Disculpe que hoy le hable un poquito de mí, pero es que la cosa va de un servicio público y servidor forma parte del público a quien se dirige este servicio. Me encanta el tren. Soy un enfermo de viajar en tren. No tanto como Quim Puyal, porque él gana a todo el mundo en pasión por el ferrocarril, pero hacemos lo que podemos. Creo que es el transporte más cómodo, distraído y sostenible. Y en según qué trayectos, su rapidez es imbatible. Hice el primer viaje del Talgo BCN-Zurich, he hecho el París-Londres bajo el Canal, llegué a ir en aquel famoso semidirecto Estació de França-València que era directo de BCN Sants a Sitges y de esta estación hasta el destino se detenía incluso para que bajáramos un momentito a la playa a dar un bañito y siguiéramos el viaje, y mis años de viajes semanales a Madrid los recuerdo por el placer de ir con el AVE. Pero de lo que le quiero hablar es de mi relación con Rodalies RENFE Catalunya y de cómo fui expulsado de su servicio harto de todo tipo de incidencias, retrasos, inconvenientes, incomodidades y falta de información.

Año 1978. Estación de Vallcarca, en la actual línea R2 sur. Allí oí por primera vez la palabra catenaria. La dijo el revisor mientras cruzaba por una de las plataformas cuadradas que había cuando subías a los vagones de aquellos trenes grises y que hacían como de recibidor para llegar a la zona de asientos que había a ambos lados, detrás de una puerta corredera que en las curvas se abría. Y la dijo quince minutos después de estar parados tras oír un ruido como si hubiéramos descarrilado y mientras veíamos como llovía el polvo de la fábrica de cemento. Allí en medio de la nada estuvimos hasta la madrugada y en una época sin móviles. Podría escribir una enciclopedia sobre todo lo que me llegó a suceder en aquella línea con permanentes retrasos y desapariciones y apariciones fantasmales de trenes que ni el jefe de estación conocía. Cuando pude tener un coche compartido, nunca más supieron de mí. Lo mismo puedo decir de la R3, de la cual fui usuario también muchos años. Aquí el récord mundial fue encontrarnos un tren de cara recién salidos de Balenyà. Y le recuerdo que allí hay vía única. La eterna vía única. En una línea donde tardas más ahora en hacer un RIPOLL-BCN que hace 35 años. Después tocó la R1 norte. Fue cuando, desesperado de la vida y de quedarme tirado día sí día también, me compré una moto. En cambio, cuando fui usuario de Cercanías Madrid, oiga, ni punto de comparación. Mejor allí, por supuesto. Que no tenga que ver con la cifra de inversiones en un lugar y en otro.

Todo esto era para llegar a la huelga de maquinistas de RENFE Rodalies de esta semana. Donde, por cierto, no se han respetado los servicios mínimos y solo ha funcionado un 40% de los previstos. El derecho a huelga frente el derecho a respetar las reglas del juego que te obliga ejercer tus derechos. Y más si se trata de un transporte público. Una huelga que va de la defensa corporativa de unos privilegios. ¿Admisibles? Sí, pero corporativos. Y que justo hacen cuando se plantea el traspaso real de Rodalies Catalunya a la Generalitat. Porque si eso llegara a suceder, hay dos cuestiones que afectan exclusivamente a los maquinistas: 1/ El 75% son de fuera de Catalunya. Si pasaran a trabajar para una empresa "catalana", adiós posibilidad de traslados a sus zonas de origen y 2/ Perderían sus condiciones salariales actuales, muy por encima de la media en relación a compañías parecidas. Y la prueba de que esta es la cuestión es que aquí ha sido el lugar de toda España con más incumplimientos de los servicios mínimos, junto con Valencia, que también propone el traspaso de la gestión.

Y aquí están los dos debates que no se plantean nunca porque quien lo hace enseguida es tildado de reaccionario y del bla, bla, bla habitual. El primero es que hay quien durante muchos años se ha puesto en la boca su huelga como herramienta de defensa de la calidad del servicio público cuando realmente lo que defendía era su bolsillo. ¿Lícito? ¡Y tanto! Pero deshonesto, intelectualmente hablando y un flaco favor a quienes sí defiende realmente lo público. Y el segundo es el abuso que algunos sectores, como el de los controladores aéreos, han hecho de su posición. Cuando tú puedes parar un país y no dejas de usar este comodín para ir presionando a conveniencia, mejor para ti, sí, pero no cuesta nada reconocerlo. En cambio, si tienes una pesca salada, las cosas no te van bien y tienes que cerrar, serás una persiana más bajada sin que nadie mueva un dedo por ti, te fastidias y ya te espabilarás. Y por no tener, es que no tienes ni paro.

En esta huelga, ¿dónde está la solidaridad entre la "clase obrera"? Y le diré más, defíname "clase obrera" y quién forma parte de ella. Pero realmente, no de boca. ¿Qué sucede con la clase obrera que no puede llegar a su empresa y se arriesga a perder su puesto de trabajo porque alguien no ha respetado un servicio mínimo? ¿Los sindicatos de clase no tienen nada que decir sobre esta cuestión? ¿Por qué están mudos? Eh, y plantear estas cuestiones no es criticar la huelga de maquinistas ni ninguna otra huelga, sino describir la realidad.

Y siguiendo con el concepto "clase obrera", ¿alguna vez en RENFE ha habido una huelga defendiendo la calidad del servicio? ¿O pidiendo más frecuencias de trenes cuando en plena pandemia en los vagones no van pasajeros sino sardinas en lata? ¿Protestando por las deficiencias de un sistema claramente deficitario en inversiones? ¿Una huelga quizás para pedir a las administraciones cumplir los presupuestos prometidos y en los plazos acordados? Es que desde que el 16 de julio de 1975 inauguraron el tren al aeropuerto del Prat, en Rodalies Catalunya no han puesto ni una sola puta vía nueva. Ni una. Y, creo, habría estado bien que en algún momento los "compañeros" de la compañía hubieran mostrado una solidaridad de clase con sus clientes, que les pagan el sueldo comprando el billete, y con el resto de ciudadanos, que pagan el déficit vía impuestos.