La entrada a la sala del Supremo donde se juzga el independentismo se hace por una puerta lateral. Cuando los testigos entran, a la izquierda les queda el público y los invitados y a la derecha el escenario que se ve por televisión. Para llegar a la silla donde declaran tienen que andar por el pasillo que queda entre el estrado donde hay la acusación particular (VOX), la abogacía del Estado y Fiscalía y los banquillos de los acusados.

Hacer este camino obliga a los testigos a pasar por el escrutinio visual de los presos políticos, que observan el recorrido y comentan la jugada entre ellos, y permite a los espectadores comprobar las reacciones de quién ingresa en la sala.

Cuando Enric Millo hizo el recorrido desde la puerta de entrada hasta su sitio, no miró a los presos. Ni de reojo. Entró decidido, con la mirada recta y los ignoró totalmente. Algunos de los que estaban allí sentados habían sido compañeros suyos en el Parlament y con Josep Rull llegaron a compartir escaño en el mismo grupo parlamentario, el de Convergència y Unió, durante seis años, desde 1997 al 2003. Era cuando Millo había sido elegido diputado de Unió por la circunscripción de Girona. Y era antes de que el partido no le renovara la confianza para ser cabeza de lista y decidiera marcharse al PP. Eso sí, después de intentar entrar en Esquerra de la mano de Joan Puigcercós durante una conversación en el bar Núria de Girona que Millo niega, pero del cual el exlíder de Esquerra ha dado detalles muy precisos.

Totalmente diferente fue la reacción de David Pérez, secretario segundo de la Mesa del Parlament por el PSC. El lenguaje corporal del señor Pérez era de empatía hacia los 9 acusados. Mientras pasaba por su lado, se los miraba con una cara que mezclaba un "quiero mostraros mi apoyo", "no sé que hacer para deciros que esto es muy bestia", "yo ya os avisé de que el Estado no tendría compasión y os trituraría" y "fuimos muy rivales, pero las cosas han llegado a un punto que estoy con vosotros pero no sé si aceptaréis mi apoyo". Entró y salió de la sala andando poco a poco y con paso dudoso y su declaración fue nerviosa y prudente, como pasando de puntillas por todo para no empeorar la situación.

Quizás la solución es que, cuando acabe el juicio, David Pérez vaya a ver a los presos y les exprese cara a cara su pensamiento. Quizás. Otros diputados del PSC fueron en su momento a verlos y tuvieron muchos problemas internos. Y los riñeron mucho. Quizás ahora las cosas serán diferentes. Quizás.

Pero vuelvo a las miradas. Algún día los presos recuperarán la libertad. Y algunos seguirán haciendo política. Y quizás alguno de ellos llega a ser presidente de la Generalitat. O alcalde de BCN. O de alguna otra ciudad. Quizás. Y haber pasado por lo que están pasando les dará una fuerza, y no sólo moral, que les hará invencibles.

Y cuando los presos salgan a la calle se encontrarán muchos Pérez que, por respeto, se harán pequeños al pasar por su lado. Y se encontrarán muchos Millo que los ignorarán sabiendo que no les podrían aguantar la mirada. Gente que, curiosamente, hizo cosas para evitar que sucedieron cosas que sucedieron y que ahora, para poder ir en unas listas, malbaratan su empatía y su humanidad lanzándola por la ventana del último piso de un rascacielos. Una lástima.

Sí, todo el mundo tiene derecho a buscarse la vida como puede, pero cuando cruzas todas las líneas rojas, después no tienes ningún derecho a lamentarte si el boomerang de la vida te devuelve todo lo que tú le has dado previamente. O como decía un amigo mío: "hay gente que a partir de ahora, cuando vaya a un restaurante nunca más podrá estar segura de que en la cocina no se le hayan meado en la sopa".