Lo tengo decidido. El miércoles me pasaré el día yendo arriba y abajo por todas las autopistas donde he tenido que pagar peaje desde que fue inventado el motor de combustión. Y cuando cruce la valla, entonces ya levantada para siempre, haré unos cortes de manga tan fuertes que es probable que me fracture los dos húmeros. Por diversas partes. El problema es que, mientras vaya sacando al demonio que llevo dentro de mí, no podré evitar hacer aquello tan catalán de preguntarme: "¿Y eso quien lo pagará a partir de ahora?".

Porque si una cosa hemos aprendido es que cualquier oferta, rebaja o descuento lo acabas pagando por otra parte. Porque aquí nadie regala nada. Nunca. Por lo tanto, si el miércoles usted ve a un individuo haciendo gestos manifiestamente obscenos justo delante del agujero donde hasta no hace mucho he introducido sin cesar mi humilde tarjeta de débito, pero a la vez pone más cara de preocupación que el empleado del Barça que paga las nóminas de Griezmann y Umititi, este individuo es un servidor.

Y aquí estoy, el domingo antes que la humanidad devuelva a la dura vida cotidiana posverano debatiendo conmigo mismo si estoy a favor o en contra de los peajes. Este invento con el que me he cagado repetidamente durante años y con el cual lo seguiré haciendo a partir de pasado mañana cuando utilice la autopista de Manresa o los túneles del Garraf. Unos peajes que continúan vivos y que tienen un precio que compite con el megavatio-hora. Porque resulta que las autopistas no se mantienen solas.

Y porque la realidad dice que hay que destinar dinero a carreteras y autopistas para que no acaben convertidas en el terreno perfecto para celebrar la etapa reina de un Dakar que ya no se acaba en Dakar y que ni siquiera se corre en el continente donde está la ciudad de Dakar. Pero eso, ¿cómo se paga? Las autopistas, quiero decir, no el Dakar. Porque hasta ahora las mantenían los que pasaban por ellas, pero si los que pasan ya no pagan, ¿qué? ¿Las pagamos todos, pasemos o no? El primer cálculo es que la broma irá a cargo de los presupuestos de la Generalitat y estará en torno a los 170-200 millones de euros durante los próximos cinco años.

Las escuelas, la sanidad, los bomberos y la policía, por poner cuatro ejemplos, los pagamos entre todos. Porque nos beneficiamos como sociedad. ¿Tenemos que pagar también entre todos el mantenimiento de las carreteras? ¿También quién no las usa? Bien, por el mismo motivo no tendría que pagar la sanidad quien no se pone nunca enfermo o tiene una mutua, quien no tiene hijos, a quien nunca se le quema la casa, o a quien nunca le roban la cartera. ¿Ah, es que no es comparable? Bien, sin carreteras no sería posible llevar a los enfermos a los hospitales, ni los niños llegarían a las escuelas, ni los bomberos ni la policía irían a ninguna parte. Aparte que los mercados y las tiendas no tendrían comida y la gente se moriría de hambre. Ya, pero hay derechos como tener luz, agua y gas en tu domicilio que también son bienes de primera necesidad y la gente tiene que espabilarse para pagarlos. Y si no puede, se aguanta y se queda sin. Es la famosa pobreza energética. Cierto, pero también pagamos autovías de tres carriles por las cuales no pasa ni el aire. Y rescatamos varias autopistas de peaje que fueron a la quiebra porque el único sentido que tuvo su construcción fue cobrar comisiones para construirlas. ¿Ahora no vendrá de tres autopistas más, no?

Ya, pero también pagamos el transporte público y no todo el mundo lo utiliza. De hecho es probable que haya más catalanes usando las autopistas que el transporte público. Sí, pero el transporte público elimina coches y, por lo tanto contaminación. Y eso beneficia a todo el mundo. Total, que donde quiero ir a parar es que no tengo ni idea de si el modelo tienen que ser los peajes, la viñeta o hacer cada mes una rifa a ver a quién paga y quién no. Y me temo que no soy yo solo, que esta cuestión merece un debate de país y de modelo que esta vez tampoco tendremos. Como la mayoría de veces.