Ayer al mediodía vi este tuit:

Nausica

Enseguida me pregunté retóricamente a mí mismo: "¿Esta Nausícaa es la de la TV de Girona, con la que trabajamos juntos durante una temporada? No puede ser. Si es una chica joven, activa, sana... Imposible que el virus la haya atacado a ella". Pero sí, era ella. Enseguida la llamé para saber cómo estaba y que me explicara qué había pasado.

Todo empezó el 1 de abril con dolor de cabeza y fiebre. Nunca estuvo grave ni llegó a estar ingresada, pero acabó cogiendo la baja durante dos meses porque por culpa del malestar le era imposible incluso teletrabajar. A principios de junio, a pesar de no encontrarse todavía muy bien, decidió reincorporarse al trabajo porque lo necesitaba psicológicamente. Desde entonces va trampeando como puede, con días de todo, y en esta situación indefinida de no estar grave pero tampoco estar curada, de no saber qué pasará con su salud ni cuando.

Mientras me lo explicaba entendí que el suyo era un ejemplo perfecto para recordar unas cuantas cosas a todos aquellos (y todas aquellas) que van por el mundo diciendo que la COVID es un invento, para los que lo niegan, para los que dicen que es una enfermedad de viejos o para los que no quieren ponerse la mascarilla "porque no está pasando nada". Por lo tanto, quiero compartir con usted las reflexiones personales que me ha enviado Nausícaa por escrito. El relato de una chica de 24 años sin ninguna patología y con una cara de salud total, que hacía una vida normal como usted está haciendo ahora la suya y yo la mía, y que un día se levantó con un virus que la convirtió en uno de los centenares de los llamados 'casos persistentes'. Desde hace cinco meses.

"Es indescriptible la angustia de ver pasar las semanas mientras, lejos de mejorar, empeoras. Eres consciente de que no se sabe nada de aquello que tienes y además no entiendes por qué tú te has encallado. Saber a la cuarta o quinta semana que había más personas en la misma situación fue tranquilizante. Además se estaban organizando para reclamar atención a nuestros casos y para hacer correr la voz de que existíamos. Para que nadie más viviera la angustia de sentirse un caso único.

Como nuestros síntomas son 'leves', no somos casos prioritarios. Y es lógico. Durante el pico de la pandemia se entendía que se nos dejara en un segundo plano. De hecho, inicialmente se desconocía la existencia de los casos con sintomatología persistente. Aunque entiendo eso, también creo que se han cometido errores a la hora de atendernos. La falta de respuestas no justifica la falta de empatía con que muchos nos hemos encontrado. En mi caso, mi doctora siempre restó importancia a lo que me sucedía. Desde que me firmó el alta, no me ha llamado ni una vez para hacerme el seguimiento.

Los síntomas que he tenido han sido muchos y cambiantes. Sobre un malestar de base, que se suma a qué tienes el cuerpo hecho polvo, cada día aparecían síntomas diferentes. Ardores y dolor en el pecho, dolor de garganta, dolor de cabeza, en los riñones, en la espalda, erupciones en la piel y un largo etcétera que aparecían y desaparecían sin un patrón. A la cuarta semana me hicieron una placa para descartar daños pulmonares. ¡¡Qué larga se me hizo la espera hasta que me dijeron que podía volver a casa!!

Pero cuando mejorabas un poco, venía la recaída. A todos nos sucedía lo mismo. Después me empezó a caer el pelo. Obviamente me preocupó. Era muy bestia y constante. Pero me pilló en un momento en que me encontraba tan mal, que tampoco le di la importancia de que le hubiera dado en otras circunstancias. Me hice en la idea de que quizás me tendría que rapar, '¡y que todo sea eso!', pensaba. Al final me aguantaron cuatro pelos y, entre pañuelos y el volumen del mismo cabello, he ido tirando hasta que ahora por fin me crece "normal".

