacer una despedida de soltero (o de soltera) paseando en limusina. Es llevar una chapa en la solapa con la cara de Chaplin. Es pedir piña al kirsch de postres. Es llegar a la barra de un bar y decir: "Niño, a mí ponme un lumumba y a mi colega un destornillador de limón". Es la figura de un payaso triste encima de una máquina de coser tapada. Es un Papá Noel con lucecitas colgado del balcón. Es el tuneo. Y lo que usted quiera añadir.

Rajoy es muy hábil. Por haber visto qué producto tenía que dirigir a la mayoría social y, también, por haber hecho virtud de la inmovilidad. No diga "Wait and see", diga Rajoy. Él sentado y sus enemigos se van cayendo. Dentro y fuera. Dentro ha vencido a la insistente Espe y ha desactivado a la poderosa FAES. Fuera ha convertido al PSOE en un voraz agujero negro que tritura su propia masa oscura.

Rajoy ha dejado con un palmo de narices a los que no hace mucho teorizaban sobre el fin del bipartidismo y anunciaban la llegada del cuatripartidismo, y ha instaurado el monopartidismo con apoyos como el de Felipe González.

Rajoy ha resucitado como ágoras de opinión a zombis resentidos como Corcuera y Leguina y ha hecho que los medios que, encantados de la vida, le hacen la ola les inviten a vomitar bilis. Medios que le hacen la ola, por cierto, con una total sumisión porque el Ibex otorga o elimina publicidades que salvan muchas cuentas de resultados.

Rajoy, en definitiva, es presidente con el apoyo de Ciudadanos y del PSOE, pero sin haber pactado nada con ellos. Sin haber cedido en nada. A cambio de nada. Él no ha ido a la montaña sino que ha sido la montaña la que ha ido a él. Después de un año de un gobierno en funciones, que no ha gobernado pero durante el que ha llenado los tribunales de demandas contra el proceso y contra todo lo que llegaba de Catalunya. Para convertir a la Generalitat en una diputación de segunda.

Y todo eso lo ha hecho porque Rajoy ha conseguido ser la España sociológicamente mayoritaria.