En los informativos del día, el coronavirus ha sido la tercera noticia. Por detrás de la Renta Mínima Garantizada y de Nissan. Dos meses y medio después, ya no estamos las 24 horas pendientes de lo que le pasa o le deja de pasar al virus, que de hecho es lo que nos pasa a nosotros. Ahora mismo sólo son veintidós.

Y estamos saturados, agotados, exhaustos, derrotados... No podemos más. Nuestro castigado cerebro ahora mismo es como un vagón de tren de Rodalies a las 8 de la mañana AC (Antes del Coronavirus). Allí dentro, las leyes de la física determinaban que era imposible que cupiera un solo átomo más, pero se abrían las puertas y todavía subían 50 personas más. Pues bien, nuestra neurona está igual. Con una diferencia no menor: ahora sí que ya no cabe nada más. Ni empujando con la fuerza de una mandada de ñus. Ni una información. Ni un triste dato. Ni una cifra. Ni una recomendación. Ya no nos queda espacio. No nos cabe ni una pipa sin sal. Pelada.

A mediados de marzo, y de un día para otro, tuvimos que hacer un cambio radical en nuestras vidas. La personal, la familiar, la afectiva, la sexual, la de amistad, la laboral, la ciudadana, la de ocio, la económica... Todo a la vez. Un viernes teníamos una existencia más o menos organizada y al día siguiente ya no sabíamos ni si tendríamos futuro. ¡Pam! Y a partir de aquí un mundo totalmente desconocido lleno de prohibiciones, órdenes, instrucciones, informaciones, desconcierto, muerte, miedo, desconocimiento, inseguridad y, sobre todo, desgaste mental.

Pero como si no tuviéramos bastante con lo que estaba pasando y con los que nos estaba pasando, las "autoridades", además, se dedicaban a agotarnos mentalmente pasando del blanco al negro, del negro al rojo y del rojo al amarillo. Continuamente. Nos han exprimido la neurona y con tantos cambios de criterio añadidos ya no sabemos si subimos o bajamos. Los ciudadanos oíamos por la mañana el anuncio de un ministro, el Presidente decía una cosa diferente al mediodía y cuando les venía bien publicarlo en el BOE (que es lo que cuenta), la cosa no tenía nada que ver con las dos versiones anteriores. Y posteriormente todavía venían las modificaciones de las modificaciones. Y eso varias veces a la semana y con temas sobre los cuales no teníamos ni idea.

Ahora mismo ya no sabemos si los guantes van bien o no. Los expertos dicen que no, pero en muchas tiendas nos obligan a ponérnoslos... cuando los hay. Y con las mascarillas sucede igual. Ahora que ya dominamos que si la FFP1, la 2, la 3 y la de doble tirabuzón con vertical puente, han conseguido que no tengamos ni idea de si realmente sirven de alguna cosa o no y cuándo las tenemos que llevar. Y si las de tela sirven de algo. Y después tenemos el maravilloso mundo de las fases del desconfitamiento (sí, sí, he escrito desconfitamiento porque estábamos confitados) son un despropósito.

Hace unos días un alto responsable de Protección Civil me explicaba las dificultades que se encontraba él, que es quien tiene que saber de la cosa, para responder todas las consultas que le hacían. Entre que tenía zonas en fase 1 y otras en fase 2, que no es lo mismo una ciudad que un pueblo agrícola o uno con playa y que le venía uno que había oído en la radio que no-sé-quién había dicho no-sé-qué y que le venía otro que había leído no-sé-dónde que otro no-sé-quién había dicho otro no-sé-qué, él iba perdido. ¡Imagínese nosotros!

Y ahora los niños. ¿Sabe todo aquello que habían dicho sobre si se contagian o no, si contagian o sí y que nada de ir a la escuela? Pues de todo aquello, nada. Hoy. Veremos mañana. Ah, y espérese, que también hay esto de la hidroxicloroquina. De la salvación total que era este invento ahora hemos pasado a suspender los ensayos clínicos en algunos países porque, dicen, los estudios que lo avalaban "contienen irregularidades". Y Trump tomándoselo con los cereales del desayuno. Y allí está él haciendo tuits que Twitter le marca como mentira o como enaltecimiento de la violencia.

Como diría el maestro Cuní, ¡¡¡prou, prou, prou!!! No podemos más. Déjennos en paz. Piensen que sufrimos un hartazgo en fase infinita (como por decir una cifra al azar) y estamos a punto de desear volver a hablar del procés. Eh, pero incluso recuperando aquello de la Comisión de Venecia y aquello otro de la Ley de la Claridad del Canadá. Fíjese lo que le digo...