Marchena ha dicho "Visto para sentencia. Abandonen la sala" y la imagen del juicio ha desaparecido de nuestras pantallas. Para siempre. Ya está. Se ha acabado. El juicio ya es pasado. Ya forma parte de la historia del país y de la particular historia de cada uno de nosotros. "¿Cómo seguiste el juicio?", nos preguntaremos los unos a los otros dentro de unos años.

Han sido cuatro meses viendo la mesa de los que declaraban y a los que la sala oía "con sumo agrado". Han sido más de 50 sesiones con los cuatro banquillos de los acusados puestos de tal manera que parecían una vagoneta de la montaña rusa. Y a su alrededor el tribunal, los fiscales, la abogacía del Estado, la acusación particular ejercida por un partido de ultraderecha y franquista y los abogados de los presos políticos. Todos ya eran como de la familia. Mirar el juicio se había convertido en una rutina. Tanto, que más de una persona me ha comentado que lo añorará.

Hemos tenido tiempo para observar todos los detalles de la sala y nuestro cerebro ha retenido aquel tono general de colores amarronados y avinados. Y aquel mármol de la pared del detrás del excelentísimo tribunal que mezcla gris claro y oscuro, una cosa como verdosa y un aire a color cobre. Y la alfombra de goma del suelo, tan horrorosa como poco comentada, y que estaba situada en los laterales de los banquillos de los acusados.

Pero sobre todo hemos visto a los 9 presos políticos. Desde que habían entrado en prisión sólo habíamos visto la famosa foto de los 7 hombres en Lledoners y de ellas no habíamos visto ninguna imagen. Era cuando nos preguntábamos si harían buena cara, si estarían más delgados o si los notaríamos muy cambiados. Y ahora les hemos estado viendo cada día. Y les hemos oído hablar dos veces. Y les hemos visto tomar notas, y reír, y charlar, y comentar la jugada, y bostezar, y tener cara de cansados, y de cabreados. Estaban en prisión pero nosotros les veíamos cada día un rato. Y les teníamos con nosotros.

Les veíamos en la TV y parecía que estaban en el comedor de casa. Mirándolos por el móvil, creíamos compartir con ellos el asiento en el tren. Siguiéndolos por el ordenador, desayunábamos juntos en el trabajo. Contemplándolos por un monitor, hacíamos deporte conjuntamente en el gimnasio. Y teniéndolos en la tableta, aprovechábamos para comer juntos. Pero a partir de mañana dejaremos de verlos durante un tiempo. Sí, Quim Forn vuelve a casa el viernes para asistir al pleno del ayuntamiento de BCN, se volverá a marchar el sábado y posiblemente retornará la próxima semana ya con todo el resto. Y de esta manera podremos volver a decirles buenas noches a todos a grito pelado. Y ellos nos responderán. Pero su imagen desaparecerá de nuestras vidas. Estaremos un tiempo sin verlos. A no ser que el Estado opte por intentar empezar a solucionar las cosas y decrete su libertad a la espera de la sentencia. Ojo, que tampoco sería nada extraño, eh. Los del caso La Manada y los del caso Blanquerna, a pesar de estar ya condenados con sentencia firme, si ahora mismo les apetece se pueden estar bebiendo una cervecita fresquita delante del mar mientras esperan la resolución de los recursos.

Sí, porque ahora la pelota está en el tejado del Estado. En Madrit (más concepto que nunca) tienen que decidir cómo afrontan la cuestión catalana 2.0. Como me dijo una persona con responsabilidades en el Gobierno del PP con los que "empezó todo" y partidaria de intentar la vía "dialogada": "No podemos hacer desaparecer a más de dos millones de personas". Y es exactamente eso.

España tiene que decidir cuántos centenares de miles de catalanes suma a los centenares de miles que ya ha perdido para siempre. La sentencia del Estatut, la cuestión catalana 1.0, nos ha llevado hasta donde estamos ahora. Todo lo que ha sucedido después es consecuencia de aquel inmenso error parido para ganar cuatro putos votos. Dependiendo de cómo sea la sentencia del escarmiento al Procés, puede pasar aquello pero multiplicado por decenas de miles porque hay prisión por el medio.

Según cuál sea ahora la respuesta del Estado puede pasar como a veces sucede en las inmensas extensiones de hielo de los polos. Se oye un enorme ruido y una grieta ya existente se abre espectacularmente, dando paso a una grieta todavía mayor que ya hace irreversible que, más tarde o temprano, un inmenso iceberg se separe de la gran masa de hielo. Y se desgaje para siempre.

Del Estado depende crear definitivamente un iceberg que en vez de decir "¡Adiós Polo Norte!" diga "¡Adiós España!".