Penélope ve cómo su marido Odiseo se va a la guerra de Troya. Aprovechando la larga ausencia que parece eterna, varios hombres intentan casarse con ella. Para sacárselos de encima, ella les dice que escogerá a uno cuando acabe el sudario que está tejiendo para el rey Laertes, que es su suegro. La cuestión es que para alargar la cosa a la espera de que vuelva Odiseo, Penélope se pasa el día tejiendo lo que después desteje por la noche y, de esta manera, el sudario quede siempre empantanado y acabe por no pasar nada. Pues bien, esta leyenda, sin saberlo, explica la relación entre Catalunya y España.

Los catalanes somos Penélope de día, la que teje pactos para no acabar ahogada, la que busca negociar para sobrevivir, la que intenta arañar alguna cosa y que cuando consigue unas migajas (titas, titas) manifiesta una alegría desbordada que nunca se corresponde con la realidad, pero en el fondo ya somos felices cuando nos pasan la manita por el hombro en vez de cascarnos una patada en el paladar con unas doctor Martens con puntera de acero. En cambio, España es la Penélope de noche, la que cuando aquí has conseguido un gran acuerdo que te ha costado sudor y sangre y que no es tal, a la que te giras ya te lo han desmontado todo y, además, se te han llevado los utensilios de tejer y acabarás pagando los nuevos.

Todos (todas y totis) los catalanes somos o hemos sido alguna vez en la vida Penélope de día. Porque todos hemos pensado en un momento u otro que realmente era posible tejer con Madrit (concepto) un acuerdo, una solución, el encaje. Todos hemos sido como los personajes de aquellas películas del género que antes le llambámos de "suspense", que están cerrados en una habitación de un lugar que da mucho miedo (un castillo con tormenta, una casa medio abandonada, un sótano mugriento...), y donde un catalán sale a ver qué pasa y no vuelve, que otro catalán se marcha a buscarlo porque él sabe como y donde encontrar al primero y tampoco vuelve, que un tercer catalán también va porque cree tener la solución para los dos anteriores y tampoco lo vemos más... Hasta que al final todos los catalanes desaparecen y en la sala sólo queda vivo uno: el español.

Aquí tejiendo con poco aire y allí destejiendo las migas conseguidas por este pactismo del cual tenemos tanta fama y que ya no nos funciona ni entre nosotros. Sólo hay que ver como van los puñales entre la Catalunya postconver que ha estallado en mil añicos, la que amplía la base con amor y sobre todo con pujolismo 3.0 y la Catalunya que toda la vida ha ido a la suya y en una dirección que siempre acaba en un barranco por donde acaban cayendo los dos citados anteriormente.

De día pactamos grandes traspasos en infraestructuras, hacemos grandes anuncios, llamamos a las majorettes y al hombre que lo tenía todo doble y lanzamos confeti cortado a tijera. De noche nos ejecutan el 13,56% del presupuesto. Y eso el año que tenemos muuucha suerte. De día conseguimos el traspaso de Rodalies y hacemos una fiesta donde llueve papayas y actúan Los Amigos de Txarango de les Arts. De noche el traspaso consiste realmente en decidir dónde enchufamos la máquina de vending de la estación de Picamoixons. De día pactamos que las plataformas de contenidos por streaming incluyan en sus catálogos un 6% del 15% del 20% del 30% del 28% que corresponde a lenguas cooficiales y estamos encantados con el éxito. De noche nos cae la sentencia del Supremo sobre la inmersión lingüística en las escuelas.

¿Qué es lo que todavía no hemos captado del mecanismo? ¿Cómo es que no hemos entendido que antes marcará un gol al Barça que nosotros tejeremos un triste sudario que durará hasta el día siguiente? (que ya es decir). Que, por cierto, es una cosa SEN-SA-CI-O-NAL porque no estamos hablando de tejer un vestido para ir de fiesta sino un sudario, que es una metáfora de derrota de entre las derrotas. Sí, porque si no somos capaces ni de conseguir una tela para tapar un muerto, ya me explicará usted qué panorama más estimulante.