Esta mañana, a toda prisa, han aparecido unos cuantos videntes de lo que nunca acaba pasando. Y ha dicho que el Procés estaba muerto. Que nuestroseñor Jesús les conserve las uñas de los pies, porque lo que sería su capacidad de análisis y de entender la mayoría de la sociedad catalana ya son irrecuperables. Y para demostrar el error, horas después el juez Llarena ha tomado una decisión que ha hinchado el Procés (y algunas otras cosas más corpóreas) a niveles no vistos desde hacía meses.

Incluso los que somos de letras conocemos aquel principio físico que dice que cualquier actuación provoca un efecto. Por lo tanto, es evidente que la decisión del juez tendrá consecuencias. Políticas, económicas y sociales. Ahora mismo es imposible saber cuáles y de qué magnitud, pero quién piense que no sucederá nada, comete un error. Un grave error. Como creer que el Procés estaba muerto. Hoy hemos visto las primeras. Consecuencias. Y vendrán más.

La decisión del señor juez ha ofendido la inteligencia de los catalanes indepes y de muchos que no lo son. Ha pasado como el 1 de Octubre. Aquel día miles de catalanes que no tenían pensado ir a votar, cuando vieron las imágenes de la salvajada, acabaron poniéndose la chaqueta y saliendo a la calle. Y algunos, incluso, acabaron votando Sí sin ser indepes.

Hoy, ahora mismo, nueve personas están en prisión por la decisión, no ya discutible, de un juez, sino porque un Estado ha decidido, a través de un juez, aplicar prisión provisional usando una ley inexistente y en base a unos informes de la Guardia Civil con un rigor de tal magnitud que no servirían ni como trabajo de final de curso de P4. Y la farsa sustenta unos cuantos autos que algún día serán estudiados en las universidades. Para mostrar cómo se vulnera el estado de derecho. Concretamente usando la parte de las ingles. Sirva este fragmento del auto bautizado como "Causa especial" de ejemplo del nivel que nos sitúa en una especie de inmenso monólogo de Jaimito Borromeo.

Y súmele al despropósito el simpático efecto VOX, la cebolla que está escondida en todos los platos. Dicen que son un partido político, pero realmente son la segunda parte de Manos Limpias. Y hacen el mismo trabajo que hacían ellos. No son ningún partido sino un grupúsculo de ultraderecha del que nadie sabe de donde le salen las misas y que tienen tanto de partido político como aquellos tenían de sindicato.

Total, que la gente estaba tranquila, pero calentita. Era un incendio mortecino. Y hoy Llarena y el Estado le han lanzado al fuego la producción anual de gasolina de la OPEP. Y el Procés que algunos veían en el tanatorio resulta que continúa con su habitual mala salud de hierro. Con todos sus errores. Con todas sus imperfecciones. Con sus exageraciones de la realidad. Y con la habitual desunión que tenemos incorporada a nuestro ADN. Sí, sí, con todo lo que usted quiera. Y más. Pero tener delante un Estado decidido a violar impúdicamente las leyes para aplastar al disidente es una ayuda impagable. Triste pero real.

El Estado está intentando arruinar de la forma más vulgar y miserable posible la vida de quien considera los líderes de su gran quebradero de cabeza. Si descontamos los 9 que hoy están en la prisión, todavía les faltan unos 2.999.991. Aproximadamente.