A La Cosa le tenía que suceder lo mismo que a aquellas parejas que, después de quince años juntas, salen a cenar y en toda la comida no se dirigen la palabra ni para comentar lo que cada uno mira con su móvil. La pasión mediática en relación a La Cosa, y desde el indulto, estaba en aquel momento en que la misma pareja de antes vuelve de cenar y mientras uno se lava los dientes y el otro se saca los pelos de la nariz, se miran y con la mirada se dicen: "¿verdad que a los dos nos duele mucho la cabeza y tenemos mucho sueño? Pues eso del uso matrimonial, dejémoslo para mañana". Y la mañana es Sant Esteve cuando el hoy es Reyes.

Fíjese si el retroceso de La Cosa había dejado espacio vacío que en los informativos y en las tertulias se ha llegado a hablar horas y horas de Afganistán, aquel país del cual nos habíamos olvidado que existía y del cual ahora ya nos hemos vuelto a olvidar hasta la próxima vez. Pero cuando ya estábamos inventando más temas para seguir dejando La Cosa de lado, aparecieron estos peajes que siguen provocando atascos después de muertos o la ampliación del aeropuerto del Prat, que no parece que lo sean, pero que son parte de La Cosa. Porque La Cosa va de ser y de quien tiene el poder para tener derecho a decidir qué eres, sí, pero claro que también va de economía y de infraestructuras. Porque quien paga, manda. Y quien manda, paga. Porque al final la clave es quien tiene la llave de la caja.

Y resulta que en la mani de la Diada 2021, la que era el retorno por la puerta noble del catalán cabreado versión "este año irá su tía, que yo estoy muy harti de todis nosotris", finalmente fue más gente de la que todo el mundo se pensaba, incluida la organización. Y ¡PATAPAM!, La Cosa ya vuelve a estar entre nosotros. Como dijo el poeta, La Cosa ha venido para quedarse y no poner la cuestión sobre la mesa y rompiendo dos lanzas a favor es dispararse un tiro en el pie. Total, que aunque a unos cuantos no les apetezca nada (o les hayan dicho que no les tiene que apetecer), toca volver a sacar a pasear aquella famosa perdiz que ya hace tiempo sufre una infinita sobredosis de biodramina fruto del intento de mitigar su mareo crónico.

No, La Cosa no se acaba ofreciendo alargar un poquito una pista de aeropuerto (pero disimulando para que Europa no se dé cuenta de ello) o haciendo un power point diciendo que nos gustaría hacer unos JJOO de invierno compartidos con Aragón. Y quien se lo piense, o todavía no ha entendido nada (y ya empezamos a tener una edad. O dos) o sigue viviendo en las afueras de Raticulín. Ojo, pero que eso no es así porque lo diga yo, porque sea una opinión mía basada en lo que a mí me gustaría o me dejaría de gustar. No, no, esta es la realidad. Ya me sabe mal por algunos partidarios de hablar de Afganistán y de los nuevos paradigmas comunicativos, pero La Cosa viene de muy lejos y no es un capricho que se acaba de hoy para mañana a base de silencio y de pasar página.

Divididos, cabreados, desmoralizados, desengañados, dolidos, realistas, sin ver ninguna solución, hartos de todo y de todos y _____________ (aquí añada como se siente usted), pero sigue existiendo un conflicto sin resolver. Haciendo mucho ruido o enterrado como los huevos de las tortugas, como es el caso ahora mismo. Pero cuando menos te lo esperas, los huevos estallan y la playa se llena de miles de crías. Dicho de otra manera, acaba pasando que la pareja que sale a cenar recupera la chispa perdida, sigue mirándose cada uno su móvil, pero cuando llegan a casa, y mientras se lavan los dientes y se sacan los pelos de la nariz, se miran y deciden ducharse juntos.