¿Se imagina a la policía deteniendo a un médico en las puertas de un quirófano después de salvar la vida de una persona? ¿O deteniendo a un bombero después de una intervención donde ha evitado la muerte de varias personas? ¿O a cualquier miembro de un servicio de emergencia o de rescate? ¿Suena a cosa imposible, verdad? Pues lo digo lo más seriamente de lo que soy capaz: ahora mismo no descarto que eso acabe pasando. Sobre todo después de lo que ha sucedido la pasada madrugada en Lampedusa.

40 personas que habían sido rescatadas en el mar por el barco Sea Watch 3 han estado 17 días esperando poder desembarcar a puerto y ser atendidas. La capitana del barco, Carola Rackete, finalmente ha decidido que ya tenía suficiente y ha decidido atracar, desobedeciendo las órdenes de las autoridades. Y ha sido detenida.

Como una patrullera de la Guardia financiera italiana intentó impedirle la entrada a puerto, ahora la acusan de "resistencia o violencia contra un barco de guerra", un delito por el cual puede ser condenada a una pena de entre 3 y 10 años. Ve, si la señora Rackete hubiera subido a un coche de la Guardia Civil para desconvocar una manifestación o hubiera organizado una movilización reivindicativa con urnas, además la acusarían de sedición, rebelión y malversación.

Estamos ante un escándalo de magnitud 12 en la escala de la vergüenza, que sólo es de 10 grados, y que abre la puerta a un mundo nuevo en el cual intentar salvar la vida de la gente te puede llevar a prisión. Así de bestia, pero así de real.

Y, sí, ya nos lo sabemos el argumento este según el cual rescatar personas que quieren llegar a Europa hace el juego a los traficantes de seres humanos. El argumento que defiende que las mafias saben que alguna ONG u otra recogerá a la gente que ellas lanzan al mar en barquitas de broma y que, por lo tanto, si prohíbes el trabajo de las ONG, adiós mafias, adiós pateras y adiós inmigrantes. ¿Parece sencillo, verdad? Pero es una barbaridad que se deshace como un azucarillo.

Supongamos una persona con sobrepeso, que fuma, que sólo come grasas y azúcares y que no hace deporte. El médico le dice que si no mejora sus hábitos tendrá un infarto. El paciente no hace caso y acaba teniendo el infarto. ¿Qué tiene que hacer al médico, dejarlo morir o salvarle la vida?

O imaginemos a un bombero. Avisan que nadie vaya a la montaña porque hará muy mal tiempo, pero un imprudente va a la montaña. ¿Qué tenemos que hacer, dejamos que se muera o intentamos rescatarlo?

Si la mediterránea está llena de personas tan desesperadas que jugarse la vida es su mejor opción para sobrevivir, ¿de verdad alguien cree que la solución es impedir que los rescaten? ¿La alternativa que les damos es que se ahoguen y que quien los ayude vaya a la cárcel?

¿Nos hemos vuelto definitivamente locos, o qué? Y la respuesta es sí. El problema es que quién hace eso, precisamente lo hace porque se siente impune. Y se siente impune porque hay gente que lo vota para que haga esto y cosas parecidas. Pero este es un tema para otro día...