Franco, conocido dictador muy amado todavía por una buena parte de los actuales españoles muy españoles, es el Gibraltar de izquierdas.

Eso traducido quiere decir que cuando en España gobierna la derecha, el coco veraniego es Gibraltar. Un clásico. Y cuando gobierna al PSOE, el coco es Franco y el Valle de los Caídos. Son cosas de este no nacionalismo cosmopolita, que de vez en cuando necesita encontrarse cara a cara con sus fantasmas para poder salir corriendo. En dirección contraría al propio fantasma y sin resolver nada.

Curiosamente quien hace tiempo que está con la gota malaya de la defensa del espacio público como aquel lugar sagrado que no puede ser ensuciado con manifestaciones políticas partidistas que dividen a una sociedad fracturada y el bla, bla, bla (se refieren a las manifestaciones políticas de los otros, naturalmente), ahora son los que defienden que el arenque en que se ha convertido el cuerpo de Franco continúe en un espacio público. Claro, porque Franco no es ningún símbolo político partidista que fracture nada.

Pero he encontrado la solución al problema. Esta humilde columna, siempre dispuesta a ser un espacio de servicio público, quiere proponer una manera de resolver la situación: llenar de lazos amarillos, sombrillas y diverso merchandising amarillo la tumba de Franco y el propio Franco (esperemos que su bigote no marque las 10 y 10). Sería mano de santo, oiga.

Aquella tumba de aquel ciudadano, bien provista de parafernalia amarilla, sería una autopista de seis carriles y sin peaje señalando el camino para que fueran los propios fans del dictador quienes transitaran a gran velocidad para retirar sus restos, como él si fuera un lazo cualquiera. La fobia al amarillo les podría más que su pasión por Franco y acabarían retirándolo todo. Y más.

Y le diré más, esta propuesta nos permitiría asistir en un combo con triple mortal y doble tirabuzón inverso en rotación encogida consistente en asistir al espectáculo de ver como miembros de los cuerpos de seguridad españoles (encapuchados) forman parte de los pelotones. ¿No lo encontraría muy refrescante para pasar este caluroso verano? Como imagen, digo.

Porque el amarillo se ha convertido en la gran obsesión de unos cuantos. Tiene que desaparecer de allí donde sea porque es lo mes grave que ha sucedido en España desde que Manolo el del Bombo perdió el bombo, que es un tambor grande y no su primer apellido. Vaya que Manolo no se llama "El del Bombo" por parte de padre. No, su nombre real es Manuel Cáceres Artesero. Y le llaman "El del Bombo" porque, efectivamente, tiene un bombo que lo acompaña allí donde va. Pero no nos perdamos y volvamos al amarillo. Terrible. Horroroso. De todos los problemas que realmente interesan a la gente, el amarillo es el principal, muy por encima del paro o de los papeles y vídeos de Villarejo.

Por lo tanto, aprovechémoslo en beneficio propio y, usando la formula propuesta unas líneas más arriba, de paso enterremos a Franco definitivamente y bien lejos. Al menos físicamente. Porque sociológicamente todavía está muy vivo en esta España que hizo una modélica transición y que nos dio la constitución de todos. O más.