Hola, soy Mariano Rajoy, conocido también como Dialogante I, y este es el diario donde apunto mis reflexiones sobre el bonito concepto denominado diálogo. Pero según yo mismo. La aplicación del concepto, quiero decir.

Sí, porque el diálogo es como los pedidos en una cafetería. Va a gustos. Solo, corto o largo; cafeinado o descafeinado; cortado normal, corto de leche o corto de café; café con leche, con taza o con vaso; con leche de vaca, soja, avena o desnatada; con azúcar, sacarina o estevia. Y a partir de aquí, todas las variantes posibles, incluida aquella famosa de: "tengo una infusión buenísima que tiene que probar, ya verá, pruebe y ya me lo dirá... y bla, bla, bla, y relaja mucho... y más bla, bla, bla... y además tiene un sabor muy bueno... y más sobredosis de bla, bla, bla...". Y tu dices: "pues venga, tráigala", y al final se confunden y te acaban trayendo un café.

Pues bien, yo sería el camarero de la cosa. Y estos días tengo una oferta de diálogo que me la quitan de las manos. Lógico, porque es imposible rehusarla. Imagínese que me estoy ofreciendo para dialogar, y lo estoy haciendo realizando varios gestos que muestran a todo el mundo que yo quiero dialogar y, además, estoy manifestando públicamente que quiero dialogar, porque soy un hombre dialogante y muy partidario del diálogo. Y ésta es la causa que explica mi oferta de empezar un diálogo abierto donde, naturalmente, se puede hablar de todo. ¡Ojo, pero sin excesos!

¿Sabe como aquello de la clásica oferta de bocadillo y bebida por 3.95€? Pues mi oferta de diálogo es un mini del embutido del día y bebida caliente simple. Si quiere algún otro embutido (dígale hablar de soberanía), no entra. Si quiere café con leche, que es una bebida caliente, pero que ya no es simple (dígale consulta), tampoco entra. Y si quiere un refresco (dígale referéndum), entonces ya llamo a la Guardia Civil. Puro diálogo.

O sea, yo estoy ofreciendo un diálogo totalmente abierto para hablar de lo que yo diga. O, mejor dicho, para hablar de absolutamente todo menos de las cosas que a mí no me da la gana hablar. Y si usted no quiere hablar de las cosas que yo sí que quiero hablar, usted es un intransigente. En cambio, si usted quiere hablar de todo, entonces usted es un intolerante que pone condiciones al diálogo. Un intolerante y un impresentable absoluto por querer hablar precisamente de lo que yo le digo que yo no quiero hablar

Porque en mi diccionario, el diálogo es eso. Mano totalmente extendida para hablar de todo menos de algunas cosas. Es el diálogo el que escoge al alcalde y es el alcalde el que quiere que el diálogo sea lo que quiere que sea el diálogo. Porque, un diálogo es un diálogo y un plato es un plato. Y quién no esté de acuerdo, le obligaré a dialogar. Porque eso es el diálogo. Y si hace falta amenazaré con elecciones y después lo negaré haciendo decir que es que últimamente voy a demasiadas cenas y no estoy muy católico.

Cenas para dialogar, evidentemente. Escogiendo yo el menú y pagando usted. Porque eso es el diálogo.