Te levantas por la mañana, pones la radio, o la TV, o miras los digitales y, como decía mi abuelo, es pa mear y no echar gota. Por culpa de la incapacidad política de ponerse de acuerdo entre ellos (y ellas), ahora tenemos que soportar otra campaña electoral. Y ya sabe usted que esto de las campañas es como aparcar en un centro comercial el día del Black Friday (aquello que antes le llamábamos las rebajas): siempre puedes bajar una planta más. La diferencia entre los parkings de los centro comerciales y las elecciones es que los primeros tienen un límite de profundidad antes de acabar dejando el coche en las cloacas.

Pero lo hacen a propósito. Eso del nivel paupérrimo, quiero decir. Al final, la nueva política era eso, decir el máximo de imbecilidades con el objetivo de desmovilizar a los votantes de los rivales y motivar a los tuyos. Que llegue un punto donde el candidato del partido A consiga en el votante del partido B aquella sensación del ¡basta, basta y basta!. Se trata de provocar nuestra rendición moral ante la estulticia y la estupidez universal. ¡Muera la inteligencia y que los míos me voten a mí!

Con este panorama, la política sólo se puede regenerar de una sola manera, girando el sistema de voto. ¿Cuando usted se levanta y empieza a oír gente impertinente desbaratándole el día ya de buena mañana, de manera tal que acaba dedicándoles graves improperios emitidos desde la ducha, usted tiene muy claro quiénes son los malos, ¿verdad? Y también las malas, naturalmente. En cambio, usted tiene dudas y más dudas sobre a quien votar. No sabe exactamente del todo cuáles son esta vez los suyos. Aquellos de allí hicieron aquello que no le gustó nada, estos otros no harán lo que dicen que harán que usted ya se les conoce y los de más allá dicen mucho pero a la hora de la verdad no hacen nada.

¿Solución? El voto inverso. O sea, listas abiertas votando a los candidatos que más nos repugnan. Y ganan los que sacan peores resultados. ¿Y qué ganan? Pues no poder presentarse a las dos elecciones siguientes, por ejemplo. De esta manera, dejarían de ensuciar el sonido ambiente durante un tiempo. ¿Y por qué los dejamos volver? Porque somos una sociedad inclusiva partidaria de la rehabilitación. Incluida la de los cretinos. Ahora bien, que al cabo de las dos elecciones de castigo vuelven y continúan igual, la segunda vez quedan inhabilitados para siempre.

¿Quién mandaría, entonces? Los menos votados. Los mejores de entre los peores. Es decir, los que provocaran menos rechazo a la ciudadanía diversa y soberana. Quizás no serían los más válidos (o sí) pero en todo caso estarían donde están por no haber dicho las cosas más molestas, agresivas, impertinentes e insensatas sino por todo el contrario. Que tal como va el mundo, es muy de agradecer. ¡Viva el mundo educado y de gente que no excreta impertinencias!

Sería la manera de poder ducharnos por la mañana sin que nos entren ganas de reventar el tarro de nuestro gel hidratante y sin sulfatos contra el espejo del lavabo.