En el Telenotícies de TV3 del domingo pasaron una pieza de aquellas que los medios deberíamos hacer más a menudo. Un género que podríamos denominar "¿Y tras el gran titular, qué sucedió?". ¿Sabe aquello que ahora se ha puesto tan de moda de hacer vídeos con los jóvenes que han sacado las mejores notas en la selectividad de aquel curso? Les preguntan un par de cosas y ellas y ellos (normalmente son ellas) acostumbran a decir que tampoco estudian tanto y estas cosas. Pero teniendo en cuenta que sacan una media de 9,98 sobre 10, habría que redefinir el concepto "estudiar poco".

Pues bien, los protagonistas del año 2007 fueron Berta y Óscar. En la pieza les vemos entonces hablando de sus proyectos, de qué querrían hacer y de cómo veían su futuro. Los volvemos a ver en el 2014, cuando acabaron la carrera. Y los vemos ahora, catorce años después. ¿Sabe donde? Berta en Berlín y Óscar en París. Ella haciendo una cosa muy diferente a lo que pensaba y él clavando su proyecto profesional de aquel momento. Y ninguno de los dos sin intención de volver. Pero más allá de la historia personal, que está muy bien, hay una historia vital que los une y que, creo, es la gran reflexión que tendríamos que hacernos como sociedad.

Alguna cosa no funciona cuando los dos alumnos que hace 14 años sacaron mejor nota de selectividad están trabajando fuera. Y parece ser que de manera irreversible. Por supuesto que hace falta salir a tomar el aire, a aprender, hacer de esponja, ver mundo e intercambiar experiencias y otras cosas con gente muy diversa y si puede ser de todo el planeta, mejor. Pero en un mundo "idílico", esta gente que se marcha a aprender todavía más de lo que ya sabe, tendría que poder volver para compartirlo y para enriquecernos con su experiencia. Y ahora esto no es así. Cada vez más jóvenes se preparan para poder irse a la mínima oportunidad y sin ninguna intención de volver. Por el sueldo, pero sobre todo por el respeto profesional que recibirán y por las posibilidades de mejora. Vaya, que van a buscar una oportunidad que aquí no ven posible.

El tópico autodespectivo dice que somos un país de camareros. Pero oiga, ser camarero es un oficio que no puede hacer cualquiera. Ser un buen camarero no está al alcance de todo el mundo y transportar cervezas de una barra en una mesa no quiere decir serlo. Quiere decir eso, ser un transportista de líquidos. Quizás sería más adecuado afirmar que, en general siempre en general, somos un país de chapuceros. Donde la excelencia no es lo que más se busca ni se valora y da igual cien que mil. Y, oiga, si queremos ser un país de servicios, deberíamos tener los mejores camareros, no gente que une un punto A y un punto B con una bandeja llena. Y, sí, quizás fuera no es todo tan color de rosa, pero esta no es la sensación que tiene la juventud. Y si tampoco sabemos transmitirles un mínimo de ilusión y de esperanza, quiere decir que todavía funcionamos peor de lo que nos creemos.

Los países tienen que ser competitivos. Y si queremos ser las dos cosas, un país y competitivos, tenemos que saber retener el talento. Todo. Porque nos hace falta, pero sobre todo por una cuestión de egoísmo económico y de rentabilidad. Si invertimos miles de euros en preparar estudiantes que después ofrecerán su valor añadido fuera de aquí porque allí saben fichar a la gente válida y saben mimarla y darles oportunidades, estamos haciendo el panoli. Y estamos tirando el dinero. Y, sobre todo estamos fracasando como país.