No, no, ya no se trata de discutir sobre ideas. No, ahora se trata de demostrar quién es el más macho de todos los machos. La política ha acabado convertida en una competición a ver quién es más chulo. Soy español, ¿a qué quieres que te gane?

La cosa va de que el mundo está en peligro, pero usted no sufra porque yo soy el que los tiene más gordos y acabaré con los malos. ¿Cómo? Hombre, pues haciendo llover mi testosterona como si fuera maná. ¿Alguna propuesta? Nooo, teniendo testosterona, ¿pa qué?

Todo empezó con la necesaria escenificación de la mala educación. Era aquello de la meadita que marcara territorio. Se trataba de ser el más malote de la clase. El que siempre hace el comentario grosero cuando el profesor está de espaldas y así demostrarle a toda la clase quien manda en la manada. Y una parte de la manada, encantada. ¿Por qué? Porque los malotes tienen su público. Sobre todo en momentos de crisis sistémica y de incertidumbres.

Pero, por desgracia, cuando otro que también es muy chulopiscinas ve que eso de ir de malote por la vida funciona electoralmente, aparece del fondo de la clase y exclama dejándose los pulmones: "Eh, oigan, a este niñato, ni caso. ¡Aquí quien de verdad es un macho salvador de patrias es un servidor de ustedes y no él! ¿Quieren que les grite la llamada ancestral de la guerra? Quieren que me ponga unas pieles y empiece a desgañitarme vivo gritando unga, unga?". Y así nació el dúo Dupond y Dupont, Hernández y Fernández o Thomson y Thompson, dependiendo del idioma.

Pero después de un tiempo compitiendo a ver quién de los dos conseguía que el paquete le midiera 155, sucedió lo que se veía que acabaría sucediendo. Cuando la cosa acaba yendo de testosterona y no de neuronas pero los que son chulopiscinas en público y resulta que mean colonia en la intimidad, acaba apareciendo un chulopiscinas de verdad, un "unga, unga" auténtico. Y este, dando un par de golpes a la mesa con los genitales, consigue que se haga el silencio y se convierte en el macho alfa.

De los dos matones de la clase, ya hay uno que ha enmudecido. Tan valiente que era y, vaya por dios, qué ataque de afonía política que sufrimos. Últimamente abre poquísimo la boca, pero cuando lo hace le sale un hilillo de voz. El que más imitaba a los primates golpeándose el pecho ahora hace ceniceros con plastilina y llora viendo Los Puentes de Madison.

El otro todavía resiste un poquito y cada día excreta su dosis de bilis. Hoy también. Porque ha decidido hacer un Thelma & Louise, que no es otra cosa que ir con gas a fondo directo al precipicio pensando que cuando el coche llegue al barranco pasará como en la película y se quedará congelado en el aire, sin que veamos como cae, sin que veamos ningún choque. Con la escena fundiendo a blanco...

Veremos cuánto dura eso de este chico porque el más macho de todos, el ingrediente secreto que liga la mahonesa del nuevo centro derecha (ja, ja, ja, las cosas que acabaremos viendo en la vida, ¿verdad?), ya ha dicho que a las mujeres, golpe en la cabeza, pasa pa la cueva y que ya está bien de bromas sobre igualdad.

Competir en primitivismo es complicado cuando te la juegas con el más primitivo. Con el que defiende la caza, los toros y reconquistar a caballo no-se-sabe-qué. Es lo mismo que representa la asociación del rifle de los EE.UU., pero con Ñ. Es agarrarse a lo más ancestral para intentar olvidar que seguimos teniendo miedo a la oscuridad. Y, sobre todo, a los cambios y al futuro. Es Matteo Salvini, Jair Bolsonaro, Viktor Orbán y Donald Trump, pero con tricornio, pandereta y la cabra. Es la internacional de la extrema derecha enriquecida con testosterona. Es la extrema derechosterónica.