En el actual momento de nuestra historia, resulta que en el paquete que recibe el heredero (o heredera) del trono de España el día que lo proclaman va incluido el título de Príncipe (o Princesa) de Girona. Por lo tanto, se supone que tendría que existir una relación especial entre los dos. Y, mire, resulta que ahora mismo, no mucho. Pero no siempre fue así.

Año 2009. Todavía no se ha producido la ruptura irreversible de una parte muy importante de los catalanes con el viejo Estado Español y con la monarquía. La sociedad civil gerundense representada por Caixa Girona, La Caixa, la Cambra de Comerç de Girona y la Fundación Gala-Salvador Dalí decide impulsar la formación de los jóvenes. La Casa Real se añade y así nace la Fundación Príncep de Girona, presidida en aquel momento por el entonces heredero Felipe de Borbón y desde el 2014 en manos de su hija la Princesa Leonor.

Esto de las fundaciones siempre es bonito y lucido porque permite hacer cosas institucionales con mucha pompa, mucho canapé elaborado y vestidos largos para las señoras y americanas de cachemir de 5 mil euros para los señores. Y en el caso que nos ocupa permitía el heredero ir de vez en cuando a la muy catalana Girona a entregar unos premios y realizar parte del discurso posterior en catalán, que era una simpática manera de quedar bien con la plebe.

Pero un día tocó elegir entre el Estado paralelo, el real (que no Real), y los súbditos. Y la monarquía fue obligada a escoger Estado. Bien, obligada y tampoco tenía ninguna otra opción. Claro, cuando eres un asalariado, pasan estas cosas. Un día te hacen abdicar y el otro te dicen qué tienes que hacer y decir. Naturalmente eso significó poner fecha de caducidad al idilio entre el heredero y los súbditos de su abnegado principado. De manera tal que el día 12 de diciembre del 2018, el patronato de la Fundación Princesa de Girona decidió trasladar la siguiente edición de los premios a Barcelona. Porque en Girona no les querían. O sea, la Princesa de Girona se tuvo que marchar de su ciudad y ejercer su principado en Barcelona. Sería como si el Príncipe de Gales ejerciera como tal en Escocia. ¿Si eso sucediera, tendría sentido seguir siendo Príncipe de Gales?

Y así hemos llegado a este lunes, momento en que la Infanta Leonor protagonizará su primera visita oficial a Catalunya para ejercer como Princesa de Girona en BCN y para pronunciar su primer discurso público en esa bonita autonomia del nordeste ostentando el cargo, ya que el jueves pasado cumplió los 14 años.

Y lo hará habiendo dormido ella y su regia familia la noche anterior a pocos metros de donde celebran el acto. ¿Por comodidad? No, para poder hacer al día siguiente un desplazamiento lo más rápido y discreto posible y con la protección de un gran despliegue policial reforzado con la llegada de 250 antidisturbios del CNP. El pueblo estará con ellos, sí. Y con ellas. Pero un poquito apartaditos.

Lejos quedan aquellos días en que la Familia Real venía a Catalunya y recibía una mezcla de discretas muestras de simpatía y de indiferencia. Y quedan tan lejos que para evitar las evidentes muestras de rechazo hacia ellos (y ellas) han tenido que renunciar a ir a Girona, quedarse en BCN, eliminar una cosa tan monárquica como el paseo por las calles para recibir la incontestable adhesión de la masa y limitarse a hacer pequeños desplazamientos medio a escondidas y gracias a la protección de un ejército de policías armados hasta las orejas.

Eso es ahora la monarquía española en Catalunya, una institución clandestina que tiene que ocultarse. Y lo es porque lo ha elegido así. Y cuando tú eliges, tienes que asumir las consecuencias. Para siempre.