Cena de amigos. Y de amigas. Cumpliendo las normas. Eso quiere decir que somos menos de 10 y mantenemos la distancia. Y no fumamos. En un momento dado una de las presentes, que llamaremos A, comenta que acaba de hacer pintar su casa. Aparte de los clásicos "al final, el color no fue exactamente el que yo escogí" y "dijeron que eran muy limpios y que lo protegían todo muy bien protegido pero me han dejado el piso que nos estaremos dos semanas fregándolo", sale el tema de los comentarios de los señores pintores. Pero de los que no tienen relación con el trabajo.

Coincidió que la pareja de A estava fuera unos días por una cuestión familiar. Eso provocó un gran interés de uno de los dos pintores por su vida sentimental. "¿Y usted está casada"?, "y usted tiene hijos"?, "y usted vive sola en este piso tan grande?, ¿y hoy cenará sola"?. "Seguro que si yo fuera un hombre, no me habría preguntado nada de todo eso", resumió A.

A raíz de este comentario, entró en acción B. Ella sí que vive sola. También hace poco llamó a un carpintero para que le hiciera un armario a medida y lo colocara en su sitio. "El primer comentario que me hizo cuando entró por la puerta de casa con el armario fue 'usted necesita un marido'. Estuve a punto de tirarlos a él y a armario por las escaleras. Después me arrepentí de no hacerlo porque estuvo todo el rato tirándome los tejos. No tengo porque soportar que un tipo a quien pago por un trabajo me haga sentir incomoda en mi propia casa".

Rápidamente A tomó el argumento al vuelo. "Es que estás aguantando comentarios y preguntas inquisitoriales, te estás dando cuenta de que aquel tipejo te está asediando y, encima, eres tú quien se siente violenta. Y eres tú quien, para sacártelo de encima, le acabas dando explicaciones sobre tu vida privada, "Y mintiéndole -añadió B. Le pago un armario a un individuo y me encuentro en el comedor de casa teniendo que mentir a un desconocido sobre si tengo pareja o no tengo y por qué. No hablo de ello ni con mi madre y lo tengo que hacer con alguien a quien no conozco de nada y a quien no se me ocurriría nunca conocer porque además apesta a sudado y es 10 centímetros más bajito que yo".

La conversación me recordó lo que se me había explicado hace un tiempo C, que ya comenté en otro artículo del 18 diciembre del 2018 y que le resumo. C, que vive en un pueblo donde más o menos todo el mundo se conoce, se acababa de separar y fue al despacho del individuo que le alquilaba el piso para renegociar el precio a la baja. Un individuo muy respetable y de moral irreprochable. Lo que diríamos "un señor". Al menos en apariencia, porque un minuto después de empezar a hablar de una posible rebaja, el respetable "señor", que mientras C iba al despacho con el marido nunca no había hecho ningún comentario fuera de lugar, derivó la conversación hacia "¿y no tienes pareja? Pues no lo entiendo", "¿qué haces sola"?, "¿tienes alguna idea de cómo lo podríamos hacer para conseguir una rebaja"?. Y recuerdo perfectamente que, mientras me lo explicaba, la expresión corporal de C era de mucho asco e incomodidad. Y como no podía ser de otra manera coincidió con A y con B en ser ella quien se sentía mal. "Al día siguiente me encontré a su mujer en el súper. Y se lo tendría que haber dicho, pero lo dejé estar porque pensé que todavía rajarían de mí e irían diciendo que fui yo quien le ofreció una rebaja a cambio de alguna cosa extraña".

Si usted está leyendo esto y es mujer, seguro que tiene un montón de historias desagradables para añadir a las de A, B y C. Son los microacosos, los que parece que no existan, los que también son violencia, pero que son tan habituales que no les damos importancia, son origen de cosas todavía más graves y que, sobre todo, al revés no suceden.