Nunca me han encontrado nada extraño en ninguna analítica. No se sabe qué nos pasa en el cuerpo y por qué es tan difícil de verlo reflejado en los análisis. Parece que podría ser nuestro sistema inmune, que queda 'tocado' y nos autoataca, pero es una teoría más. Este verano ha empezado algún estudio que quiere sacar el entramado. Sin embargo creo que se presta poca atención a la problemática. Al principio tenía mucho miedo de no saber si mejoraría y, en caso de que así fuera, temía que tardaran mucho en llegar las mejoras necesarias para plantearme volver a hacer cierta vida normal (como por ejemplo trabajar). No mejorar era el peor de los escenarios y nadie nos lo sabía descartar. Te enterabas de casos similares que llevaban todavía más tiempo sin ninguna mejora. Pero en poco en poco (muy poco a poco), fueron llegando. Eso sí, me ha cambiado la vara der medir del 'estar bien'. Desde junio he podido ir pronunciando estas dos palabras, pero es uno 'estoy bien' respeto a como estaba desde abril. Piensas en como lo has pasado, piensas en gente que todavía está tardando más en conseguir ciertas mejoras, piensas en los casos más graves, en los hospitalizados, en los que no lo han superado... ¡y claro que estoy bien! Porque si me esfuerzo y le pongo ganas, puedo hacer vida normal. Ahora, si este 'estoy bien' lo comparamos con el 'estar bien' de febrero de este mismo año, pues no estoy bien, no. No vivo con la energía con que vivía, justo al contrario.

Si es temporal se puede aguantar, pero ha llegado un punto en que no saber hasta cuándo tendré que vivir así, me desanima. Ya he perdido el empuje psicológico que me dio mejorar lo suficiente para trabajar y recuperar a alguna vieja rutina. Ahora me cuesta encontrar los ánimos, y además es justo el momento en que la gente ya espera el 100% de mí porque cuesta entender que tanto tiempo después, y haciendo vida 'normal', yo por dentro no esté recuperada del todo.

Me viene en la cabeza uno de los primeros días en que me vi con fuerza como para salir a 'caminar'. Iba a paso de tortuga y con el cuerpo como oxidado. Respiraba con fuerza, como si tuviera que añadir esfuerzo al acto para coger bastante aire. Llegué a un banco cerca del río que me sirvió de destino. Entonces tomé conciencia que aquella travesía me había llevado a sólo cinco minutos de casa: acababa de 'sudar' un trayecto que en condiciones normales se hace con un abrir y cerrar de ojos. Pero era feliz, porque en aquel momento aquello era un paso de gigante.

Es indescriptible la rabia que me da ver gente restando importancia al virus. Y me hierve la sangre cuando oigo aquello de 'la cuestión es que no nos contagiemos todos al mismo tiempo'. Para mí esta frase refleja total desconocimiento por parte de la persona que la verbaliza. Dudo que si de verdad supiera a qué la expone esta afirmación, no la diría con tono de aprobación. ¡La cuestión es luchar contra los contagios, punto!

Creo que visualizar casos de personas jóvenes y sin patologías previas que no han sido simples cuadros leves puede ser útil para conseguir que más gente entienda que esto nos afecta a todos. Desgraciadamente hay quien parece que no se sienta interpelado a la hora de ser responsable para no poner en riesgo al resto. A ver si saber que ellos también asumen un riesgo real, saber que lo pueden pasar mal en primera persona, los hace reaccionar. Me pongo muy nerviosa cuando alguien de mi alrededor se salta las medidas de seguridad, a pesar de que yo estoy cumpliéndolas. Me parece una falta de respeto brutal.

Y finalmente no puedo dejarme aquello de: 'cuando más valoras la salud es cuando te falta', porque es una gran verdad y que, viendo lo que he visto a mi alrededor, he tenido suerte y en la vida hay cosas mucho peores".

Nausícaa. 24 años. Sin patologías. Con COVID desde el 1 de abril. Y ahora ya podéis ir diciendo que esto es una enfermedad de viejos, que se la ha inventado Bill Gates con el 5G y que no hacen falta medidas de protección porque las enfermedades, como los accidentes de coche, siempre afectan a los otros.