Ha sucedido el mismo día que Ricardo Costa ha reconocido que el PP valenciano se financió con dinero negro, el día siguiente que el ministro del Interior Juan Ignacio Zoido dijo que las fuerzas de seguridad españolas vigilan las fronteras para que Carles Puigdemont no entre volando en un ultraligero o en el maletero de un Seat Panda y la misma semana que el ex fiscal general del Estado falsificaba su currículum para aspirar a un cargo europeo. Claro, con estos incendios y con la cortina de humo de los registros a Òmnium y la ANC, cualquiera se fija en que hoy Mariano Rajoy ha discriminado la mitad de la población del Estado que preside. Y con aquella alegría tan suya.

Por favor, dedique unos instantes a escuchar lo que ha contestado el líder del PP cuando Carlos Alsina (Onda Cero) le ha preguntado por la equiparación salarial entre hombres y mujeres en los casos en que hacen exactamente el mismo trabajo:

"No es competencia de los gobernantes unificar salarios", dice Rajoy. Y añade un demoledor: "No nos metamos en eso". O sea, no es responsabilidad de los gobiernos hacer que hombres y mujeres cobren lo mismo por hacer el mismo trabajo porque las injusticias por razón de género no son su problema. Y, por lo tanto, tampoco tienen que hacer nada para solucionarlo. Pero es que, además, el tono de la frase final es una mezcla entre pereza, desidia y desinterés al que hay que sumar un "oiga, no me alborote usted ahora el gallinero". Y esta es la parte más grave de lo que ya es muy grave.

Para la derecha senior que representa Mariano Rajoy todavía estamos en el concepto franquista del "haga como yo y no se meta en política". Y ojo, no estoy diciendo que Rajoy sea franquista sino que, en relación a muchas cosas, incluido este machismo paternalista, mantiene aquel espíritu. Rajoy nunca se mete donde no le llaman, por si las moscas, y está convencido de que hacer alguna cosa para acabar con la discriminación laboral entre hombres y mujeres es "meterse en política". Y huye. ¿Por qué? Porque sabe que un porcentaje muy importante de sus votantes, por edad, por educación y por cultura, todavía piensan que la mujer no tendría que trabajar fuera de casa sino dedicarse a cuidar a los hijos, cocinar y pasar la bayeta. Y de aquí este expresivo "no nos metamos en eso" que quiere decir "ahora no me complique la vida que si digo que hombres y mujeres tienen que cobrar lo mismo por hacer el mismo trabajo acabarán diciendo que soy un peligroso feminista". Y ya se sabe que para alguien de derechas no hay nada peor que ser calificado de feminista.

La palabra feminista está maldita porque va relacionada con lo peor de los rojos. Feminismo se asocia a radicalismo, a ir cortando penes con grandes tijeras, a mujeres que son camioneros. Y el "no nos metamos en eso" de Rajoy es verbalizar un "con la que está cayendo, sólo me faltaría que me llamaran feminista. Mire usted, que me llamen corrupto puedo soportarlo porque me chupa un pie, pero feminista... ¡no fastidiemos, hombre!". Para la derecha, el concepto feminismo es lo peor de lo peor. Fíjese cómo trataron a la CUP los medios gubernamentales al servicio del Rajoyismo. Había que criminalizar el partido porque era una manera de dar patadas en el culo de Mas, primero, y de Puigdemont, después. Pero los insultos, las descalificaciones, las ofensas, las injurias, los improperios y los desprecios personales, los recibieron las mujeres de la CUP y no los hombres. Podríamos estar horas citando todo lo que dijeron de ellas, una por una. En cambio a ellos, colectivamente les dijeron de todo porque iba en el pack, pero individualmente, nada.

Y para rematar la cosa, permítame una pregunta. ¿Cree que si Carlos Alsina hubiera hecho una pregunta sobre equiparación salarial entre gitanos y payos o entre negros y blancos, Mariano Rajoy también habría respondido "no es competencia de los gobernantes unificar salarios" y "no nos metamos en eso"?