Cuando sucede alguna catástrofe, nos damos cuenta de que somos vulnerables, que el riesgo cero no existe y nos preguntamos si la situación se podría haber evitado. Y a partir de aquí nos lo cuestionamos todo a la velocidad que la actualidad informativa se cuestiona las cosas. Y la mayoría de las veces es una velocidad inapropiada para solucionar problemas demasiado complejos. Ahora lo volvemos a vivir con la explosión de ayer en La Canonja.

Cuando hacía dos horas del incidente ya queríamos saber qué había pasado exactamente y por qué. Y cuando no se habían cumplido ni 12 horas ya queríamos saber qué había fallado, qué no se había hecho correctamente y qué protocolos eran incorrectos y por qué. Y al final quizás a veces resulta que no ha fallado nada. O mejor dicho, quizás las cosas no se hacen mejor porque no sabemos más o no podemos prever según qué. Ojo, esto no es un consuelo ni querer culpar de todo a la fatalidad. Si hay responsables, tienen que dar explicaciones y asumir la culpa. ¡Clarísimo! Pero resulta que, quizás, los simulacros están muy bien para tranquilizarnos o autoconvencernos de que lo controlamos todo i, lamentablemente, cuando las cosas suceden nunca se parecen a los simulacros ni a las previsiones. Y si quiere hablamos del Titanic, indestructible hasta que fue a parar al fondo del Atlántico, cosa que no sólo no estaba prevista sino que era imposible.

¿Qué quiero decir con eso? Pues que la explosión de La Canonja nos ha enseñado que hay previsiones que la realidad invalida y que sólo es la puta realidad quien las puede invalidar y no una previsión. Y a partir de aquí lo que hace falta es aprender para rectificar.

¿Por qué el martes no sonaron las sirenas que avisan de peligro de nube tóxica y hacen que la gente quede confinada en locales cerrados? Bien, pues explican que no sonaron porque la nube no era tóxica. Pero además, es que en los primeros instantes es imposible saber si una nube es tóxica o no porque a duras penas se sabe en qué empresa ha sucedido la explosión. Y, además, la empresa afectada, que es quien tiene que informar del accidente, no puede hacerlo porque ha quedado destruida por la explosión. El problema es que la población espera la sirena, porque le han dicho que cuando suceda alguna cosa, sonará. Y no suena. Y mientras suena o no suena, lo que provocas es incertidumbre, desorientación y dudas. Y eso no puede pasar en un momento que está sucediendo una tragedia de la cual todavía no sabes el alcance.

Por lo tanto, los hechos de ayer nos enseñan que la previsión no había previsto la lamentable realidad. Y la realidad es que, quizás, una buena opción a partir de ahora será que, en caso de incidente, ni sirena ni nada, todo el mundo encerrado preventivamente por seguridad y después, cuando haya información precisa sobre las características de la nube generada y del alcance del suceso, se ejecutan los pasos convenientes en cada caso y se van tomando las decisiones oportunas.

Y aquí llegamos a la otra circunstancia que hemos descubierto que no era como habíamos previsto, la información. Cuando la población oye una explosión brutal y ve unas llamas inmensas, naturalmente se asusta y enseguida piensa en los suyos. ¿Dónde estarán? ¿Les habrá pasado alguna cosa? ¿Estarán bien? Si todo el mundo tiene claro desde el segundo 1 que confinamiento absoluto por si acaso, quizás evitaremos sufrimientos innecesarios. Si sabes que los tuyos están protegidos, estás más tranquilo. A partir de aquí, ¿cómo informamos a la población de lo que está pasando? ¿En el siglo XXI son suficientes unas sirenas que resulta que no suenan porque no tienen que sonar o bien porque todavía no se sabe si tienen que sonar o no? ¿Y son suficientes unas sirenas que sólo suenan y que no explican nada?

En un mundo donde todo el mundo tiene móvil quizás sí que es una buena idea implantar un sistema de información instantánea a todos los aparatos, como ya tienen en otros lugares. ¿De qué manera? Bien, eso lo tendrán que decidir los expertos, que son los que ahora tienen que averiguar qué ha pasado y por qué y como pueden evitar que vuelva a suceder. Y tienen que hacerlo con calma y rigor. Porque los periodistas mañana nos habremos ido de La Canonja y ya estaremos pendientes de otro tema. Y se nos habrá acabado la prisa de estos dos días. Y nos olvidaremos de La Canonja, pero allí y en el resto de la zona la vida continuará, tristemente sin los muertos habidos en la explosión de ayer. I la petroquímica seguirá allí y de lo que se trata es de intentar que no tengamos que lamentar más desgracias. Al menos intentarlo.