Otoño del año 2000. El Comando Barcelona de ETA asesina Ernest Lluch, a los concejales del PP José Luís Ruíz Casado y Francisco Cano Consuegra (de Sant Adrià i Viladecavalls respectivamernt) y al policía municipal Juan Miguel Gervilla que se cruzó por azar en el camino de los asesinos cuando iban a matar Luís del Olmo. Había una gran psicosis de que en cualquier momento podía haber un nuevo atentado.

En aquella época un servidor trabajaba en el programa de Josep Cuní en Ona Catalana. ETA ocupaba la mayoría del tiempo de las tertulias. No existía twitter ni facebook y los oyentes todavía entraban en directo a los programas a través del teléfono. Pues bien, cuando Josep pedía opiniones, el teléfono del control enmudecía. Totalmente. Llegamos a la conclusión (no necesariamente acertada) de que era un tema sobre el cual la gente no tenía ninguna opinión porque es que no había nada que opinar. ¿Opinar de qué? ¿Una vez te manifiestas totalmente en contra de que alguien ponga una bomba en la furgoneta que usa a un fontanero para ir a trabajar (cómo fue el caso de Ruíz Casado), qué más puedes decir? ¿Qué más se puede añadir ante una barbaridad como esta? Aparte de sacar la rabia.

Y este ha sido el problema, que un grupo de sectarios asesinaban a quien no pensaba igual que ellos y que otro grupo de sectarios usaban ETA para soltar su rabia contra quien tenía ideas opuestas a las suyas. ¿Es comparable una cosa con la otra? Naturalmente que no, pero eso no nos tiene que impedir decirlo. Porque esta ha sido la otra gran trampa, que algunos se otorgaron la autoridad moral de decidir lquien eran los buenos y quien los malos y se convirtieron en inmunes a las críticas.

Y ETA ya es historia. Desde octubre del 2011. Y desde entonces se han ido dando los pasos necesarios para el final definitivo. Y los que durante años han vivido de ir en contra siguen resistiéndose a negar la realidad. Pero la realidad es la que es y hoy ETA ha hecho público el comunicado de aquí debajo, que es la reconfirmación de que el fin es irreversible:

El papel donde estará escrita la palabra "final" tardará más o menos en ser redactado y publicado, pero llegará. A pesar de que algunos todavía reman en sentido contrario. Es irreversible. Y, sí, queda un grupo residual de prensa y de radicales que han convertido a ETA en su razón de ser y que todavía harán mucho ruido. Un grupo que no deja de ser una victoria de ETA porque mantienen vivo el rencor y el odio y cierran la puerta a la convivencia y a la reconciliación. Por suerte, sin embargo, son una minoría ínfima. Ruidosa y con grandes altavoces mediáticos, pero minoría ínfima.

Lo que no sorprende, pero conviene señalar, es que el mismo neofranquismo sociológico que defiende olvidar la guerra civil y se niega a abrir las fosas comunes de los entonces derrotados (cómo les gusta esta palabra) es quien ahora con el tema de ETA exige no olvidar y pide venganza hasta el último segundo. Lo decía hoy Rosa Lluch en Els Matins de TV3: "A las víctimas se nos tiene que tener en cuenta, pero tenemos que ser generosas y no podemos poner palos a las ruedas de la paz". Es una cosa parecida a lo que ha dicho más de una vez Robert Manrique, víctima del atentado de Hipercor y una de las voces más sensatas: "El fin de ETA es una gran noticia para quien hemos sufrido sus efectos y para quien todavía los pudieran sufrir".

Por lo tanto, hoy es un día de alegría. Y mañana, y cuando pase alguna cosa que cierre todavía más esta etapa de horror. Y como sociedad tendremos que perdonar. Y como sociedad tendremos que reconfortar a las víctimas. E individualmente tendremos que reconocer que si nos hubiera pasado a nosotros quizás pensaríamos muy diferente y que, por lo tanto, tenemos que entender quién decida ni perdonar ni olvidar. Y aceptarlo. Pero, ojo, quien lo haga desde el convencimiento, no para combatir las ideas de nadie ni para mantener un espacio y un protagonismo que no le corresponde.